Beso, amor y dedos...
-Me acuesto con tu aroma y me despierto oliéndote. Es una extraña sensación.
-Anda, anda... ¡Si no me has olido nunca!
-Pero te oleré... y sé que no será distinto.
-No te voy a negar...-hizo una pausa- que yo también pienso en tí. Pero... ésto ha de tener truco. No te conozco.- Respiró hondo y la garganta se le llenó de tristeza mientras hablaba.
-A mí me hace feliz...
-Si mi piel ama a tu piel... pronto... mientras dure esta sensación... juro... que no pensaré tanto. Pero... si el tiempo pasa... y no se produce el encuentro... puede que HUYA.
-Y lo entiendo. Pero haré que no he oído nada. Así que me voy a acostar pensando igual que pensaba antes de escucharte. -y colgó el teléfono.
...Ella lloró. Lloró porque le había producido tanta pena decírselo, que el sentimiento no pudo evitar expresarse. Y desde ese instante zanjó todo no dejando espacio a la posibilidad.
Y nunca más volvió a coger el teléfono. No quería seguir engordando aquello que le envenenaba las entrañas. Ni siquiera esperó “ese tiempo”. Ni un minuto, ni un segundo. Era absurdo, imposible. No acertaba ni a recordar en qué momento su sangre comenzó a arder con esa voz. Aquello no existía. Aquello era un invento de sus carencias. Y aquello se evaporaría con la misma velocidad con la que nació. Era una orden.
...Y cada noche iba recomponiendo con pedazos de sentimiento su rostro... el interior de su mirada, sus labios, su sonrisa... Y dejaba un huequito en su colchón, en su almohada... Cerraba los ojos y pasaba el brazo por debajo de su cuello, aferrándose con el otro a sus costillas para que no se escapara. E iba notando cada uno de sus huesos para no dejar ni un resquicio de ese cuerpo amado sin reconocer.
Acariciaba su pelo, su frente... besaba su cara. Pasaba sus dedos dulcemente por su pecho, por su vientre... volviendo a subir hacia su boca... Y él se dejaba llevar embriagado por su esencia, inmóvil. Tocaba sus manos, sus dedos, casi desde el aire... Se agarraba a su pulgar, aquello que tanto le consoló siempre. Cerraba los ojos más fuerte perdiendo la noción de la realidad...
..Y entonces él se incorporaba y le retiraba un mechón de pelo de sus labios entreabiertos que esperaban con rabia que se introdujera en ellos. Y saboreaba su lengua. Lentamente. Su lengua carnosa y jugosa que remolineaba con la suya fundiendo sabores de amor dulce. Agarraba sus pómulos y la besaba sin descanso mientras ella estiraba sus piernas y movía los deditos de los pies luchando por no abrazarlo hasta hacerlo desaparecer...
...Y él le daba bocaítos minúsculos por la barbilla, recorriendo su piel, hasta los pezones, succionando deseos que recién despertaban de su coraza. Y ella ahora mantenía bien abiertos los ojos por debajo de sus párpados, pero esta vez no para que fluyeran mejor las lágrimas, sino para ver con más claridad. Y nacía tanta tensión en su interior por aguantar el placer, que temía convertirse en un calambre toda ella, retozando en las cálidas sábanas de sus sueños. Aspirando cada molécula del aire de su habitación con agonía con la angustia de que explotara alguna en otro lugar que no fuese su corazón.
...Y comenzaba a sentir ese fuego de metal bajo su ropa... cuando él deslizaba la mano por encima de la tela de sus braguitas de lunares, abarcando su ...antes montaña, ahora picos de Europa... convertido en volcán del que emergía el magma que hacía que sus dedos resbalaran por sus labios, por su clítoris, hasta adentrarse en las profundidades de su vagina y querer ella anclar el tiempo para siempre en ese justo segundo. Para siempre. Ese instante de elevado placer en que la vida no tenía sentido alguno, si no era con él. Beso, amor y dedos. A la vez. No necesitaba más. Movimientos paralelos en uno y otro lado. Sentir su lengua y sus dedos. Sus dedos y su lengua...
...Y en lo que dura un chasquido no diferenciar lengua de dedo. Dándole todo igual, perdida... Las caras, los gestos, los gemidos...
...Y con voces fabricadas apenas con vaho se contaban lo mucho que habían deseado ese encuentro, lo eternas que pasaban las horas si no estaban unidos en aquel colchón. Y ella se tumbaba boca arriba abriendo sus piernas dejando el hueco justo para el encaje perfecto. Y mirándole a los ojos hasta traspasarlo, sentía su honda penetración que apretaba con sus músculos para sentirlo más y más suyo. Él levantaba sus piernas con una mano, agarrando con tacto sus finos tobillos, adentrándose en sus humedades una y otra vez sin perderse ni un detalle, alimentándose de vez en cuando del placer que cubría su rostro, de la visión de sus manos arañándose el vientre, agarrando sus pechos, dejándose la nuca en la almohada...
...Y salía... y la besaba. Y observaba curioso sus labios hinchados, y de nuevo esos dedos buscaban, como quien apura el fondo de un tarro de nocilla, otro poquito de amor. Ella gritaba. Ella se estremecía. Ella se alimentaba de besos, amor y dedos...
Y cuando ya estaban saciados de cansancio, que no de querer, pues hubieran dejado hasta de comer por permanecer adheridos con esa masa de ternura que brotaba de sus pieles... se acurrucaban uno en el otro en un bello letargo. Y hallaba la paz.
Y cada mañana sonaba el teléfono y ella lo escondía bajo el cojín de su sofá, no queriendo nutrir aquel imposible. Y pasaba los días preparando su cuerpo, colocando flores en su pelo, cuidando sus gestos, sintiéndose observada y creyendo que aparecería por cualquier esquina para venir en su búsqueda. Sintiéndose abrigada por sus canciones, banda sonora de su espera, único sonido que ordenaba al infarto mantenerse quieto. Matando los sueños de su amado por salvar la vida a los suyos.
Y cambiaba sus sábanas delicadamente, perfumando su hueco, deseando que llegara la noche para retozar junto a él.
Y sus besos. Y su amor. Y sus dedos.
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