Gente de bien (y de mal)
Últimamente, leemos y escuchamos la monserga esa de “la gente de bien”: “estamos con la gente de bien, con los españoles de bien, gobernaremos para la gente de bien…” y tal.
Bien; me siento en la obligación de explicar desde aquí, con vocación de servicio público, quienes son la “gente de bien”, para que nadie dude o se lleve a engaño.
La gente de bien son los que tienen una pequeña estantería de libros con una antología de Antonio Machado, un ejemplar de la Biblia o de la Torá o de El Corán, un álbum de Mortadelo y Filemón y un poto al que hay que regar pero no mucho.
La gente de bien paga impuestos. Se levanta para trabajar o para buscar trabajo.
La gente de bien convive en el barrio con la señora ecuatoriana que saca a tomar el sol a una anciana en silla de ruedas y le arregla el pelo y le sonríe y le dice cosas bonitas.
La gente de bien se toma una caña en el bar del barrio con los parroquianos y está atento a sus tribulaciones pero sin molestar mucho.
La gente de bien escucha.
La gente de bien va a votar lo que quiere cuando le convocan para votar lo que quiera y, luego, se toma un vino viendo el programa electoral con los resultados que ponen en la tele. Un vino o un menta poleo. Y acepta el resultado.
La gente de bien va a misa o no; le gusta la ciencia ficción o no; le gusta la novela negra o no.
La gente de bien baila cuando tiene un día o una noche feliz.
La gente de bien quiere que la ambulancia que pasa por la esquina de su barrio transporte a una mujer de parto y no otra cosa.
La gente de bien conjuga la vida en presente continuo, no en pasado melancólico que enarbola banderas ni en futuro apocalíptico…
Ah ¿Y quiénes son la “gente de mal”?
Pues no lo sé, la verdad. Tal vez todos los que no son esos. Y los madridistas, obviamente.
Pero no mis colegas madridistas, claro.
Los otros.
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