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José Santiago 'Beethoven': “He sido un currante de la música”

Entrevista a José Santiago 'Beethoven'

Aristóteles Moreno

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En Córdoba, con todos los respetos, Beethoven no es un pianista alemán. Aquí nombras a Beethoven y se te viene a la memoria este guitarrista incombustible, pionero del rockanroll doméstico y campeón sin rival de verbenas y ferias de media España. Por sus venas, fluyen los guateques y resuenan los amplis de medio pelo cuando tocar en una banda era una chifladura de bala perdida. Solo un dato: ha hecho cien galas por temporada durante 60 años. Hagan la cuenta. En efecto. Una puta barbaridad.

Y otro dato: Galicia es la única región de España donde no ha hecho parada alguna de sus nueve furgonetas. Las ferias de Córdoba se las conoce como la palma de la mano. Con una excepción: Zuheros. Y Sevilla, Huelva, Granada, Cádiz, Jaén o Badajoz han sido colonizados por alguno de sus múltiples grupos a lo largo de su longeva y fértil trayectoria musical. Ha compartido escenario con las mejores bandas de España: de Leño a Mecano, de Asfalto a Alameda. Y aquí sigue. Con la humildad de un currante de la música, honesto, cordial y feliz de haber sido lo que ha querido ser.

PREGUNTA. Usted nace en la calle Arenillas, hijo de un panadero

RESPUESTA. Vaya. Mi padre era trabajador de intendencia y trabajaba en la panadería.

Me compré mi guitarra eléctrica a plazos por 1.500 pesetas

P. Y sus hermanos eran plateros.

R. Sí. Y yo también fui platero en su día, como todo el mundo en Córdoba porque no había otra cosa. Pero llegó un momento en que yo empecé a ganar más dinero con la música y dejé la platería porque lo que de verdad quería hacer era tocar.

P. Y pasó de la bandurria a la guitarra eléctrica por la gracia de Elvis.

R. Pues sí. Iba a los guateques de Santa Marina y San agustín. A los bares que ponían discos de Elvis y los Beatles. El rockanroll te movía de locura. Como ahora ves a los chavales con el reguetón y no te lo explicas. Y dices: “¿Esto cómo puede ser?”. Pues igual, pero en otros tiempos y con otra música.

P. Usted quería ser Elvis.

R. No. Yo no quería ser Elvis. Mis pretensiones no eran tan altas. No tenía las cualidades. Pero yo quería ser músico y vivir de la música. Y lo he conseguido. Esa fue mi idea: poder trabajar lo suficiente como para sacar a mi familia adelante. Luego, mi mujer también se puso a cantar con mis dos hijos mayores y yo estoy encantado de haber estado en tantos grupos con los mejores músicos de Córdoba.

P. Dejó la platería con 18 años por la música yeyé. Eso es un triple salto mortal.

R. Yo tocaba un día y ganaba lo mismo que en toda la semana en la platería. Y yo me decía: “Tengo que tocar más días y vivir de esto holgadamente”. Y así fue.

P. Pero no lo hacía por dinero.

R. En parte sí. Porque, aparte de que me gustaba y lo disfrutaba, te pagaban y podías comprarte un instrumento mejor y, más tarde, un piso. Entonces yo me quería casar, tenía novia, y, como cualquier persona, necesitaba ingresos. No un sueldo fijo, porque en la música nunca había un sueldo fijo, pero sí más actuaciones, con más categoría y mejor pagado. Y claro: buscas la comercialidad. Montábamos nuestro repertorio de rock y luego tenías que tocar pasodobles y boleros. En un baile donde había mil personas, hay que tocar para los mayores, para los jóvenes y para los medianos. En cuatro pases daba tiempo a tocar de todo.

P. Y su primer local de ensayo fue el salón de casa.

R. Fue en los pisos militares del Zumbacón. Ensayaba con mi hermano y con otro chaval del barrio que cantaba. Tocábamos por las tardes en verano con la ventana abierta y todo el mundo miraba para arriba. Un día Manuel Martínez ‘Mazorka’ [cantante de Medina Azahara] pasó por allí, me escuchó y subió. Nos tiramos así dos añillos, con una guitarra y un pedazo de batería. Digo un pedazo porque teníamos solo una caja y un plato, aunque ya sonaba a twist y a rock. Poco a poco fuimos comprando mejores instrumentos y nos hacía falta dinero. Había que currarlo y pagábamos con letras cada mes.

Ensayábamos en el salón de casa con la ventana abierta. Todo el mundo miraba para arriba

P. Su primer concierto fue en Villaviciosa con 16 años.

R. Esa fue la primera salida del grupo Los Califas. Nos contrataron para tres días de fiesta de Pascua. Nos fuimos al pueblo y nos decían ‘los chupetes’, porque éramos muy jóvenes. Fue alucinante. A partir de ahí empezamos a tocar más a menudo: en la feria de Fernán Núñez, Puente Genil, Lucena y muchos otros pueblos.

P. ¿Y le temblaron las piernas?

R. Pues no. A mí me habían salido los dientes tocando con los mayores y perdí la vergüenza. No me ponía nervioso. En algunas ocasiones, quizás, por haber compartido escenario con alguien importante.

P. Le llaman Beethoven y no toca el piano.

R. Eso fue una cosa de pequeño en el Conservatorio cuando estuve allí cinco años. Éramos pocos alumnos y una de las veces estábamos mirando los cuadros de Mozart, Chopin, Paganini, Beethoven y otros músicos. Y empezamos a repartirnos los nombres. Uno Bach, otro Paganini y a mí me tocó Beethoven. Era un juego y ahí se quedó para los restos.

P. Compró su primera guitarra eléctrica a plazos por 1.500 pesetas.

R. Sí. De Valencia. Y después hubo que comprar un amplificador, que era de una radio vieja que había hecho un técnico. Echaba humo por todos lados y tuvimos que comprar un amplificador mejor. Empezamos en los guateques y casi siempre íbamos gratis a tocar porque había que hacerse un nombre. La segunda eléctrica ya me costó el doble y con ella toqué en Los Califas.

P. Y soñaba con Ritchie Blackmore.

R. Deep Purple todavía no existía. Aquí sonaban los Beatles y poco más. Los grupos más rockeros empezaron a sonar un poco después. Entonces había grupos del verano y comerciales y yo empecé a fijarme en ellos. A partir del 68 ya se escuchaba otro tipo de música.

Acaba de publicar ‘Pioneros del rock cordobés. 1960-1980’, un completo catálogo de aquellas bandas legendarias que se abrieron paso en los años mágicos de una generación que puso el mundo patas arriba. La publicación, promovida por la Asociación Cultural Cemac y editada por la Diputación, está plagada de reliquias de conciertos antiguos que José Santiago ‘Beethoven’ ha ido guardando durante más de 50 años. La entrevista tiene lugar, precisamente, en un viejo local de ensayo forrado de carteles impagables: Leño, Trinidad, Medina Azahara, Barón Rojo, Bloque, Carlos Cano, Rita Pavone, La Banda Sureña, Lole y Manuel, y tantísimos otros momentos irrepetibles que hoy ya solo existen en la memoria.

P. ¿Lo del sexo, droga y rockanroll es un mito?

R. Era una realidad. Había quien vivía a lo loco. Yo tuve la suerte de sentar la cabeza. Así que rockanroll, un cubatilla y poco más. En el escenario me pasó en una ocasión una cosa muy rara tocando en Madrid. En Alcobendas le di una calada a un porrillo y empecé la canción por el final. Dije: “Ni una más”.

En Alcobendas le di una calada a un porrillo y empecé la canción por el final

P. Y se quitó.

R. Me cogí un mosqueo horrible.

P. ¿Qué se aprende en una verbena?

R. En todos los sitios se aprende. Verbenas hemos hecho infinidad. Era una oportunidad para los grupos de los sesenta. Tocábamos muchas veces gratis, pero tener allí al barrio entero era un disfrute. Éramos como bichos raros en el escenario, armando jaleo y sonando extraño. Estaban acostumbrados a las orquestas de mayores, con las trompetas, y cuando empezaba aquello a sonar para la gente joven todo el barrio vibraba.

P. En 1969 se fue a Madrid a triunfar.

R. Sí. Hicimos como Juanita Banana. Fuimos con Las Manos porque ya habíamos terminado ese verano y dijimos: “Vámonos a Madrid a ver hasta dónde llegamos”. Unos compañeros que estaban allí nos presentaron a un mánager y empezamos a tocar los fines de semana en la Ciudad Universitaria y en algunos pueblos. Conocimos al productor José Luis Álvarez, que nos ofreció grabar canciones que tenían preparadas. Dijimos: “Vale, como esto es gratis, pues vamos a grabar lo que nos diga”. Y grabamos una canción comercial y salimos cogidos de la mano como si hubiese sido para Fórmula V. Es lo que había que buscar: vender.

P. Por cierto, Deep Purple fue una revolución.

R. Totalmente. Y Jethro Tull y Pink Floyd. Eso rompía con lo establecido, igual que rompieron los Beatles en los sesenta. A finales de los sesenta, llegó una música más agresiva con otros equipos y otro aspecto de los músicos.

P. Y usted se dejó el pelo largo.

R. Había que tenerlo largo. El hábito hace al monje. Y formaba parte de todo eso el aspecto, como Medina Azahara, que siguen con su pelo largo porque hacen ese tipo de música más heavy. Es lo que nos tocaba.

P. Quien no sueña, no vive.

R. Claro. Aquello fue una ilusión enorme estar allí en Madrid. Yo salía por las mañanas a pasear por el centro. Y estaba alucinando. Por las noches me iba a ver a grupos incluso ingleses. Era tu meta. Y decías: “Si están estos aquí, ¿porqué no puedo llegar yo?”. Luego salió trabajo para irnos a Bilbao. Íbamos buscando ya la seguridad de tocar todos los días. Y luego nos fuimos a la mili, que nos mató. Nos vinimos en septiembre a Lepanto y se nos acabó todo el cuento y todo el rollo. A pelarte y a coger la escopeta.

Deep Purple y Pink Floyd fueron una revolución. Rompieron con lo establecido

P. ¿Qué es el éxito para Beethoven?

R. Quedar bien cada día. Que la gente se vaya contenta, que te aplauda, y que se sienta a escucharte. Y sientes que esa noche has triunfado.

P. De Madrid a Bilbao, de Bilbao a Málaga, y de Málaga a Córdoba. Un rockero es un nómada.

R. Vas buscando nuevas experiencias con otros grupos diferentes. Hasta que en 1974 decidí sentar la cabeza y dije: “Me quedo en Córdoba porque quiero casarme”. Ya no quería estar para arriba y para abajo.

P. ¿Cuántos kilómetros tiene su cuerpo serrano?

R. Muchos miles. Furgonetas he tenido nueve.

P. ¿Y cómo es la vida en una furgoneta?

R. Pues fíjese. Con el equipo todos allí estrujados y pasando mucho calor en verano. Hemos hecho muchos viajes de hasta 400 kilómetros y luego llegabas para descargar la furgoneta y cargar el equipo en el escenario. Éramos currantes de la música. No éramos artistas. Luego, ya al final, metimos a montadores y viajábamos en el coche.

P. Érais currantes y artistas también.

R. A mí la palabra artista siempre me ha venido muy larga. Yo solo me considero músico. Para mí, los artistas son otros. Los que actúan en grandes conciertos y los que van al Festival de la Guitarra. Los de los escenarios de baile somos currantes de la música.

P. Junior, Los Califas, Las Manos, Flor y Nata, Pica Pica, Trinidad, La Banda Sureña. Ha mudado usted de piel más veces que una serpiente.

R. Tenemos una profesión muy liberal y cuando estabas en un grupo, o bien se deshacía porque alguno se iba a la mili o te ibas tú porque había llegado el momento de irse. Ibas siempre buscando la ilusión de otra cosa nueva.

He hecho miles de kilómetros y he tenido nueve furgonetas

P. En los grupos, por cierto, suelen saltar chispas.

R. Yo he tenido la suerte de que entre nosotros no han saltado muchas chispas. Nos hemos llevado bien. Yo he aprendido mucho de mis compañeros y luego me ha tocado a mí enseñar.

P. ¿La Banda Sureña ha sido el amor de su vida?

R. Paco Récord, Antonio Fernández y yo nos salimos de Trinidad para montar una cosa nueva. Estábamos quemadillos. Y vino el batería, Joaquín, y metimos a mi cuñado, Ricardo Fernández, como cantante. Se hizo con mucha ilusión. Estábamos todo el día ensayando. Ricardo hacía canciones nuevas y nos propusimos triunfar, porque estábamos cansados de de la pachanga. Y como teníamos ya un nombre y sabíamos cómo funcionaba el negocio, en el 82 nos fuimos a Madrid a grabar. Nos costó 200.000 pelas aquel primer disco.

P. ¿Lo pagaron ustedes?

R. Sí. Con nuestro dinero. Subimos dos días a Madrid en diciembre y se grabó aquello. Eran tres canciones. Vendimos 2.000 copias y las llevamos a las emisoras. Era el año de la movida madrileña.

P. Y volvieron a la pachanga otra vez.

R. Nunca la dejamos. Si no, no tocabas. Los mánagers empezaban a traernos orquestas de Valencia, de Galicia y de todos lados. Tuvimos que tocar hasta Paquito el Chocolatero. Te la pedían. Y llegamos a tocar con King África en un pueblo de Málaga. Nos subió al escenario y nos pusimos a bailar con él.

P. Usted ha tocado con un montón de grupos muy potentes de la escena nacional.

R. Con todos. Con Mecano, Obús, Cai, Alameda, Medina Azahara y con muchos cantantes españoles. En el hotel Don Pepe coincidí con Serrat, y también con Rocío Durcal o Rocío Jurado.

P. A finales de los setenta llegó el rock andaluz como un ciclón, pero La Banda Sureña no se subió a ese carro.

R. No. Metimos a Ricardo de cantante y no teníamos esa influencia flamenca. Ya estaban otros que lo hacían muy bien. Preferimos seguir con el tipo de música pop.

A mí, la palabra artista siempre me ha venido muy larga

P. ¿Triana fue una estrella fugaz?

R. Fueron los que pegaron el pelotazo más grande de todos. Yo tuve la suerte de conocer a Jesús [De la Rosa, vocalista de Triana] aquí en Bilbao. Tocaba con un grupo de Sevilla en las discotecas, igual que nosotros. Tomábamos copas juntos. Era el año 72.

P. ¿Cómo lo recuerda?

R. Jesús cantaba y tocaba el teclado con ese grupo. Era uno más. No destacaba en nada porque allí los grupos hacíamos música de baile y ya está. Todavía no existía Triana. Coincidimos un mes entero tocando todos los días juntos en el mismo escenario. Y después de tocar salíamos a tomar chiquitos. Era un tío muy modesto, muy centrado. Un hombre con el que se podía hablar de lo que fuese. Y muy pacífico.

P. Que, por cierto, el rock andaluz se desvaneció como un azucarillo a principios de los ochenta. ¿Sabe por qué?

R. En la música hay subidas y bajadas. En esos tiempos hubo una bajada porque ya estaba el mercado saturado de cierto tipo de grupos.

P. Sesenta años de carrera. Cien galas al año. Nos sale un número astronómico.

R. Esto es lo que yo he querido hacer toda la vida. Y, como en invierno muchas veces no teníamos actuaciones porque era más de ferias, yo me buscaba un trío y tocaba por los pubs. Y hacia otras cuarenta galas más con el trío en bares nocturnos.

P. ¿Qué noche dijo tierra trágame?

R. Ha habido muchas noches malas. Como cuando estabas tocando y empezaba a llover. No sabías qué hacer para tapar todo el equipo porque se moja y se va todo al garete. Te vuelves loco, sueltas la guitarra y sales corriendo. O encajarnos al quinto pino a tocar y venirnos sin cobrar.

He tocado en el mismo escenario que Mecano, Leño, Barón Rojo, Alameda y todos los mejores grupos de entonces

P. ¿Sin cobrar?

R. Sí, porque algunos mánagers tenían el trato con las empresas de que no nos pagaran. Ellos cobraban y nos pagaban al mes. O a los tres meses. Impusieron esa forma de trabajar.

P. Siempre en metálico.

R. Al final no era en metálico, sino en talones. En Llerena cobramos un talón a las seis de la mañana y esperamos hasta las ocho sentados en la puerta de un banco hasta que abriera. Esto era así.

P. ¿Ante qué músico se quita el sombrero?

R. Hay muchos muy buenos. Por ejemplo, Jimi Hendrix, Eric Clapton, Mark Knofler. Yo tengo una afición por la música de jazz. Cuando yo escuchaba música ponía a Wes Montgomery o Jimmy Smith.

P. Pero jazz no ha tocado nunca.

R. No. Pero lo intentamos.

P. Ha sido lo que ha querido ser.

R. Eso sí. He sido músico, que es lo que quería hacer toda la vida. He vivido de ello y he llegado hasta aquí, gracias a Dios.

He sido músico, he vivido de ello y he llegado hasta aquí

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