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ENTREVISTA N&B

Rafa Ruiz: “A los periodistas nos tiene que dar igual lo que quiera el lector”

Entrevista N&B al periodista Rafa Ruiz

Juan Velasco

25 de enero de 2025 20:28 h

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La mañana del día en el que Rafa Ruiz (Córdoba, 1974) recibió el Premio Córdoba de Periodismo a la trayectoria profesional, se levantó, se hizo un café y se puso a repasar una pila de apuntes. Ese mismo lunes por la mañana tuvo un examen. Lleva unos meses matriculado en Filología Hispánica y cuenta que no se le dio mal, pero que volver a estudiar y memorizar le está costando un mundo, tras 30 años trabajando a base de un deadline concreto: un periódico nuevo cada día.

Por la tarde, aparcó sus habituales camisetas, se vistió con una camisa y chaqueta -sin corbata, no nos pasemos-, y se fue a recibir el cariño y el reconocimiento de sus compañeros de la prensa de Córdoba. Y fue feliz, a pesar de que, cualquiera que lo conozca, sabe que su lugar habitual no es delante de los focos ni recibiendo palmaditas en la espalda. Dos días después de aquella noche, se cita con Cordópolis en la taberna Santi, en el Realejo, donde se le suele ver con un café y un periódico entre las manos, viviendo a un ritmo más pausado que el que llevaba hasta hace poco, cuando ejercía su personal estilo de periodismo desde el diario ABC, dándole las mañanas a no pocos personajes de la ciudad.

El periodista Mariano Rosa, un veterano de Diario Córdoba definió una vez a Ruiz de forma tajante: “Es Woodward y Bernstein. Los dos a la vez”. En sus treinta años en activo, Ruiz se ganó la reputación de periodista incómodo y columnista incisivo. Él dice que ha tenido más paciencia y tesón que talento para ganarse los galones. Y, hablando con él, parece obvio que no le ha importado demasiado granjearse algunos enemigos. Pero, con mayor o menor cercanía ideológica, hay pocas dudas en el periodismo cordobés de que una firma como la suya es más que necesaria en tiempos de ruedas de prensa sin preguntas. La pena es que, como cuenta a continuación, se haya tenido que marchar sin poder cumplir su deseo de ser el último en cerrar.

Un tío con un móvil no tiene nada que hacer para controlar los excesos del poder

PREGUNTA (P) ¿Cómo has vivido los últimos días a nivel emocional y personal?

RESPUESTA (R) Pues muy extrañado, porque no estoy acostumbrado a este tipo de cosas, tío. Yo, si te fijas, he tenido una trayectoria muy alejada de los actos de representación y de la presencia pública. He trabajado sin más, interno. Entonces, a mí estas cosas me impresionan mucho. De hecho, no lo llevo bien. Y me cogió muy por sorpresa en el momento. Agradezco muchísimo el acto de cariño y de solidaridad y de reconocimiento, pero sigo muy extrañado porque no estoy acostumbrado. Y digo, premio, en singular, porque es la primera vez. Nunca había ganado nada. 

P. Hostia, eres como Hitchcock, tío. A Hitchcock nunca le dieron el Óscar, le dieron directamente el honorífico. 

R. (Se ríe) En la época final del PSOE en Andalucía presentamos la investigación de Guadalquivir Futuro a los Premios Andalucía de Periodismo. 

P. ¿En serio?

R. Sí, claro. No nos lo dieron, evidentemente. Yo creo que fue la única vez que nos presentamos y lo hicimos por trolear el concurso. Pero era la primera vez. Ya te digo, tampoco me he presentado nunca, no he estado nunca en ese tipo de historias. Y esto del lunes, pues me llamó Ricardo Rodríguez Aparicio cuando se decidió. Me pilló, además, de quimioterapia. Y la verdad que fue un shock, tío.

P. ¿Estás más acostumbrado a estar en la sombra y supongo que crees que ese es tu sitio?

R. Claro que es mi sitio. Es que es donde yo me siento bien. La parte de relaciones públicas y tal creo que es la parte más jodida del periodismo. Y del periodismo local. Eso es lo que hacen los que tienen que comerse eso: los directores y tal. Y los gerentes y la gente de comercial... Eso no está pagado. Pero también hay gente que le encanta hacerlo y que se le da muy bien. Esa gente no soy yo, porque a mí se me da fatal. O sea, a mí siempre me ha gustado mucho el trabajo de redacción de noticias. El resto no me interesa. Porque hay cosas para las que se vale y cosas para las que no se vale nada. Y yo para eso no valgo. Es la pura verdad.

No ponemos en cuestión la autoridad de quien nos arregla el coche, pero sí del que nos sirve las noticias

P. Reconozco que te hago tan en la sombra que incluso yo tuve dudas de que fueras a aceptar la entrevista.

R. Después de tanto tiempo y siendo amigos, no sé, me parece que lo normal es decir que sí.

P. ¿Te sientes incómodo estando al otro lado de la grabadora?

R. Hombre, tengo que decir que yo no he dejado el periodismo por gusto, no lo dejé voluntariamente. O sea, mi vocación por el periodismo es real. Y yo nunca he querido hacer otra cosa. De hecho, he estado en gabinete de prensa muy poco tiempo. He estado tres años de treinta de trabajo. Y ahora, mi sensación es que me faltan cosas y me falta lo que a mí me ha gustado siempre hacer. Pero, aunque me gustaría decir que lo he echo muchísimo de menos, tengo que decir que lo echo de menos solamente. Porque el negocio ha cambiado una barbaridad.

P. Fíjate que tengo anotada junto a esta pregunta la palabra “vocación”. 

R. Es que no he querido hacer nunca otra cosa.

P. ¿Y cuándo descubriste esa vocación?

R. Pues mira, yo ya jugaba con mis colegas de Montoro, donde yo me crie, a hacer periódicos.

P. ¿De niño?

R. Sí. Y estando en el instituto. En mi casa había siempre una especie de cultura del trabajo muy fuerte. Mi padre tenía una granja de gallinas. Me daba la opción de irme con él a trabajar, que es un trabajo bastante duro y bastante maloliente, o buscarme algo. Así que me busqué algo en una emisora de radio que había cerca de mi casa.

P. ¿Qué edad?

R. Dieciséis años. Me pagaban en negro. Cuatro perras, pero para mí era un mundo. Y era independencia, y no tenía que pedir dinero ni permiso a nadie. Estuve así toda la etapa del instituto. Y, cuando tuve que elegir carrera, lo tenía claro. Pedí Periodismo en la Complutense y Periodismo en Sevilla. Me dieron las dos y me decidí por Sevilla. Empecé la carrera y muy pronto empecé a hacer prácticas en el Córdoba. Y cuando entré la primera vez en la redacción del Córdoba, dije: ¡Joder, esto es lo mío!

P. Entiendo que quizás tu llamada fue por la radio.

R. Mi llamada era por hacer algo. Primero por trabajar. Pero claro, una vez que entras en el mundo y ves los micros y ves las tablas… Eso sí, cuando llegué al Córdoba fue muy complicado. Al principio no sabía lo que quería hacer, era un desastre, como todo el mundo.

Si alguien cree que se vive mejor sin noticias, se equivoca

P. ¿Ya destacabas por ser un poquito cabroncete?

R. A ver, el Córdoba era de puta madre. Era un sitio estupendo. Primero, porque hablamos de cómo era el periódico antiguo. Era una redacción con mucha gente, tío. Tanta que funcionaba también de madrugada. O sea, cuando tú te ibas de trabajar -en mi caso hablo de hacer las prácticas, no tuve contrato o no lo recuerdo—, entraban unos señores que eran los de arte gráfico.Y allí se quedaba la gente en las distribuidoras. Y la rotativa entonces todavía estaba debajo. El Córdoba tenía entonces 48 páginas y se imprimía a dos tintas: en blanco y negro y rojo, para la cabecera. En aquel entonces la máquina no daba para imprimirlo del tirón. Había que hacer primero las páginas centrales, y luego las exteriores. Por eso los sucesos iban a veces en la contraportada, porque era lo último que entraba. Pero, a lo que voy, era posible terminar de escribir, bajar a la rotativa y ver cómo se imprimía el periódico. Eso era mágico.

Y luego... estar en un periódico con gente mucho mayor que tú, que te enseñaba era una especie de campamento educativo. Esa gente que te enseñaba a escribir, que te enseñaba cómo se hacía. Eso fue lo que me enseñó a mí a hacer lo que hago. Si yo sé hacer algo, es por los cuatro años que estuve allí. Con María Olmo, con Pepe Rodríguez, con Manolo Guerrero, con José Luis Blasco, con Antonio Galán, que era un tipo importantísimo en esa redacción, con Paco González, con Rosa Luque… El jefe de la redacción era Pepe Murillo y nos tiraba grapadoras, tío. Grapadoras metálicas. 

P. Era un mundo en extinción. 

R. Yo entré con Araceli Ruiz. Era una cosa tremenda, tío. Había que sortear misiles metálicos. Aprendías por cojones.

P. Y entre humo de cigarros, claro. 

R. Entre humos, tío. Yo echo mucho de menos aquel periodismo en el que había mucha gente. Luego yo he estado en periódicos pero no con tanta gente ni con esa historia de redacciones donde entraba gente a todas horas. Llegaba uno para venderte no sé qué y otro para otra cosa... El Córdoba, estando donde estaba, que era un polígono industrial, era un centro social. Era muy chulo.

P. La sensación, escuchándote hablar, es que esto que hacemos lleva 30 años muriendo.

R. ¿Sabes lo que ha pasado? Yo recuerdo la primera vez que tuvimos edición digital fue en El Día. Creo que lo que se ha vivido ha sido una especie de revolución en la herramienta. De hecho, si ahora comparo lo que hacía al empezar y lo que terminé haciendo, las herramientas son acojonantes. ¿Quién nos iba a decir? Yo cuando empecé se decía que los periódicos no daban noticias, que las analizaban. Que las noticias las daba la radio o la agencia de noticias. Ahora, lo más rápido para dar a conocer información es un periódico digital o un periódico en internet. Entonces, tenemos las mejores herramientas de la historia, pero lo que no tengo tan claro es todo lo que nos hemos ido dejando por medio: el modelo económico, la capacidad de tener esos centros de trabajo con gente, con responsables, con suplementos literarios, con productos que pierden dinero a costa de los que ganan dinero.

Y luego se ha producido una especie de contagio del infoentretenimiento. Es que ahora es más fácil encontrarse los diez mejores sitios donde comer jeringos (señala los que hay sobre la mesa), que una información seria, usando todas esas herramientas que hemos encontrado, volcadas en el control de la gestión pública, en casos de corrupción, en controlar decisiones urbanísticas desafortunadas, en el periodismo económico, en el periodismo laboral. Mi duda es más si hemos fallado en aprovechar todo ese tipo de recursos que nos ha servido la tecnología. 

P. Tenemos los periodistas la tendencia a fustigarnos también por esto, pero ¿qué papel juega el lector también? Porque precisamente ahora las herramientas le ofrecen al lector exactamente lo que quiere leer. Y si quiere jeringos, pues toma jeringos.

R. ¿Sabes lo que pasa? Que si te paras a pensarlo fríamente, llega un momento en el que a los periodistas nos tiene que dar igual lo que quiera el lector. ¿Cuál es el tope? ¿el porno? Pues vamos a poner porno en las ediciones digitales si tiene tanta audiencia. No puede ser, ¿no? A nadie se le ocurriría poner porno en una edición digital. Yo creo también que lo que ha fallado también es el modelo de prescriptor. Y ha fallado a todos los niveles. Está pasando, por ejemplo, en la literatura, en la crítica literaria. Llevamos fatal que alguien te diga: “Mira, lo que tienes que leer es este autor y este libro porque son representativos de la literatura de estos tiempos”. Pues en las noticias está pasando lo mismo. O sea, la autoridad, tío. Es decir, acuérdate de la famosa serie Newsroom: “¿Por qué lo hacemos? Porque somos la élite de los medios”. Coño, es que somos la élite de los medios. O sea, es que es nuestra obligación, es que estamos formados para decirle a la gente lo que tiene que saber. O sea, sé que es un discurso que es horrible, pero es que yo sé más de esto que la mayor parte de la gente. ¿Por qué? Porque llevo 30 años, coño. Llevo 30 años haciéndolo.

Es legítimo que trabajes con gente en una redacción que no forma parte de tu ideario

P. Sí, todo el mundo tiene un periodista y un entrenador de fútbol en su interior.

R. Claro, lo que no podemos hacer es no poner en cuestión la autoridad que tiene el tío que nos arregla el coche cuando vamos al taller, pero sí la del que nos sirve la noticia. Claro que el que nos sirve la noticia sabe lo que hace. Es que el negocio se ha vuelto complicado. Mira, yo recuerdo una de las reuniones que tuvimos para reorganizar El Día, en el que nos hablaron de soft news, de noticias suaves. Los primeros que entraron con el rollo aquel de marketing de noticias suaves y tal, los teníamos que haber tirado por una ventana. Y no los tiramos por la ventana. Y así acabó todo. Hablando de los diez mejores sitios para comer churros.

P. ¿Tu reputación te precede? 

R. Y es una cosa que me sorprende. Es una cosa que me sorprende, la verdad. 

P. Cómodo en el periodismo incómodo.

R. A ver, yo me siento cómodo en un tipo de periodismo (Se toma unos segundos). Sí. Es que no entiendo otro. Lo que no entiendo es quien se sienta cómodo en otro tipo de periodismo. 

P. Ese tipo de periodismo es el periodismo que toca un poco las pelotas al poder.

R. Sí.

P. ¿Y qué distingue a un periodista incómodo del resto? 

R. No tengo ni idea. El interés por lo que hace. En mi caso han sido los años. De no quedarme con lo primero. De seguir buscando y volverlo a mirar. Porque además este tipo de historias, si la gente se cree que te llaman por teléfono y te citan en un parking a las tres de la mañana, se equivoca. Son carpetas y carpetas y carpetas de papeles. Y tener suerte. Pero es verdad que tengo una fama. Y es una fama relacionada con el periodismo crítico, y es una fama que me parece cojonuda. Lo que no entiendo es quien se sienta bien con otro tipo de periodismo, sinceramente. No entiendo otra forma de estar en esto que no sea controlando, dándole la mañana a alguien: a un alcalde, a un empresario... Es que no lo entiendo.

P. ¿Crees que la prensa cordobesa es incómoda? 

R. Mira, la prensa cordobesa tiene una... Somos unas madres, en general. Yo no creo que seamos unos destroyers. Pero creo que tenemos una cosa buena que es la diversidad. Tenemos una cosa que no tienen otras ciudades, que es un ecosistema de medios vivos. En otros sitios se ha arrasado con el ecosistema de medios. Aquí seguimos teniendo tres periódicos que se imprimen a diario. Uno, que es el vuestro, Cordópolis, que tiene edición digital. Empresas más pequeñitas, casi familiares como Córdoba Hoy. Hay todavía tele activa. Acuérdate que llegamos a tener una TDT que parecía aquello... El mando a distancia llegaba al 24. Yo creo que hay de todo. Y la prensa cordobesa tiene esa parte buena, que todavía tiene una parte viva. Y luego, con lo que yo he visto en otros sitios, la capacitación técnica es alta. Aquí no se publica cualquier cosa, ni sale cualquier cosa. Entonces, menos latigazos. Porque sales por ahí y las cosas que se ven son bastante peores.

Los medios tienen línea editorial, incluso cuando no tienen editoriales

P. Y el periodismo local, que es lo que a ti te gusta y te fascina, no es fácil de hacer. Eso hay que decirlo. Porque muchas veces estás escribiendo de gente a la que conoces y a la que ves a diario. 

R. ¿Sabes lo que pasa? Cuando he salido de aquí a sitios más grandes y con más estructura me daba la impresión de que todo el mundo tenía papá y mamá. No sé si me explico. Es verdad que había gente que estaba haciendo cosas, pero era gente que venía... Era algo como: “Sé exactamente lo que me van a contar. O sea, sé exactamente con qué interés me van a contar algo”. En Sevilla yo me ponía muy nervioso porque te decían: “Este viene de Correo de Andalucía, o este viene del Diario de Sevilla”. Había como una especie de reparto. Esa sensación yo nunca la tenía aquí. O sea, aquí me ha parecido todo mucho más natural. Y te podías encontrar con medios que tienen sensibilidad concreta y línea editorial. Pero también con un periodista que tenía su propia cabeza y mucha capacidad de meter su punto de vista en lo que hace. Esto me parece más sano. Me parece mucho más sano. 

P. A pesar de que, como hablamos, esto que hacemos muchas veces nos pone en juego una amistad, entre comillas, a la hora de publicar una noticia.

R. Yo lo he vivido. El enfrentamiento o las diferencias personales por este tipo de historias son dolorosas. Porque te encuentras con que al final acabas tocando los huevos a quien no quieres. Pero forma parte del juego. Una persona muy importante en mi vida fue Andrés Ocaña. Con Andrés Ocaña discutimos muchísimo. Nos peleamos mil veces. Y teníamos épocas en las que no nos dirigíamos la palabra. Pero yo sabía exactamente cuál era mi papel y él sabía exactamente cuál era el suyo. El tenía que defender su gestión y yo defender la noticia que escribía. Y fue durísimo porque teníamos una relación de casi familia en alguna etapa. La verdad que lo echo muchísimo de menos. Lo echo mucho de menos.

P. ¿Y qué se gana aun perdiendo alguna amistad, alguna pareja, algún rato de estar con los niños? 

R. (Resopla) Se gana el premio Córdoba de periodismo a la trayectoria. 

P. A los 30 años. Hay que mirarlo a largo plazo, entonces. 

R. No, se gana... Yo es que me siento... Me siento que he estado donde quería estar. Tío, de verdad, igual es jodido de decir eso, pero yo me siento que soy privilegiado. He hecho lo que me daba la gana, lo que quería hacer, y encima me han pagado. He tenido una familia. He podido pagarme unas vacaciones. No he vivido con grandes lujos, pero... Me siento privilegiado.

P. ¿El prestigio da de comer al periodista? 

R. No lo sé. Pero es que yo nunca he tenido el prestigio…

P. Solo la reputación. 

R. Solo reputación. 

Cuando se habla de comunicación institucional o corporativa estamos hablando de propaganda

P. Pero a ti sí que te habrán llamado para irte a... 

R. No, no me han llamado. La gente cree que me han llamado mucho más de lo que me han llamado. Siempre me decían: “Te van a llamar, no sé qué”. Pero luego no me han llamado nunca. De hecho, yo cada vez que he cambiado de trabajo -siempre lo he hecho como cada 10 años-, el que me llegaba me decía: “¿Te quieres venir?”. Y yo decía: “Pues sí”. Pero yo no he rechazado tanto. De verdad, yo creo que la gente me veía tan integrado en los sitios donde yo estaba que ni hacía el esfuerzo. Y, de verdad, no es una cuestión salarial. Creo que no es una cuestión salarial. Pero vaya, no tengo la sensación de que me hubieran rifado. 

P. No, yo pensaba más en que te hubieran llamado dentro del propio grupo para irte a arreglar alguna que otra redacción, más que eso. 

R. No, pero porque yo he tenido siempre un papel, ya te digo, muy interno. Muy de sacar el día adelante.

P. Quitando a Ocaña, ¿has tenido algún otro amigo dentro de la clase política? 

R. No. Ocaña fue un amigo de veras. Un amigo de veras. Ya os digo, tuvimos muchísimas diferencias. Y cuando, lamentablemente, él falleció, llevábamos mucho tiempo sin vernos. Pero, durante una etapa larga sí fue una persona muy importante en mi vida

P. ¿Y alguna vez te has sentido utilizado o te has dejado utilizar por un político? 

R. Sí. A ver, con límite. No he contado mentiras. Pero sí... Sí. Estoy en el mundo. Esa era una frase muy de Andrés. Hablaba de eso como “pactar con la realidad”. Si para conseguir algo, necesito algo… Es una jungla esto. Tú lo sabes bien. Y tienes que negociar con la realidad y pasar la mano en algunas cosas para, en otras, ponerte más estricto. Porque ponerse estricto siempre no funciona.

P. El pragmatismo, ¿no? Es mucho más interesante que ser estricto. 

R. Sí. Yo no tengo la sensación de haber mentido a sabiendas. Pero haber negociado con otro para sacar algo sí. Forma parte del día a día. Y poco se habla muchas veces de ello, ¿no? 

P. Pero porque creo que se da por hecho que los políticos y periodistas vivimos una especie matrimonio de conveniencia.

R. No sé, creo que eso ha cambiado un poco, ¿no? Desde que hay cobertura informativa del mundo de los medio, no sé, estoy pensando en Rubén Arranz en El Independiente, o en el chico este, Idafe Martín, que está en El País desde hace un tiempo. Es verdad que en el periodismo local no estamos tan acostumbrados a que se hable abiertamente de nuestra actividad. 

P. A eso me refiero. 

R. A pesar de que a mí me parece que es importante. Yo creo que es relevante que la gente sepa cómo funcionan estas cosas. Porque, a los que les toca hacer un ejercicio de transparencia somos nosotros mismos. No sé, forma parte del “perro no come perro”. 

P. Yo no soy muy amigo de esa idea. Soy más amigo de decir las cosas muchas veces claras. De decir dónde estamos pinchando y dónde no estamos pinchando. Aunque no se practique.

R. García Márquez decía que de lo que no se habla no existe. Yo creo que un poco buscamos eso, ¿no? La inexistencia de determinadas cosas. Es lo que dicen los americanos: que la gente no debería ver cómo se hacen ni las leyes ni las salchichas. O sea... A las noticias les pasa algo por el estilo. Sí te digo, creo que cumple un papel insustituible. Y que, si alguien cree que se vive mejor sin noticias, se equivoca. O sea... Es un papel muy relevante.

Esto no es el primo que pasa con un móvil por una calle y le hace una foto a algo. No, no. Eso vale para un atropello en moto. Pero, para controlar los excesos del poder, un tío con un móvil no tiene nada que hacer. Y los creadores de contenido están muy bien para probar cosméticos. Pero, para saber si la diputación gasta el dinero como debe, necesitas un periodista profesional. Necesitas un medio. 

De la prensa que se hace hoy, me pone muy nervioso lo del sesgo de confirmación

P. Se tarda años, además, en saber cómo funciona la cosa. 

R. Claro, necesitamos periodistas con experiencia. Y necesitamos un tío o una tía con años de batalla. O sea... Eso olvídate. Estamos muy equivocados si creemos podemos vivir sin noticias y que no pase nada. Claro que la vigilancia del poder es más que necesaria, coño. No más, es que es totalmente necesaria.

P. ¿Algún político con el que te haya gustado batirte el cobre? 

R. Pues mira, ha habido varios. Pero quizá Pepe Mellado. Yo echo mucho de menos a la gente de esa generación. A la gente que me encontré en los noventa y que venía de los ochenta en muchos casos. Porque eran los listos del pueblo, tío. Anoche estaba pensando en Luis Moreno, tío, que fue alcalde de Baena. Y en Antonio Moreno. Eran gente tremenda. Pero era gente tremenda en el sentido de muy ordeno y mando. Pero creo que hay que reconocerles que tenían un talento de cojones. Eran mucho más listos que los que hay ahora. Eso de que se montaba un congreso teledirigido desde arriba hasta abajo y aquí nadie decía nada, como ocurre ahora en los partidos políticos; Eso no pasaba

Entonces, con esa gente daba gusto. Claro. Y la gente del PSOE en esa época era muy potente. Se decía que Carlos Sanjuán, en un congreso, hacía llorar a la gente. Al propio del partido, tío. Claro. Era gente que venía con un ordeno y mando que era acojonante. Y eso ya no te lo encuentras, tío. 

P. Es que antes hemos hablado de los mundos terminados del periodismo, de la redacción y todo eso, pero en la clase política… 

R. Claro. Comparas por ejemplo, a la Izquierda Unida a la que yo empecé a cubrir: estaba Julio Anguita, Luis Carlos Rejón, Antonio Romero, Rosa Aguilar, toda la gente que venía de los partidos políticos tipo Izquierda Republicana y tal… Estaba Sartorius. Y, claro, lo comparas con el personal de ahora y dices: “Joder, aquella gente merecía la pena, tío”. Y no eran exactamente gente muy mayor. Lo comparas con la gente que hay ahora y lo comparas a todos los niveles y yo creo que hemos retrocedido. Hemos retrocedido una barbaridad.

P. ¿Y quién te llamó fue Rosa Aguilar cuando diste el salto al Ayuntamiento?

R. A mí me llamó Andrés. Porque Andrés era teniente de alcalde de Infraestructuras y presidente de Sadeco. Y Rosa no se decidía a contratar jefe de prensa y necesitaba uno. Y yo estaba trabajando en Huelva. Y me hizo la oferta. Yo llevaba ya un año allí. Y, bueno, la que entonces era mi pareja quería que volviera a casa. Y dije que sí. Fue un error. Porque me pilló muy joven y muy solo. Y fueron años muy complicados. Fueron meses muy complicados, más que años.

P. ¿Por? 

R. Porque Rosa llega en el 99 con una posición muy precaria, tenía 9 concejales. Y Alfonso Ceballos, que era el jefe de gabinete, montó una historia muy curiosa, que era: “No tenemos mayoría política, pero vamos a tener mayoría social”. Y convirtió a Rosa en una especie de personaje omnipresente. O sea, iba a todo, estaba en todo. Y a mí me tocó toda esa primera época, de poner en marcha todo eso. Y en mayo estaba ya fuera. Es que no podía más. Y me fui. Lo dije yo. Yo soy un caso de que se puede dimitir. Dimití dos veces, tío. Porque luego estuve en la gerencia.

P. Otra vez con Ocaña. 

R. Ahí es que yo tuve una crisis personal muy gorda. Y Andrés lo sabía y me quitó un poco de en medio. Y aquel día me pedí una excedencia. Y se lo dije a Andrés: que iba a estar dos años porque yo no quería quedarme en la política institucional. Andrés se lo tomó como una especie de: “Ya me lo dirás dentro de dos años”. Y a los dos años le dije que me iba. Hablé con Tuto (el entonces director de El Día de Córdoba). Y me dijo: “Venga, bueno, vuelve y ya está, ¿no?”

P. ¿Y qué te aportó?

R. Pues Andrés me dejó hablar. Una de las muchísimas veces. 

P. Ah, o sea, eso más bien te lo quitó. 

R. Pero porque no se creía que yo me iba a volver a El Día. O sea, yo se lo decía: “Yo no me quiero quedar aquí”. Es más, yo tenía esa especie de obsesión. Yo he visto gente que se ha quedado pillada de la política.

En un medio es más fácil encontrar los diez mejores sitios donde comer jeringos que una información seria

P. Claro, es que eso es una de las cosas que te iba a decir. Que has sido un caso muy raro de gente que entra en la política institucional y luego puede volver a su periódico. Incluso después pasar a ABC, que está en las antípodas de la línea ideológica del partido para el que tú trabajaras. Eso ahora mismo a mí me parece impensable.

R. Era poco convencional ya entonces. Sí, sí. Pero no sé. Fue la segunda parte. Volví y ya está. Y mi impresión era que si me quedaba ahí podía acabar como esa gente que acaba en los partidos políticos de administrativos, haciendo no se sabe muy bien qué. Yo tenía un objetivo. Yo sabía lo que quería hacer: hacer noticias. Pues estuve un tiempo. Me comprometí dos años. Se acabaron los dos años. Y dije: Adiós muy buenas. Y me fui.

P. ¿Pero porque echabas de menos hacer lo que te ha convertido en la persona que eres?

R. ¿La noticia?

P. Claro. 

R. Sí. La verdad es que no es lo mismo una cosa que otra. A mí me encantaban los cierres. La parte de que se te echa la hora encima y no te entra lo que quieres. Y tienes que estar allá como... Las webs ya no se cierran y da igual, ¿no? Pero entonces sí que importaba. O sea, acababan a las diez o a las doce de la noche. Y la vidilla de vivir en una redacción, en una redacción colectiva, eso me encantaba. O sea, cómo va a ser igual que estar en un despacho haciendo notas de prensa de no se sabe muy bien qué.

P. ¿Y ahí sí es más común, no digo mentir a sabiendas, pero sí tapar a sabiendas.

R. Sí. A ver. Cuando se habla de comunicación institucional o corporativa y todo ese tipo de historias, estamos hablando de propaganda. O sea, vamos a dejarnos de eufemismos, coño. Es propaganda. Es cuidar. No es que parezca la verdad de las cosas, sino que parezca la verdad más conveniente a quien está al mando de una institución o de una empresa. El gabinete de prensa de Telefónica o la dirección de comunicación, o como coño le llamen ahora a esa parcela, no está para hablar mal de Telefónica. Está para que Telefónica quede muy bien. Los periódicos no. Los periódicos no tienen, o no deberían tener, esa orientación. Pero la sensación de estar siempre pendiente, de cuidar de la imagen de otro, es muy aburrida, tío. Es más divertido destruir la imagen de otro. O sea, las cosas como son.

P. Ese titular es muy bueno. Otra cosa poco común es hacer como hiciste tú, pasar de El Día de Grupo Joly, al ABC. ¿Cómo se vio aquello?

R. A ver, lo primero, en El Día yo me lo pasé estupendamente trabajando. Estuve con varios directores; estuve muy cómodo con algunos más que con otros, pero muy cómodo con ellos. Llegué, no sé si fueron 10 días después de que abriera el periódico. Pero en la parte final de estar en El Día tuvimos un expediente de regulación de empleo que fue tremendamente doloroso. Muy, muy doloroso. La sensación de desamparo y de que aquello no funcionaba no se me quita. Y me llamó Paco Poyato, el director de ABC, y me lo propuso. Me dijo que había un hueco sin cubrir que había dejado una figura insustituible en la redacción, que fue Antonio Muñoz. Él había muerto tiempo atrás y no se había cubierto ese puesto, que fue el que me ofrecieron.

Después, el pasarme a ABC, en primer lugar, responde a que creo que cambiar es bueno siempre. Y luego porque siempre me ha interesado esa parte del periodismo combativo que se ha hecho en ABC. Es curioso decirlo. A priori, no suena como un medio de investigación. Siempre ha sido un medio más influenciado por la opinión, por ejemplo, o por su línea editorial, por sus portadas, que eran prácticamente editoriales. Sin embargo, aquí, ABC Córdoba ha tenido siempre una cultura de periodismo investigacional que me ha molado mucho. 

P. Tengo que decir que, a mi juicio, ABC tiene uno de los mejores suplementos culturales de la prensa española. 

R. ABC es un medio muy particular. Yo recuerdo entrar cuando estaban todavía las hermanas Luca de Tena. Y la sensación era de estar en un sitio con conciencia de su propia historia. Por ejemplo, el archivo de ABC es una maravilla. Te encuentras textos de Azorín. El archivo fotográfico… Jesús Cabrera tuvo una sección donde le sacaba jugo al archivo fotográfico y era estupendo. Es que tiene un museo propio. O sea, cuando yo entré, había una especie de fundación para que, cuando moría un periodista de ABC, cuidar de su familia. Era una parte de una labor que hacían las hermanas Luca de Tena. Era una cosa que yo no había vivido. O sea, es un medio, ya te digo, muy consciente. Tiene ciento y pico años de historia. No obstante, en Córdoba tenía esa diferencia. Tenía y tiene una potencia de información que a mí me llamaba mucho la atención. 

P. Luego, otra cosa de la que tampoco hablamos es que muchas veces no hace falta que vayas a un periódico para que te ordenen cómo escribir ciertas cosas, sino que muchas veces nosotros los periodistas nos dejamos llevar por la línea editorial casi sin darnos cuenta.

R. Yo creo que la cabecera pesa. No rechaces esa parte. La cabecera tiene un peso. Cuando tú entras a trabajar en un medio que tiene una cabecera potente, o en el caso de ABC, sabes dónde vas. Sabes que vas a un medio que tiene unas reglas, que tiene una línea editorial, que tiene una historia consolidada.

P. Claro, eso es lo que digo. Al final somos trabajadores.

R. Claro. Es más, es que es nuestro trabajo. O sea, si no, seríamos dueños del periódico, cosa que ya no es nadie. El notas ese de Amazon.

El cáncer es una cosa que arrasa

P. No vamos a descubrirle a nadie que los medios tienen línea editorial, por mucho que la gente muchas veces quiera ver el periodismo como algo puro.

R. Los medios tienen línea editorial incluso cuando no tienen editoriales, que es vuestro caso. Vosotros no tenéis un editorial como tal que diga: “Las ideas de Córdopolis son estas”. Sin embargo, por un ejercicio connotativo, es posible saber que Córdopolis ocupaba un espacio de prensa progresista que está muy bien. Eso le da un sesgo a las informaciones y es legítimo. Es legítimo tanto hacerlo en el campo de la izquierda como en la derecha. Y también es legítimo que trabajes con gente en una redacción que no forma parte de tu ideario.

P. De hecho, es sano.

R. Hay una cosa que me pone muy nervioso de la prensa que se hace hoy, que es eso que llaman los teóricos el sesgo de confirmación. Eso de que cuando el lector abre el medio, consulta exactamente lo que está buscando. O sea, quien abre El País, quien abre Público, quien abre ABC, quien abre El debate, sabe exactamente lo que se va a encontrar. Me parece tristísimo. Creo que es un retroceso democrático, intelectual, cívico… ¡Qué coño! O sea, yo me crié leyendo periódicos y recuerdo las terceras de ABC de Marcelino Camacho. Y nadie se moría, que supiéramos. O sea, se era más esponjoso con ese tipo de cuestiones. Ahora, ver a alguien que lleva la contraria dentro de un línea editorial es dificilísimo. Y me parece, de verdad, un retroceso.

P. Claro, y encima está el algoritmo, del que también hemos hablado. Que el algoritmo también tiene ideología, que no es un ente abstracto; son personas las que programan el algoritmo. 

R. A mí me parece muy abstracto.

P. Pero no lo es.

R. Ya lo sé. Me parece muy abstracto porque no lo entiendo. Es una cuestión… Y mira que he intentado leer sobre el tema. 

P. Detrás del algoritmo, de momento, hay personas. 

R. Es que es dramático, si te paras a pensarlo, que todo dependa de una fórmula. El periódismo, al menos con el que yo me siento identificado, es una hoja en blanco diaria. O sea, es un folio en blanco y empezar de cero todos los días. Y todos los días uno nuevo. Y la mayor parte de los periódicos que yo he hecho en mi vida han sido de rutina. Pero siempre, siempre, siempre he intentado que lleve algo -el periódico del día- que te informe, que te haga sonreír, o que te merezca la pena abrir el periódico, o la web, o lo que sea. El formato da igual.

P. ¿Tú nunca te has planteado tirar la toalla?

R. Muchas veces. Muchas veces. Pero sobre todo en las últimas épocas, donde ya pasas de redacciones de veinte personas o de veinticinco personas a redacciones de ocho, nueve… Es que no das abasto, no te da la vida. O sea, cansancio físico. Por eso te decía antes que me gustaría decir que lo echo mucho de menos, pero…

P. Quizá no ha sido mal momento para tener que irte. Puede ser que hayas salido antes de que el barco se hundiera.

R. Fíjate, yo siempre he tenido la sensación de que iba a ser de los que apagaran la luz. Pero no ha podido ser.

P. ¿Crees que esto tiene arreglo?

R. ¿La prensa? Sí. Yo creo que se va a seguir haciendo prensa, y se va a seguir haciendo prensa durante mucho tiempo. Ya no sé cómo. Si lo supiera, sería rico, supongo. Pero es necesario. Es que, ¿de verdad estamos hablando de que una ciudad con trescientos y pico mil habitantes, en la que solamente el ayuntamiento maneja cuatrocientos millones de euros de presupuesto, con la Diputación ahí, que cuesta lo mismo, no tiene masa crítica para tener prensa local que te informe de las decisiones que le afectan a la colectividad? Bueno, yo creo que sí. Lo lógico es que haya alguien que mire, por salud democrática.

Mira, yo cuando empecé había tres bancos. La Caja Provincial, el Monte de Piedad y la Caja Rural. La Caja Rural sigue existiendo, pero dentro de unas redes mucho más globales, de cooperativas de crédito. Y la Caja Provincial se fusionó con el Monte de Piedad. El Monte de Piedad ya se vendió. Existe la ficha bancaria, que es propiedad del grupo Kutxabank. O sea, las cosas desaparecen, pero el servicio bancario se tiene que seguir prestando. Entiendo que con la prensa pasará lo mismo. El servicio se tiene que seguir prestando y va a seguir teniendo consumidores, de la manera que sea.

Estoy absolutamente en contra de morirme. Pero hay miedo. Quien no lo tenga, miente

P. Ahora has vuelto a estudiar, ¿cómo consumen prensa tus compañeros?

R. Pues creo que no consumen prensa.

P. ¿Y eso no choca un poco con la idea que acabas de decir?

R. A ver, pues esa es una de las cosas que tenemos que solucionar -bueno, que tenéis que solucionar los que están en los medios-: el público joven. En la época en la que yo me formé haciendo periódicos había productos concretos para fidelizar al cliente que era pequeño. No sé si recordarás que El País daba un suplemento infantil los domingos. El Córdoba tenía el Córdobilla. El Mundo estuvo publicando Dazibao en la parte juvenil. El País de las Tentaciones fue un producto muy bien hecho para llamar a gente joven. 

¿Qué parte de oferta informativa actual encontramos ahora para ese tipo de público? A lo mejor no son ellos los que nos han abandonado, a lo mejor somos nosotros ¿no? Los públicos hay que currárselos, joder. Hemos pillado del marketing lo que nos ha interesado, pero la parte de que hay que invertir en públicos también viene en los libros de marketing. Y eso no se está haciendo. O sea, decimos: “Los nenes no consumen”. Hombre, algo consumirán. Por TikTok, por Instagram, por lo que sea, pero de alguna manera estarán y de algún modo habrá que estar ahí. De alguna manera tenemos que llegar a esos públicos. Lo que pasa es que hay que sentarse. Y poner a gente de eso, que esa es la parte difícil.

P. Claro. Encontrar también el comunicador que hable su lenguaje, ¿no?

R. Como todo en la vida, es cuestión de pasta. Y si hubiera anunciantes dispuestos a entrar a ese público se haría. Mi abuela decía que quien de su mano se capa, buenos cojones se deja. Una cosa que yo he seguido siempre a rajatabla: nadie toma una decisión contra sí mismo.

P. ¿Cómo ha sido volver a la facultad, tío?

R. Ha sido una experiencia, la verdad. Una experiencia vital, la verdad que no… Mira, cuando me encontrá con José Luis Blasco por el barrio me decía que la cabeza había que tenerla ocupada. Y yo estaba en mi casa prácticamente sin tocar un libro, sin hacer nada. Y me preocupaba mucho caer en esa especie de complacencia de la enfermedad. En esa pasividad, ¿no? Y lo pensé un tiempo, me informé, y tenía la opción de hacer algo especializado o de hacer algo que tuviera la sensación de no saber nada. Pregunté y me matriculé en Filología Hispánica, con compañeros de 18 años. Estoy con algún profesor que ahora es catedrático y que fue compañero de mi instituto, tío.

P. ¿Ah, sí? ¿Y cómo fue ese encuentro, tío?

R. Bien, la verdad que fue una cosa bastante rara. 

P. Claro, nadie te prepara para una jubilación forzosa, eso está claro. 

R. Además, es una cosa bastante peculiar, porque durante un tiempo el teléfono está sonando hasta que deja de sonar. Yo pasé de una actividad muy loca a la nada. Es verdad que estudiar ha sido esa válvula. Tuve que dejar de ir a clase en este cuatrimestre porque tuve un bajoncillo. Pero ahora estoy con los exámenes y la verdad es que me sirvió muchísimo para tener la cabeza activa y estar preocupado por cosas... muchas veces por cosas prácticas. Luego el contacto con los nenes es curioso.

P. Cuéntame, cuéntame.

R. Ya te digo, tienen la edad de mi hijo y son sobre todo chicas porque es una carrera de letras. Y lo que me he encontrado es gente con unas ganas de ayudar tremendas. Con un interés por las cosas impresionante. Eso es lo que te decía antes. Los tópicos que hay sobre la gente te los desmontan ellos uno tras otro. Uno tras otro.

P. ¿Los que tendrías incluso tú, no?

R. Más que nadie. O sea, eso de “no saben nada y tal”. Van mucho mejor preparados de lo que parece. Saben en muchas ocasiones lo que quieren. Hay quien no, como todo en la vida. La experiencia que tengo es que son gente con la cabeza en su sitio.

Me llaman la atención los mensajes positivos sobre la enfermedad; yo positivo no le veo nada

P. ¿Y te han acogido pese a ser un boomer, no?

R. Absolutamente. A pesar de ser el señor mayor que va por ahí.

P. ¿Y te renta, te renta, no?

R. Me renta. Ahora quiero retomar las clases diarias en el segundo cuatrimestre, a ver si termino con los exámenes.

P. ¿Cómo te encuentras?

R. Bueno, llevo dos años desde que me detectaron la enfermedad. Y la verdad es que es muy cansado. El cáncer es una cosa que arrasa. Te deja hecho polvo. De verdad, me llama mucho la atención la gente que tiene unos mensajes positivos sobre la enfermedad. Yo positivo no le veo nada. Realmente, por mi formación, porque he estado toda la vida trabajando con datos y con hechos, y ahora no me voy a dejar llevar por eslóganes. Entiendo que hay una defensa psicológica. Pero la realidad es la realidad. Físicamente, es una cosa que te deja hecho polvo. Te deja muy cansado. O sea, duele, cosa que la gente no sabe. 

P. ¿La quimio duele?

R. No, duele en general. Cuando tienes una operación, la sensación de dolor es casi lo peor. Entonces, ahora estoy en una época bastante más recuperada, pero los dos años que llevo ya de cáncer me han agotado.

P. ¿Has visto el abismo?

R. El miedo es una de las peores cosas. Es de las peores partes. Porque, además, es algo que, por mucho que tengas señales de que algo no va bien, al final llega un momento en el que te sientan y te dicen: “Tienes tal cosa”. Ese momento, como en las películas, se abre el suelo y todo tiembla. El suelo tiembla. Porque yo estoy en contra de morirme. Estoy absolutamente en contra. Refractario total a esa idea. Pero hay miedo. Y quien no lo tenga, miente.

P. ¿Y las fuerzas?

R. Pues hay dos tipos. Por un lado, las físicas, que no son poco importantes. Tener fuerza te permite hacer cosas, te permite estar activo. O sea, si no las tienes, chungo. Pero yo creo que las peores están en la cabeza. Porque son ideas como muy adormiladas, ¿no? Te dejas hacer muy pocas cosas, a veces. Y hay que obligarse. A estar en lo que me decía José Luis Blasco, a estar activo. Por ti mismo no lo vas a hacer. Hay que obligarse y te tienen que obligar un poco los que están en tu entorno.

P. ¿Y la gente?

R. La gente es una maravilla. De hecho, yo no estoy acostumbrado que me traten tan bien. La gente es cariñosísima.

P. Al final hemos dicho algo positivo de esta mierda, ¿no?

R. No, la verdad es que con la gente con la que hablo, con los que tenemos esa sensación, siempre es una cosa que notas: la protección de los demás. A veces es excesiva, ¿vale? Pero la protección de los demás, sentirse acolchado, es importante. O sea, pobre de aquel que pase un cáncer solo.

P. Yo sé que tú, aunque estás en contra de la muerte, tienes bastante claro...

R. … Pero absolutamente. Refractario total.

P. …que en esta vida estamos de alquiler, claro. Desgraciadamente, es mejor no encariñarse demasiado.

R. Bueno, mira, una de las cosas que sí me ha llamado la atención es el poco apego que tengo a las cosas materiales. Que la gente viva en casas carísimas, o tenga coches carísimos, o vista ropa cara… Me parece alucinante... O sea, no te va a servir de nada. Al contrario, tío. Pero lo que creo que hay que valorar es que vivimos todos los días como si fueran el último, ¿no? Y no siempre se puede, obviamente. Porque muchos días son normales. Pero el apego a las cosas materiales, o más concretamente el desapego a las cosas materiales, es una de las cosas más curiosas que he sentido. Al principio estás como muy preocupado por organizarlo todo, por si... por el día que no estés. Pero luego da igual. Luego da igual. Una vez que se ordenan las primeras cosas.

No entiendo otra forma de estar en esto que no sea dándole la mañana a alguien, a un alcalde o a un empresario

P. No te lo he preguntado nunca, pero ¿eres creyente?

R. No.

P. ¿Y ahora?

R. A ver... Te explico. No soy creyente en el sentido de que no creo en el viejo de la barba y tal. Sin embargo... Es que no sé cómo explicarlo. No tengo la educación religiosa para pensar en esos términos de trascendencia. Sin embargo, sí he leído mucho, sobre todo últimamente, temas de historia bíblica y todo ese tipo de historias. Y me parece curioso el poder tan fuerte que tienen los relatos. La literatura. O sea, la capacidad de crear simbología. Y me parece muy poderoso ese sentido de la trascendencia. Personalmente no lo tengo. Pero sí me parece que los cristianos entierran de puta madre. O sea, yo las veces que he ido a entierros progres... Eso no lo quiero ni de coña.

P. Si es que no hay tradición tampoco. Mira, eso lo hablé con Isabel Ambrosio porque Córdoba no tiene un sitio donde poder hacer funerales laicos. Es que, prácticamente, te ves obligado a hacerlo en una iglesia, vaya.

R. Pero es que son un coñazo.. Que falta el tío de la guitarrita en algunos casos, tío. Dónde esté el Evangelio de San Marcos, anda, anda.

P. No sé si me quieres dar un titular para terminar la entrevista.

R. No.

P. El mensaje es que no hay mensaje.

R. Sí, bueno. La verdad, el mensaje de todo esto, el mío, es que me yo me considero un privilegiado. He tenido una vida profesional. Y el premio lo que ha hecho es darme la capacidad de recapitular. Y tengo que dar gracias a un montón de gente y a un montón de cosas que me han pasado que han sido muy buenas. Aunque me haya llegado en un momento que no es el mejor. Que, de hecho, es una putada. Pero bueno, chico, que las cosas vienen así. Ese es el mensaje. Que hay que joderse a veces.

Las cosas vienen así. Ese es el mensaje. Que hay que joderse a veces

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