La disciplina de la tierra
Escuché a la veterinaria con su acento de la tierra decir que no había que ir a buscarlas después del incendio del establo.
Que volverían.
Y volvieron, no todas, pero regresaron al establo destartalado cuatro yeguas con llagas en el belfo y en los costados.
Y la veterinaria, que es científica y cree en Dios, acertó también en que volverían los cerdos supervivientes a su zahúrda y las cabras al corral y los hombres y las mujeres al bosque.
E insistió: no los busquéis, volverán.
Y los hombres y mujeres de buena voluntad siguieron ordeñando a las vacas y sacrificando a los terneros que habían vuelto cuando el infierno cesó su ira.
La disciplina de la tierra hizo que en el bosque volviera a brotar el brezo, los helechos, los abetos, los pinos, los abedules repoblados…
Salieron níscalos, champiñones silvestres sin almohada, alguna flor…
Quiso un Dios biólogo o bromatólogo o veterinario que se hiciera la lluvia y llovió; pero la ira de Dios es la ira de los hombres que, en su delirio, inventaron a Dios para que Dios les mandase “comeos los unos a los otros sin masticaros siquiera. Sois el infierno que queréis ser”.
Mientras, la tierra, disciplinada, se sacudió las cenizas y volvió a parir frutos sin preguntar y sin ir al juzgado ni como testigo, ni como imputada. Ni siquiera como sospechosa.
Libre. Y sin pasaporte que retirarle.
Pero la vida no va así.
Desgraciadamente no va así.
https://youtu.be/cxcv8_0JEkc
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