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Volare y sus cosas previas

Alba Ramos

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No hace mucho que mi amiga María me dijo que no le gustaba nada ir al aeropuerto. Ella no tiene miedo a volar por lo que no entendí el por qué de no querer pasar un rato ameno en un sitio al que vamos poco (perdónenme los lectores modo vuelta al mundo on) esperando coger un aparato que vuela de forma mágica (para que no entendamos, un poco rollo Fujur) y poder repasar las normas de abordo, hasta que, claro, salimos con retraso.

Entonces, mientras veía a unas cien personas agobiadas haciendo una cola FAIL para subirse en un avión imaginado que nadie nos había dicho que estuviese ni en tierra ni listo para zarpar, pensé cuánta razón tiene mi amiga y cómo he podido ser tan ignorante de no darme cuenta que los aeropuertos son un auténtico coñazo. Tía, María (esto NO es publicidad), lo siento.

En los aeropuertos al final todo son esperas encerrados en unas cuantas paredes acristaladas, rodeados de tiendas abusivas que hieden a una mezcla de perfumes repugnante y con la única posibilidad de jugar al alma libre y tirarte en sus asientos (Esto... ¿más duros e incómodos se podían fabricar? Gracias) o gastarte medio jornal en un café (no te engañes, todos sabemos que si picas en pedir algo al final no es sólo el café, despídete de los imanes de recuerdo, se acabaron las compras) mientras paseas el equipaje de una lado a otro deseando largarte de allí.

Ya sólo los preparativos dan toda la pereza. Porque antes de ir a un aeropuerto hay que pasar un trance desagradable: el momento maleta. No quiero dejar de mandar un saludo y agradecimiento a las compañías low cost que nos han enseñado (al menos yo me doy por aludida) a resumir un bulto y no llevarnos siete camisetas y tres pantalones para irnos de fin de semana (en serio, ¿pero que nos pasa con el acumule loco de prendas y enseres? ¿estamos locos?).

El caso es que uno llega al aeropuerto, hablando en plata, con los cojones de corbata pensando si el personal de tierra le hará la bromita de tener que meter la maleta en el artilugio ese que tienen con las medidas estándar. Uy cómo no quepa. UY CÓMO NO QUEPA. Que no dejas de mirar para todos los lados observando si las maletas del resto de pasajeros, en este momento enemigos que podrían delatarte en cualquier momento y decir que tu equipaje es más grande, y sólo piensas “maldito empresario, podías haber traído un troller en lugar de la bolsa del portátil y metía en ella el jersey de lana gorda que pensé (estaba segura chico) que iba a necesitar en el mes de agosto en Mallorca”.

Adrenalina en estado puro. Qué tensión y sudores fríos, y qué satisfacción cuando pasas sin imprevistos que te dan ganas de girarte mientras corres por la pasarela camino del avión gritando “¡pringaos! ¡Que llevo aquí la de San Quintín (no sé quien es pero me chifla, de siempre) y pesa más que un yunque!”. No lo hagáis vale, porque la peña que os rompe el folio del billete endespués a veces está dentro del avión. No os la juguéis más por el amor de dios.

Cuidado, y todo este numerito a los pocos minutos de haber pasado la Zona de Embarque. Otra que tal baila.

Las medidas de seguridad me extrañan y mosquean. Vamos a ver, una cosa es que podamos esconder granadas en las cuñas de unas botas (además de un porrón de mierda las que luzcan botas con el rollo ese de piel de Jeti), pero ¿en unas chanclas de playa? Válgame. ¿Es acaso Tarantino el ideador de esa normativa? Me vais a perdonar pero yo hay descalzamientos que no acabo de entender.

El colmo del salvamento absurdo al “vamos a morir todos” me parece el tema de “hey no no, un sólo mechero por persona”. ¿Perdona? ¿Pues no ves que las personas a las que estoy entregando mi clipper y la caja de cerillas van conmigo y todo va a acabar en el mismo bolso? Si te los requisasen a la entrada lo entendería, pero así solo veo que sirva para hacerte sentir más fumador de lo que eres (pocas veces en la vida poseemos más de un mechero que funcione, la verdad es que son momentos bonitos que así como que se estropean, en serio, pensadlo antes que es hacer daño gratuito).

En general, el aire acondicionado en los medios de transporte es mortalmente frío. Yo no sé a quién le pareció buena idea que vivamos a 21 grados pero vamos, que le tengo un odio infinito. Claro que en el Ave (sí caris, a veces he viajau como los ricos y todo, soy de un vivido que no me creo) sabes que no vas a morir congelado por un fallo en la presión porque 1. estás sobre el suelo firme y, 2. no te han contado en varias películas y series (especialmente recuerdo un capítulo de 'Entre Fantasmas' donde se cargaban, por la cara, a doscientas personas congeladitas en un vuelo y a la Jenny Love Hewitt ni se le movía la pestaña postiza, chica, qué creíble y buenísima eres como actriz, una pasada vaya) qué si falla algo pues ahí te congelas vivo y luego hasta más ver. Buen rollo no da, si hay opción de poner calefacción yo voto sí (claro que no creo que hagan nunca referéndum para preguntarlo, ¿o esto sólo pasa en este país? Uy, igual es complicadillo entonces...) .

Y es que son sitios muy de cinede cine. En un aeropuerto puedes perder a tu hijo Kevin cuando vaya a por pilas para su grabadora (que luego, todo sea dicho, le será muy útil en la trama) y darte cuenta una vez en el aire de que no hay crío, ligar con Aitana Sánchez Gijón tras una dieta extrema como Christian Bale, habitar a modo de frontera a lo Tom Hanks o tener trillones de flashbacks y flashforwards a lo 'Perdidos'. Si es que dan para mucho como escenarios, yo aún confío en que hagan un flim (sí como el de cocina), que narre qué se hace con todos esos dnis que perdemos (hola, qué tal) entre que se lo muestras a uno y a otro (mientras no dejas de pensar si tu maleta familiar pasará o no por alto) que bien podría ser 'Amelie II, le fabuleux destin du voleur d'identités' porque ya lo de las fotos carnet se le hacía ná y menos, crisis con el novio... No sé, cosas.

Los niños (esos LOCOS bajitos) son también protagonistas de cualquier vivencia en un aeropuerto. Siempre está el que va de listo y ultravivido y narra en la tonalidad más alta que pueda modular lo bien que ya se conoce las normas de seguridad de los aviones (ya chavalín, pero como caiga la mandanga del oxígeno, ¿sabes quién va a tener que esperar que su mamá se la coloque primero? Yo de ti reculaba), los que llevan en sus mochilinas, a modo de entretenimiento, más dispositivos electrónicos que un escaparate de Darty (¿han quebrado ya? Porque el nombre me parecía lo más) y, cómo no, los niños que se suben en la cinta del equipaje para darse un voltio cuando comienzan a salir las maletas. Quiero mis cosas, no tus risas.

Hace años que el duty free es el estafón de la vida. ¿Pero eso no era que el tabaco y el alcohol eran más baratos? Yo no sé si en los estancos me hacen 'precio amigo' o es que 'soy de Letras', pero mi móvil (Yomi, más majo) tiene una calculadora que va lenta sí, pero indica que eso es MENTIRA.

La gente que se emborracha o droga para poder volar es lo más (y no, no hablo de Melendi que yo no sé por qué narices nos viene a la cabeza ante tal recreación mental ni por qué no le lanzaron desde 30.000 pies el día que la lío parda y nos ahorraron saber que “sus sentimientos van en chándal”, hosti tu). Para ellos viajar en avión es mucho más relajado, como ir en bussiness. No porque vayan como Las Grecas, sino porque tienen que estar pendientes de pedir alcohol cuando pasan con el carrito absolutamente despreocupados de estar pagando 10 euros por una latilla de cerveza caliente. Bonitos.

Y qué sé yo. Este baile es lo más.

https://www.youtube.com/watch?v=iI_Fp851zFI

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