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El Amor y la Tercera Vía

Juan José Fernández Palomo

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Te recuerdo desde cuando había recreo a las diez y media de la mañana. Tú mordisqueabas un tigretón, yo quería ofrecerte un bocado de mi pantera rosa. Luego, yo jugaba de portero; tú saltabas a la comba (un capitán un capitán/de un barco inglés un barco inglés/en cada puerto tiene una mujer/la rubia es la rubia es/sensacional sensacional/ y la morena tampoco está mal...)

Por la tarde untabas el pan con mantequilla, yo lo hacía con margarina.

Los viernes, si tú nocilla, yo nutella.

Tus labios sabían a la canela de las napolitanas de Cuétara. Yo masticaba una chiquilín de Artiach.

Crecíamos y tú te comprabas una pepsi en el colmado del barrio. Yo flipaba con mi coca. Eran de cristal, bueno: de vidrio; nada es de cristal excepto el cristal.

En una cafetería te pediste un té, yo un café cortado.

Siempre te gustó el muslo, a mí la pechuga asada. Mitificabas el compromiso de Lennon y sus gafas redondas; yo quería convencerte de que el único compromiso de McCartney era Linda, y eso ya es bastante.

Intenté explicarte el achique de espacios según Menotti (Sacchi está sobrevalorado). Tú eras directa como un equipo de Bilardo (Mourinho está autosobrevalorado).

Por las noches en los bares bebías ron, yo whisky del barato. Y después llamaba a un taxi.

En verano, de resaca, por la tarde, en la piscina te comías una tajada de sandía (las uñas de tus pies tenían su mismo color).

Yo, melón.

Siempre fuiste fiel a la telera, yo sucumbí a la moda de la baguette.

Se te saltaban las lágrimas mirando el mar, yo siempre quise escalar una montaña.

Lo querías todo, a mí no me importaba nada ¿o era al revés?. Ya no me acuerdo.

Lo nuestro era imposible. Todo lo demás, no.

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