Ojos como círculos
En el cole me llamaban búho por la forma y el tamaño de mis ojos. El mote no es un derroche de ingenio, pero a Miguelito, el gamberro de mi clase, tampoco se le podía pedir mucho más: bastante tenía el pobre con rebautizarnos a todos.
El caso es que siempre que algo me sorprende pienso en lo mucho que disfrutaría viéndome abrir los ojos como platos. Casi puedo oírlo: “mirad, miradla, menuda pinta, parece una lechuza, juajuajuaja”.
Esta semana Miguelito se me ha aparecido dos veces y en las dos ocasiones ha sido invocado por alguien llamado Ana.
Una de ellas peina canas y se dedica al coaching. La conocí en una reunión de trabajo. Pasó dos horas hablándome de círculos. Está el círculo de confort, donde nos sentimos cómodos; el de preocupación, en el que cabe todo aquello que nos quita el sueño, y el de influencia, donde entran los detalles de nuestra vida en los que podemos incidir. Esas cosas que podemos cambiar y que nos restan quebraderos de cabeza.
Ya les digo: dos horas hablando de círculos y lo sorprendente es que no acabé mareada, sino con la boca abierta y algo alucinada al ver cómo aquella Ana me exprimía emocionalmente. Me hice la estrecha todo lo que pude, que conste, pero acabé bajándome los pantalones y entrando en el juego psicológico, dándole vueltas a la cabeza tratando de dar con la fórmula mágica para ser feliz. No la encontré, claro.
Volví a casa y me encontré con otra Ana. Igual de flaca pero con muchos menos años, 9 recién cumplidos. Y me dijo sin rodeos: “mamá, hoy ha sido el día más feliz de mi vida: he sacado un 9 en Lengua, la seño no me ha tenido que reñir ni una sola vez y he metido tres canastas en el partido de baloncesto” (cierro comillas y abro la sonrisa más grande que cabe en una cara).
Entonces vi a Miguelito y le pregunté: ¿cuándo fue que nos volvimos gilipollas sin darnos cuenta?
No me contestó, se limitó a reír y a señalarme con el dedo mientras corría por el patio “Búho,búho... ”
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