Entre los pocos amigos buenos que tengo hay músicos, alguno es cantautor, otros hacen versiones de los artistas que les gustan. Hasta yo toqué un tiempo la batería en un grupo con alguno de ellos. Es cierto que la tocaba con más actitud que aptitud, pero lo pasábamos bien. Y los que no son músicos tienen criterio para escuchar música y tienen buenas colecciones de discos.
Pero no nos interesa Eurovisión desde que Abba ganó con “Waterloo” y desde que Remedios Amaya quedó descalza y última con “Quién maneja mi barca”. Una injusticia máxima.
Sin embargo, este año hemos escuchado la canción que representará a España y las finalistas. Malas todas. La que defenderá una tal Chanel es un reguetón infame con producción como de Florida. Ha competido con una que era algo así como neofolk gallego con samplers de flautas y otra con vocación de himno de senos, madres, cuidados o algo así. Tres churros, en definitiva.
Lo gracioso es que el tema se ha convertido en asunto de estado y se ha hablado de él en el Congreso y en los bares, que parecen la misma cosa.
Yo ya sabía que en los bares de España, a la hora del vermut, hay jefes de gobierno amateurs, jefes de la oposición, seleccionadores de fútbol, capitanes de la Copa Davies, árbitros y, desde que existen los smartphones y las redes sociales, también hay meteorólogos, ganaderos intensivos y extensivos y, por supuesto, virólogos.
Mis amigos y yo, cuando ponemos la oreja en la barra de un bar, acabamos preguntándonos quién maneja nuestra barca, porque creemos, sinceramente, que a la deriva nos lleva.
Así que a grandes males, la gran Remedios Amaya. No queda otra.