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Petra y el derecho a la ciudad

Elena Lázaro

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Cada día, desde hace algo más de 40, Ons insiste en caminar los 100 metros que separan nuestra casa del parque por el que solía pasear en la vida a.C. Le dejo hacerlo porque no hay raza más tozuda que los teckel y porque a estas alturas del confinamiento acepto que me dé órdenes hasta mi perro.

Esta mañana hemos vuelto a recorrer el mismo camino, pero la sorpresa ha sido mayúscula (para él, para mí no porque ayer leí la noticia en twitter): ¡la puerta estaba abierta! Y no sólo eso. Nada más entrar nos hemos cruzado con tres de las fijas de la perroquia. Petra y sus dos canes paseaban a la misma hora que nosotros por el Parque de la Asomadilla. Eso es puntería. La única diferencia es que esta mañana todas íbamos atadas de la cadena, algunas visibles y otras no tanto.

Petra sopló 77 velas la última vez que pudo celebrarlo con sus hijos. Es una mujer dura. Anda erguida y camina con un paso firme. En la otra vida nos saludábamos de vez en cuando y desde que Ons era un cachorro nos ha aconsejado sobre cómo cuidarlo. A Petra hay que creerla, porque habla con el aplomo y la serenidad de las sabias.

Hoy nos hemos saludado a la distancia que marca el BOE y agradecido de lo afortunadas que somos por vivir tan cerca de un espacio tan bello como este parque.

Yo, como enteradilla progre que soy, he iniciado un discurso sobre la importancia de las ciudades. Lástima no haber traído hoy la camiseta del “Derecho a la ciudad” porque me hubiera quedado bordado. Por si acaso, mientras charlábamos he ido escribiendo mentalmente los 240 caracteres del tuit sobre la relevancia de las smart, healthy  and connected cities. He pensado incluso en un hilo con varios enlaces a artículos sobre el internet de las cosas en las ciudades, el transporte sostenible y un par de menciones a influencers de la cosa. Hasta una storie en Instagram había anotado mentalmente cuando he caído en la cuenta.

El parque que mi perrete y yo pisamos cada día es el resultado del activismo de quienes habitaron estas calles en los años 80 y 90 del siglo pasado, cuando la red no se escribía con W sino con V de vecindad. Las asociaciones vecinales del barrio en el que me crié y al que volví después de habitar otras ciudades fueron las artífices de la transformación de una vieja finca expropiada parcialmente por el gobierno municipal de Julio Anguita para construir primero un colegio y un instituto y un parque, después. Costó más de 20 años transformar aquel olivar casi abandonado en lo que es hoy. Y Petra… Petra, que llegó al barrio hace medio siglo (por su acento diría que desde el norte de la provincia), me ha contado esta mañana cómo acudieron al Pleno Municipal todos los vecinos, cura incluido, a comprobar que el alcalde daba el visto bueno al inicio de todo aquello.

En una charla de apenas cinco minutos me ha borrado el tuit y la storie para devolverme una imagen 1.0 en la que la gente era capaz de organizarse para reivindicar lo que es necesario, para hacer su cuidad habitable, sin necesidad de esperar a verlo en el programa electoral de ningún partido y sin ponerle etiquetas con almohadillas.

Tardaremos en volver a vernos porque la Policía Municipal nos ha disuelto y advertido que el parque es para los niños y no para los perros, pero yo seguiré buscando a las Petra que habitan las calles y construyeron al volver la Democracia, el derecho a la ciudad y a todo lo demás.

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