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Cambio de armario

Alba Ramos

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Separar la ropa de invierno de la de verano y guardar a su antagonista en el altillo cuando se da el cambio de estación, es sinónimo de que te estás haciendo mayor. Eso, o que asumes que vives en un espacio reducido y que llevas todos los días la misma ropa porque dentro del armario no te caben las manos entre prenda y prenda y sólo usas lo que tienes sobre la silla. Súper cómodo.

A mi me ha tocado hace dos días (que ya estaba bien de calzarme una media tupida bajo un vestido veraniego y usar el pareo de bufanda) y, francamente, se me había olvidado lo tedioso que es. Qué horror. Ahí están los pantalones que jamás debiste comprar como nuevos, y aquel jersey tan bonico que tantas ganas tenías de ponerte comío de bolascomío . Fantástico.

Llega el momento: bajas la saca del altillo y empiezan a aparecer trapos que ni recordabas. Que incluso te preguntas para qué te has comprado nada en los últimos dos años si al final siempre usas lo mismo. Bueno, por si te da por montarte un showroom en casa, que suena de lo más molón.

Bajón total cuando te das cuenta que todo lo que sale de las bolsas es el horror o que no te cabe nada. Y al contrario cuando de pronto un bañador de cuando tenías 18 años te queda brutal.

A todo esto, una pregunta: ¿cuándo se tira un bañador? Porque lucimos la lycra blanquecina durante años bajo la excusa de que nos queda fetén ese traje de baño (no me puede chiflar más llamarlo así) pero no sabemos cuándo parar. Se nos va de las manos. Incluso aunque la goma ceda locamente y estemos luciendo hucha permanentemente lo guardamos para el verano siguiente. Por el amor de dios, ¿alguien puede asesorar en este tema? Gracias jo.

Luego está la fantástica idea de guardar ropa infame pensando que quizás te pueda servir para un disfraz en el futuro. Somos la leche.

Uy, esto no lo tiro y lo guardo para hacer deporte o para dormir. Te dices, Pero luego, optas por no moverte del sofá y siempre te regalan un pijama en navidad (en verdad a mi NUNCA, molaría que pasase, ahí dejo la idea) así que, ¡más trapos! Escoge la saca que les toque y al altillo. En seis meses sorpresón.

¿Y cuándo te encuentras camisetas detestables estampadas con fotos y dedicatorias de personas a las que hace más de una década que ni ves ni hablas? Tirarlas ni te lo planteas. Culpa a la diogénesis explosiva de esto, cúlpala.

Total, que sacas unas ropas y toca guardar otras. Pero, claro, surge la duda. ¿Qué haces? ¿Guardas todo lo de verano o dejas algo para el entretiempo? Palabra mágica.

A veces me pregunto si verdaderamente existe el entretiempo. Ese momento en el que sales de casa con abrigo y vuelves en bikini (en realidad vuelves sudando en modo Camacho on, estaría guay que la ropa se fuese autodestruyendo a medida que el día pasa de 7 a 34 grados), de duración indeterminada y siempre sorprendente cuando decide terminar. No falla: se acaba cuando te habías acostumbrado a él (esto me quiere de sonar...).

Es un pequeño paso para la humanidad -ni pequeño, en realidad se le pela- pero uno gigante para ti cuando asumes que aquella falda de tubo de la talla xs que compraste en unas quintas rebajas NO TE VA A VALER NUNCA. Y la donas, la regalas o te haces trapos de cocina. Y a vivir.

Luego está el rollo ese del fondo de armario. Esto ha hecho mucho daño. Que si siempre hay que tener una camisa blanca, un pantalón negro o un jersey de lana gorda (que anda que ocupan poco) por si te haces montañero o llega El fin del mundo y hace frío. Pero esto era más antes. Hoy muchos fondos de armario se centran en varias camisetas de rayas y entre dos y tres vaqueros. Medio rotos sí, para algo están al fondo.

Me encantaba una movida que vendían en la teletienda que metías la ropa en bolsas bestialmente grandes pero si le enganchabas el aspirador ocupaban cero. Envasar la ropa al vacío, vaya. El caso es que con eso ahorras espacio pero la ropa sale hecha un boñigo. Claro que la extraes exactamente igual de arrugada si la guardas con mimo y amor y en espacios separados. Hay una camisa en mi armario que me mira mal desde hace tiempo porque JAMÁS me la pongo sólo por no tener que plancharla. Vamos a ver tía -sí, hablo con las cosas-, ¡es que te arrugas con la mirada! No compensa sacar la plancha de la caja, creo yo. Vamos a esperar a que vuelvan la moda hippie de prendas arrugadillas y ya vemos, ¿va?

Los cajones de la ropa interior son un mundo aparte. Como, por lo general, el uso de estas prendas se mantiene al margen de los cambios estacionales, son pocas las ocasiones en las que tomamos la decisión de hacer limpieza en estos lugares. Y de pronto, te da por ahí y salen todas esas bragas que no recordabas tener. Eso es: puedes hacerte unas cortinas.

Ahí están, cómo no, los calcetines solitarios y la eterna pregunta: ¿dónde coño se irán sus parejas? Se viven rupturas en tus cajones y ni tan siquiera te dan una explicación. ¿Para cuándo un Tinder de calcetines? No nos gusta su soledad maldita sea.

Y a veces, en esto que reordenas ese cajón olvidado, aparece la camiseta de Aquel. ¿Por qué no la has tirado? Tu sabrás. Parece que llevarla de un hogar a otro es su sino. Porque sí, cuando nos mudamos, nos llevamos todas estas montañas de absurdeces vestimentiles.

De ahí surge ese momento mercadillo. Me chifla ver a amigas con ropa que fue tuya. Lo malo es la vergüenza que pasas cuando abres la saca de prendas que ya no te están y ves sus caras de asco. Porque aunque digamos el clásico “lo que no te guste lo tiramos”, da corajazo que algo que en su momento creías que era bonito, el resto lo vean como el horror en vida.

Armarios y joyeros. Yo no llevo ni pendientes, pero miedo me da lo que podáis estar acumulando ahí. Miedo.

A vuestros pies.

Llevéis calzado de entretiempo o de invierno.

https://www.youtube.com/watch?v=2OOTr04YTwE

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