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¿Saben aquel de los espárragos?

Manojo de espárragos

Aristóteles Moreno

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Mis espárragos se consumen en Alemania mientras que aquí comemos los del Perú

Carmen Quintero Agricultora

Dos camiones tienen un accidente en la frontera franco-española. Uno procede de Andalucía con destino a los Países Bajos. Y el otro viene de los Países Bajos en dirección a Andalucía. Cuando llegan los agentes de la Guardia Civil para cumplimentar el atestado de tráfico, descubren sorprendentemente que los dos llevan la misma carga: tomates. La anécdota figura en un libro imprescindible escrito por un sabio afincado en Córdoba llamado José Esquinas. La obra se titula Rumbo al ecocidio y es de obligada lectura para entender hacia qué clase de abismo dirigimos el planeta en las últimas décadas.

Cada alimento que consumimos en España viaja entre 2.500 y 4.000 kilómetros. Al coste originario de cada producto habría que sumarle, por consiguiente, el correspondiente del transporte y, lo que es peor, el derivado de la emisión de gases de efecto invernadero. Suponiendo (que es mucho suponer) que el calentamiento global y sus catastróficas consecuencias para la humanidad pueda ser cuantificado en euros.

Lo curioso del caso de los tomates es que parece un chiste de taberna. El bueno de Eugenio agarraría el cigarro con la izquierda y el vaso de güisqui con la derecha para deletrear con parsimonia catalana el sinsentido de los camiones que atraviesan Europa para vender lo mismo. Pero no es un chiste. Es el absurdo en que hemos convertido el sistema agroindustrial planetario que gobierna nuestras vidas.

Cualquier racionalista cartesiano observaría esta realidad incomprensible como quien examina un artrópodo a través de una lupa. Y llegaría a la conclusión de que resulta más lógico que los andaluces se coman los tomates que producen y que los neerlandeses hagan lo propio con los suyos. Eso es lo lógico. Pero el poderoso engranaje agroalimentario se mueve por coordenadas inexplicables que desbordan el mundo racional que usted y yo conocemos.

Antes de ayer trajimos a estas páginas otro episodio verdaderamente surrealista. Carmen Quintero es agricultora y produce espárragos en una finca de Puente Genil. Y, en un momento determinado de la entrevista, confesó lo siguiente: “Mis espárragos se consumen en Alemania y aquí comemos los de Perú”. Entre Puente Genil y Alemania hay 2.457 kilómetros, mientras que entre Perú y Puente Genil 8.926. Si sumamos las dos cifras obtenemos la friolera de 11.383 kilómetros lineales.

Ignoramos cuántas toneladas de dióxido de carbono generan los dichosos espárragos viajando de un lado para otro del planeta aunque todo indica que el mundo se va al carajo sin remisión. Pero, ¿y lo que nos hubiéramos reído con el chiste de Eugenio?

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