Placeres terrenales
No sé si han sido las vacaciones y el haber dejado mi mente en este estadoeste estado durante más días de los previstos (y no precisamente porque estuviese fuera de la oficina, jorl), pero he recapacitado en lo mucho que se agradece que en los bares te sirvan el botellín o tercio acompañado de una copa helada recién sacadita del congelador.
No sé si dan placas de esas de tenedores o Estrellas Michelin por estos detalles, pero de no ser así planteo referéndum ya porque casi consiguen hacer llorar a muchos de nosotros. Eh, no, en serio: os queremos.
Se trata de pequeñas cosas, detalles, quehaceres, gestos u olores que se acaban convirtiendo en auténticos placeres terrenales.
Más que de observar cómo se abre el capullo de una flor, terminar de leer una buena novela o sentir el último rayo del atardecer rozar tu mejilla, me refiero a momentos cotidianos como cuando aprendes una palabra nueva que ansías decir y encuentras el momento perfecto para soltarla y… ¡queda fetén!
Es más, la primera vez da tal subidón que terminas por incorporarla a tu hablar diario y se convierte en una muletilla “personal”… Y digo “personal” porque otro gran placer cotidiano es descubrir que una de “tus” expresiones se ha conseguido expandir como la pólvora entre tus conocidos y ríen felices cuando sale por sus bocas “tu” creación (y ya si alguno de éstos es un influencer de moda, conseguir que media España diga “holi”, felicidades).
Genialidades como ir caminando y empujar levemente a alguien que te está ralentizando el paso por la calle para conseguir que se aparte y que tus disculpas y sonrisa ficticia de persona maravillosa sean de Oscar.
Creo recordar que a la tarada de Amelie (lo siento por lo fanes pero su acoso enajenado no es ni mínimamente justificable) le gustaba meter las manos en los sacos de legumbres, pero hay placeres terrenales aún más cercanos sin necesidad de traspasar nuestros gérmenes a nadie tocando productos alimenticios como abrir un poquito la tapa de los botes de champú para percibir su olor y perder unos minutos descubriendo la diferencia entre “frescor herbal” y “spa”. No lo hay.
Apretarse los moratones o quitarse las costras (confesad, que estamos juntos en esto), romper la yema del huevo frito y mojar en ella sin que se desborde por el plato o escoger la aceituna perfecta del cuenco, esa que de un mordisco casi sacas la carne entera del hueso sin tener que rechupetear y rascar con los dientes de cara a tus interlocutores, son apreciados placeres mundanos.
¿Y qué me decís de cuando suena una canción que te vuelve loqui en la radio loqui y tu cara se ilumina cual gusiluz como si llevases sin escucharla décadas? Vamos a ver, si esa misma canción la tienes en casa en una edición especial inédita remasterizada con las toses y carraspeos de los músicos durante la grabación, ¿por qué nos da tal subidón? Pequeñas alegrías incomprensibles.
Algo más viscerales pero siempre placenteros son estornudar cuando llevas medio día con la sensación de necesitar hacerlo dejándote las retinas mirando hacia la luz (Caroline), miccionar cuando se te ha ido de las manos el aguante, y otras relacionadas con sacarte en modo ninja un paluego o ese resto ennegrecido de la uña (OUNI) y sentirte como recién salido de la nube de humo de ‘Lluvia de Estrellas’.
Me encanta ese placer terrenal que ocurre al cruzarte con alguien por la calle que apenas conoces de nada pensando que no va a recordar quien eres y te va a hacer la cobra a distancia y que de pronto te de un efusivo saludo acompañado de una sonrisa deslumbrante. Quizás el Oscar sea también para esta persona, pero ¡eh!, ¿te ha hecho feliz en ese instante qué no?
Recibir correspondencia más allá de propaganda de restaurantes chinos, las próximas ofertas del Día o facturas. No hace falta que sea una postal de Bielorrusia de aquella persona que se acuerda de ti en su vuelta al mundo, a veces incluso el simple catálogo del Ikea (venga vecinos coño, dejad que me llegue un año) es capaz de sacarnos una sonrisa placentera. Ilusiones minutadas. Me chiflan.
Que te pillen en casa los de la lectura del gas. Lo incluyo aquí aunque desconozco si se siente un mínimo placer o alivio. ¿Cómo son? Mientras esto siga así, seguiré pensando que son los padres.
Despertarte histérico a las 8 de la mañana y descubrir que es sábado y no tienes que salir ni de la cama ni tan siquiera al exterior si gustas (ya, entiendo que no todos compartimos esta devoción por el escombrismo humano, ¡pero hablo de ocasiones especiales! Tranquilos hiperactivos de la vida… Ojú).
Que te escriba alguien en quien estabas pensando, además de cuqui, nos dibuja una sonrisa muy bonita. Admitámoslo, es una delicia momentána.
Descubrir que tienes agua fría en la nevera. Lo más de lo más.
¿Y cuándo de pronto te enteras de que un amigo lleva todo el día con la canción que llevas escuchando en loop desde hace horas? Eso, además de hacerte comprender que no sólo tu eres un quematemas, es bastante mágico.
https://www.youtube.com/watch?v=mjQrmo37HEs
Un pequeño gran placer amigos.
A sus pies.
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