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Máster en B.P.L.

Rakel Winchester

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La culpa no era de nadie. La culpa era mía nada más. Era yo la que proyectaba esa imagen de no necesitar demasiado, de no sentir dolor con nada, de autosuficiencia emocional... Era yo la que permitía que me abrieran su corazón, aparentando calma y neutralidad, sabiéndome de memoria cada uno de sus miedos, de sus amores, de sus amantes... Era yo. Y en ese puesto me había acomodado. En otra vida debí ser la cortesana amante del Rey y de todos los hombres influyentes de su séquito. Esa a la que todos buscaban, esa que ayudaba incluso a tomar decisiones políticas a aquel “comité de mantenimiento” con el que se proveía  de sentimientos su corazón... cuyo cuarto tenía una cama gigante donde únicamente se calentaba la totalidad de la superficie unas horas.

“Que me importa que quieras a otra y a mí me desprecies;no me importa que sola me dejes llorando tu amor.Eres libre de amar en la vida y yo no te culpo,si tu alma no supo querer como te quiero yo...”

Para mí el sexo era un ingrediente más. Comparable con una tarde de sofá y risas con una amiga, con un encuentro para prestar mi hombro y mi pecho permitiendo que me lloraran penas, con un día de montaña para desfogar... Estrujaba a mis amigos -amante de los comportamientos humanos- de todas las maneras posibles. Cuando ya no me quedaba nada más que descubrir de un colega, follaba con él. Así lo conocía mejor y sabía cómo se desenvolvía también en ese campo. Creando un lazo. Y ese era el encanto de la durabilidad de mis amistades.

Y así, cuando quise darme cuenta, me había convertido en la eterna confidente, la amiga a cualquier hora, la siempre dispuesta para quien me necesitara, la celestina, la comprensiva, la mediadora, la consejera, la oyente en silencio... y la que nunca se atrevió a pedir ni se permitió descubrir que su corazón también tenía necesidades.

Necesidad de amar y ser amada.

En el fondo de los fondos fondísimos, me negaba a admitir que me había inventado esta titulación, ese Máster en B.P.L. (Braga P'al Lao) por temor a qué se yo... Y aunque normalmente lo llevaba bien, cierto es que algunas noches me encabronaba conmigo misma y me juraba no volver a repetir y buscar por una vez algo que me mereciera de verdad. Porque no tenía claro si es que ellos eran egoístas o yo una cubresentimientos, o una mezcla de los dos ingredientes.

“Sé muy bien que es en vano pedirte 

que vuelvas conmigo, 

porque sé que tú siempre has mentido fingiéndome amor 

sin embargo no quiero estorbarte  ni dañar tu vida 

soy sincera y sabré perdonarte  sin guardar rencor. “

Y aquella era una de esas noches. Después de obviar todos sus mensajes de teléfono y comprobar que me iba a visitar igualmente, decidí que me iba a comportar tan fría como me sentía e iba a empezar a cerrar frentes y a eliminar la categoría de “amante”  a muchos hombres de mi vida, empezando por él. Me conocía a la perfección. Sabía que aunque no contestara a sus llamadas ni abriera la puerta, en mi casa  siempre había luz.... y calor.

-Traigo cerveza y chuches... ¿vemos una peli? - ese era el desembocante. El sofá y la luz tenue se convertían en la excusa perfecta para terminar amándonos.

-¿y si escuchamos música y charlamos? últimamente no nos contamos nada... -Me senté en una silla.

Quería evitar el contacto. Desde que nos conocimos, cada vez que nuestros cuerpos se rozaban saltaban destellos de deseo y la única forma que se me ocurría de frenarlo era evitar zonas de riesgo.

-Vente aquí conmigo, ¿sí?

-Hoy no...  Bueno, necesito estar un tiempo sin alimentarme de estos encuentros. Ya lo hemos hablado otras veces y creo que hoy es el día de parar...  Me siento en el sillón, pero porque voy a poner otra canción, ¿vale? -se puso serio al escucharme... y con cara de perrito abandonado susurró....

-¿Así, sin más, sin una despedida?- estaba convencido de que hablaba por impulso, como miles de veces, y que se me pasaría en cuanto follásemos.

-Mejor que no, que me conozco... y además, no tengo ganas, en serio...  No te culpo a ti. Ni a nadie.... Pero estoy tremendamente cansada. Cansada de ser como soy, la mendiga de los ratitos libres de los demás. -él, que conocía cada una de mis historias de amor, bajó la mirada y me dio la mano...

-Sabes que a mí me puedes llamar cuando quieras... -me aparté y solté su mano.

Se me pusieron los ojos de Heidi, algo que odiaba porque el llanto me impide hablar...

-Nunca sé si será buen momento, ni el tuyo ni el de nadie... Nunca sé si molestaré. Hasta nuestras conversaciones son una lotería; nunca sé si profundizar en un tema porque la charla puede acabar en cualquier instante. En cuanto algo más importante de “sus vidas de verdad” ocurra.  O más cotidiano.  Y puede retomarse en un rato... en una semana... o nunca. La disponibilidad absoluta que yo regalo nunca existirá en ellos. Nunca me permito pedir. Nunca. Porque ellos nunca sabrán lo que necesito... ¿Y al final cómo me veo? Sola. Porque quiero, porque no hay más remedio, porque yo me lo busco, por lo que me quieras contar....pero sola.  

Me echó la cabeza en su pecho...

“No creas que siento despecho  de ver que te alejas, 

si me dejas por un nuevo amor,  te dejo también 

por que al fin con el tiempo el olvido curará mis penas. 

Sigue feliz tu camino  y que te vaya bien. “

Mientras me acariciaba el pelo pensaba en mi estupidez...

La primera vez que viví una relación de éstas, me consolé con el karma. Que habíamos sido importantes el uno para el otro en una vida pasada. No estaríamos juntos en la presente, pero nos amaríamos siempre.

Cuando llevaba diez  historias semejantes, comprendía que ni karma ni hostias.  Que la limitación me la ponía yo.

Ser  siempre la otra.

Mi función venía a ser colaborar en arreglar sus matrimonios, enseñar a cuidar a sus novias, a desengancharse de sus torturas, a volver con sus vidas, a hacerles ver que yo me alimentaba de la nada, que me daba igual...   Por lo que yo, tonta de mí, colaboraba en que se alejaran. Era yo...

No sabía el motivo pero estaba rodeada de hombres con tara que me adoraban, pero desde el calor de sus casas, a escondidas. ¿Y mi llanto? Mis lágrimas quedaban para mí nada más y, si tenían un hueco, para derramárselas en el pecho en nuestras noches secretas de pasión asalvajada.

Mientras ellos cumplían sus fantasías conmigo, yo me recargaba de cariño... me era más fácil en la cama, no podía remediarlo.  Ahí no tenía que hablar, porque hay sentires imposibles de traducir en letras, pues antes de salir por la garganta, a su paso por el corazón, dejan allí un cachito.

Y así cubrían las carencias de sus vidas con tan poca inteligencia emocional que ni percibían que yo no les daba nada, que tan sólo necesitaba que me quisieran un poquito. Me resistí haciendo esfuerzos sobrehumanos...

-Venga...  -su mano aflojó la presión y bajaba por mi cintura con la suavidad de una pluma sobre mi ropa. Las sentía directas en la piel. Cerré los ojos y recordé cuántas veces me saqué una bota, me quité medio vaquero y follé con él en su coche camino de...

Miles de caminos. Bajo el foco del sol o cobijados por la luna. Sin miedo a ser vistos, sin temor a nada ni a nadie, invencibles, guarecidos en el soportal que inventaban nuestros párpados.

Mientras sus dedos me hacían un B.P.L.  recordé... Recordé...

...cuántas veces me las retiré desde la distancia, regalando mi amor a hombros que nunca sujeté con el deseo que transforma las uñas en garras, donde no existe espacio para el dolor. Cuando mis manos eran sus manos. Cuando guardaba absoluto celibato al tacto real, en una interminable espera que se quedó en eso, en interminable... dejándome a la altura de una película porno que finaliza justo cuando el kleenex seca las manos.

Su toque cálido surcaba mi montañita y mi mente surcaba mis recuerdos. Y en ellos flotando la esencia de quien me acarició así, de quien deseé que me acariciara hasta conseguirlo y hasta de quién nunca me acarició. Besé a los dos primeros en la frente y al último le choqué esos cinco. Sin querer, estaba poniendo fin a tanto tormento.

Cuando me cogió en brazos en dirección a la cama evoqué recuerdos de amantes que cegados por el deseo y las prisas me estamparon sin querer la cabeza en el marco de la puerta, amantes que me dejaron caminar sola, amantes que tiraron de mi mano...y amantes que, aun sintiéndolos bien dentro, nunca cruzaron aquel umbral.

Amantes que me desprendieron dulcemente de mi ropa, amantes que me la arrancaron salvajes... amantes por los que no habría dejado ni un pedazo de tela en mi cuerpo. Ni un cachito.

Amantes con los que follé como un animal, amantes a los que atrapó Morfeo en el intento, amantes a los que dormí a conciencia en un descuido con un ea, ea... amantes que no fueron capaces, y los que tuvieron miedo. Los que lloraron conmigo, los que casi mueren de risa. Los que me quisieron de verdad, los que hubieran querido más y hasta por los que hubiera dado la vida porque me quisieran un ratito na más.

Los suaves, los huesudos, los gorditos, los peludos... y los que me resigné a soñar porque estaban hechos de tronco de olivo seco. Los que me colmaron a caricias, los que me permitieron lamer sus hombros, los que me abrazaron hasta asfixiarme, los que me escucharon, los que me aburrieron, los que me dejaron sin aliento, los que se refirieron a mí como suya, los que me consolaron y me dejaron respirar de su pecho cuando ya no me quedaba más aire, y hasta los que no permitieron un solo beso. Ni uno.

Su cuerpo era el instrumento... el que me acercaba a todos esos hombres por los que sentí la conjugación al completo del verbo AMAR, o alguno de sus tiempos.

Se escabulló por entre las sábanas, bajando por entre mis piernas y cerré los ojos reviviendo a quien succionaba mi sexo con brutalidad, al que me lamía de lado a lado, al que recorría mi clítoris con la punta de la lengua, al que la metía violento en mi vagina, al que me sujetaba tan fuerte los muslos que me dejaba cardenales, al que me hacía sufrir jugueteando por los alrededores, al que agarré de los pelos para separarlo porque creía que se me iba a parar el corazón, al que fue un caballero y me permitió correrme primero, al que nunca se arrodilló ante mí, pero me regaló una caricia liviana en un tobillo...

Salió de entre las profundidades, dispuesto a penetrarme... y de nuevo los fantasmas de amantes que me la metían tan profunda que pensaba que se me iba a salir por la boca, a quienes me provocaron no dejar de estrujarme el vientre de gusto,  a quienes me hicieron contener la respiración más tiempo del que soy capaz de estar bajo agua ...y sin ahogarme, a quienes me apartaban con delicadeza el pelo de la cara para verme chillar de puro gozo, a quienes me besaron sin ser correspondidos porque, sencillamente, yo no controlaba ya mis gestos, a quieren me hicieron sonrojar cuando se me derramó la saliva en su cara, y me permitieron arañar sus costillas... y hasta a quienes me dieron un giro inesperado y me penetraron desde atrás mordiéndome la nuca hasta dolerme.

Quise cabalgar arriba cuando sentí aquel nudo en la garganta... El clímax se avecinaba y las emociones iban a brotar de un momento a otro por mis ojos. Todas a la vez. Y ahí su torso se convirtió en el cuenco donde vaciar mi pena... Porque ya no había diferencias. En eso siempre elegí bien. Recordé el pecho fuerte, el cubierto de vello, el liso, el duro, el blando, el ancho, el de cuarta y media... Pecho que se hacía cóncavo cuando estaba a punto de correrme, preparado para recoger mis sentimientos callados,  donde derramé tantas lágrimas de placer... para luego acurrucarme suspirando hasta recomponerme. Sin decir nada otra vez.

Pecho del que me estaba despidiendo, cansada de traducir mis palabras en llanto y permitiendo siempre que quedaran allí...hasta evaporarse.

“Que te vaya bien.... Que te vaya bien... Que te vaya bien... ”

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