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Helicicultura

Juan José Fernández Palomo

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Tengo dos mascotas en mi casa. Viven conmigo y se portan muy bien, no ensucian, no hacen ruido y ni siquiera hay que sacarlos a pasear. Son dos caracoles, macho y hembra. Macho y hembra cada uno, quiero decir, porque los caracoles son hermafroditas.

Ser hermafrodita quiere decir que tienes los dos sexos, que es prácticamente como no tener ninguno. En eso, lo confieso, envidio a mis caracoles.

Mis caracoles se llaman, respectivamente, Sebastian Coe y Nikki Lauda. Les puse esos nombres porque me fijé en que ambos administran muy bien eso que llamamos velocidad. Además son pertinaces y constantes como los deportistas de élite.

Algunos antropólogos sostienen que los humanos no comemos animales a los que les ponemos nombre, precisamente porque al llamarlos los humanizamos. Por eso en occidente no se suele comer el setter que se llama “Whisky” o el gato al que le pusimos “Matías”, pero nos zampamos sin rencor alguno un borrego o un lechón innombrados. En oriente no sé muy bien qué pasa porque nunca he estado allí (en eso soy como el poeta José Hierro, que decía que nunca viajaba a sitios donde no hubieran estado los romanos. Sin embargo acabó escribiendo el magnífico “Cuaderno de Nueva York” y no creo que se encontraran vestigios de un coliseo magno en las obras del Madison Square Garden. Cosas de poetas, así que yo acabaré viajando a oriente).

Sospecho que en oriente no nombran nada y comen de todo lo que puedan; pero no lo afirmo.

Mi primera novia era muy aficionada a los caracoles: chicos, gordos, “cabrillas”, en salsa o en ese caldo de hierbabuena que parece un mojito caliente.

Las tardes de primavera me hacía ir a los puestos de los barrios o a los veladores de los bares a tomar gasterópodos. Yo la veía chupar las conchitas con fruición y haciendo gala de una inusitada habilidad para desahuciarlos de sus casitas con un palillo de dientes. Yo la miraba y no entendía nada. Por esa época yo era un tardoadolescente feo aunque fogoso y no lograba comprender por qué estaba liada con los caracoles en vez de estar metiéndonos mano en el portal antes del toque de queda.

Al poco tiempo corté con aquella novia.

El atento lector comprenderá que después de aquello, y con Sebastian y Nikki correteando por la casa, yo ya no coma caracoles.

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