Javier Montijano: “A veces lo que nos extraña se convierte en compañero de viaje”
Cuando uno se cruza por la ciudad con Javier Montijano (Córdoba, 1966) que va con su bici eléctrica ataviado con una camisa blanca impecable y su sempiterna gorra, no repara en que ese tipo de ojos claros es negro. Se parece esto a aquel chiste que hacían sobre el Rey del Rock: “Elvis es negro, pero no lo sabe”.
Montijano es un músico y cineasta cordobés con nueve discos a sus espaldas llenos de canciones sugerentes apoyadas en ritmos seductores y vestidas con arreglos aparentemente ajenos a nuestra tradición. Canciones conocidas por un público que se autoexige huir de lo común y adentrarse por las propuestas que ofrece este autor peculiar.
El inquieto viajero Montijano también ha devenido en un realizador de documentales en los que pone el foco en los paisajes sonoros y vitales de las culturas india, camerunesa o etíope, y que han recibido reconocimientos en certámenes internacionales del género. Son títulos como Encuentro Azmarí, Pequeñas cosas de los Wagogo, India en espera o el más reciente, Encuentro Bikutsi, realizado junto a Javier López, donde se demuestra que la mirada occidental debe adentrarse con una mezcla de locura y sinceridad en la música y costumbres de los Beti Ewondo, de Camerún, para intentar captar su esencia.
Montijano nos recibe en el estudio caóticamente ordenado que tiene en su casa en la Sierra, en uno de esos enclaves aislado pero cercano a la ciudad. Allí hay guitarras, un teclado, una batería, diversos instrumentos de percusión recopilados en sus viajes, micros, cables… En fin, lo necesario.
Para definir la obra musical y audiovisual de Javier Montinajo habría que hacer malabares con tres bolas, la de la sensibilidad, la de la inteligencia y la de la curiosidad. A ver si lo logramos.
PREGUNTA. Creo que tiene sentido que empecemos diciendo que tú trabajas como funcionario público.
RESPUESTA. (Ríe) Vaya, empezamos fuerte… Sí, soy funcionario, trabajo como asesor jurídico en la Delegación de Turismo. Pero no soy experto en turismo.
P. Es una manera de vivir aunque te dediques a otra cosa ¿Lo pensaste así?
R. Bueno, yo, busqué un trabajo en lo público, que es lo más seguro, lo más contrario al arte, te da la posibilidad de hacer el arte que tú quieras. Al principio pensé que era, de alguna manera, excepcional; pero luego fui conociendo que grandes compositores habían sido funcionarios mediocres, grises. Sin yo querer compararme ni en lo uno ni en lo otro, claro (y sonríe).
P. ¿Y mientras desarrollas tu trabajo, digamos en ese sentido funcionarial o cotidiano, piensas o imaginas músicas, imágenes?
R. Cuando desarrollo una actividad intensa en un campo no puedo pensar en lo otro. Cuando va más despacio sí pienso en música. A veces es una distracción o un mal uso, lo reconozco. Lo ideal es concentrarse en una cosa. Las canciones las compones en tu casa. En la administración podrías divagar. Intento separar.
Hay quienes quieren hacer versiones, copiar lo que les gusta o ser muy perfeccionistas. A otros nos da por hacer cosas sin sentido
P. ¿Quisiste ser músico desde muy chico?
R. No entiendo por qué, siempre he sido relativamente discreto; pero sí he querido destacar sin ser así, ahora que lo pienso. Quería ser atleta, correr, cuando era pequeño. Pero no tenía facultades reales. Y, luego, me gustaban los animales, soy de la generación que veía los documentales de Rodríguez de la Fuente pero, claro, tampoco tenía contacto con águilas, ni cosas así. Después, cuando encontré la música, pues no lo sé... Cuando eres adolescente haces las cosas sin pensar. Hay quienes quieren hacer versiones, copiar lo que les gusta o ser muy perfeccionistas. A otros nos da por hacer cosas sin sentido o con un sentido que sólo tú le das. Yo estaba dentro de ese grupo.
P. Un rarito…
R. Bueno, no era un gran músico pero me gustaba hacer cosas que no tenían sentido con mi entorno.
Lo que he aprendido ha sido por cosas que me han contado los músicos buenos
P. ¿Tuviste estudios musicales, digamos “reglados”?
R. Algún intento. Fui unos meses al conservatorio, de pequeño, y deje de ir. Luego, más tarde en Barcelona, en una escuela de músicos ya con veintitantos años, pero fueron un par de meses.
P. Casi autodidacta.
R. Lo que he aprendido ha sido por cosas que me han contado los músicos buenos: esto se hace así o se hace asá…
P. Háblanos, pues, de referentes, un músico, sobre todo autodidacta, se alimenta de referentes, buscando fuentes…
R. Tuve un despertar musical tardío, nunca fui un gran aficionado a la música de niño. A mí, si me preguntaban, yo podría contestar que quería ser astronauta o futbolista, para salir del paso, sin tener gran interés ni en la NASA ni en el Atleti, para entendernos. Entonces, mi despertar musical fue con un grupo fácil, ni siquiera los Beatles, fue con Supertramp, sencillos, asequibles pero con mucha riqueza musical. Pero fue una primera apreciación como la del todo el mundo, un grupo con canciones bonitas y ya está.
P. Muy popular, en un sentido amplio.
R. Cuando comencé a sentir la música con más profundidad fue cuando empecé a escuchar a Genesis, y lo fue por extrañeza. A veces, de jóvenes, lo que no nos gusta pero nos extraña puede convertirse en un compañero de viaje a muy largo plazo. Recuerdo que en sí no me gustaba el grupo Genesis, pero mi hermano -yo tengo la suerte de tener hermanos mayores, eso es fundamental- me pasaban música y yo me quedé con un trocito de la melodía de “Cinema Show” que me resultaba muy bonita (la tararea). Entonces poco a poco fui escuchando el disco completo y sus álbumes anteriores. Y luego, en un viaje a Inglaterra con mis padres, ya estaba escuchando a Peter Gabriel que, igual, me resultó rarísimo. Alguien extraño que se convirtió en un íntimo amigo.
P. Eran tiempos de aprendizajes personales, sociales y culturales, de estímulos…
R. No viví los años 80 intensamente , en el sentido en que el pop español no entró en mi cabeza. Salvo la apreciación de una canción puntual pero muy poco. Incluso el pop internacional lo aprecié después por la nostalgia. Me gustaba mucho Gabriel, Laurie Anderson, Sting, Peter Hammill, también escuchaba música clásica en esa época. De los contemporáneos no mucha variedad porque de los que había en la época me podía gustar, por ejemplo, XTC, que eran de los más raros Y pasaron los años…
Yo creo que no he hecho las cosas a mi tiempo
P. Pero hubo una efervescencia ¿tú no querías tener un grupo?
R. Bueno sí. Yo creo que no he hecho las cosas a mi tiempo. Sí tenía un grupo, pero yo era muy introvertido, para mí era un shock ponerme a tocar con un grupo. Aún así formamos Sobre un Tejado, que tenía “algo”. Pero hubo un movimiento recíproco, cuando los de mi grupo nos armamos de valor para dar el paso, vimos que las cosas no eran tan fáciles. Algunos amigos músicos me decían que si mandaba algo a Madrid me lo iban a coger porque era muy original, y yo mandaba algo y me daba como miedo, “y si me cogen, ahora qué hago, pensaba. Ahora me doy cuenta que no, que lo que yo hacía no interesaba. Incluso pasaron de nosotros en aquello de la Muestra Poprockera (un certamen de promoción de bandas que promovió durante varias temporadas el área de cultura del Ayuntamiento) y a mí me daba igual. Yo buscaba cierta profundidad, supongo -ahora no me gusta nada esa época mía- y eso era contrario al espíritu de la movida madrileña o de la movida que hubiese aquí en Córdoba. Resumiendo, cuando yo intenté algo me di cuenta de que mi mundo era paralelo a lo que estaba pasando.
P. Después llega el cine, los viajes ¿Tiene que ver con tu faceta musical?
R. Inicialmente no. Eran actividades diferentes. Yo tenía bandas sonoras compuestas que se habían quedado allí, en mi estudio casero, a veces utilizadas como pasajes musicales en algunos de mis discos de canciones. Un poco aburrido del tema de la música, me hablaron de Etiopía, así que cogí una cámara bastante buena y me fui por las montañas de allí, “algo saldría”, pensé. Etiopía es un país muy diferente a todo. Original. Al ser muy montañoso es infranqueable y no se ha mezclado tanto como otros países que son más portuarios, por ejemplo.
Todo lo que encuentras es un regalo con una actividad nueva
P. ¿Pero ibas con una intención antropológica, de folclorista o algo así?
R. Qué va. Era una actividad diferente de la música , para olvidarme un poco de ella y me hacía ilusión, la verdad. Yo tenía “el colmillo retorcido” con la música, creí que tenía unos derechos adquiridos en ella y, con el cine, todo fue de nuevas. Todo lo que encuentras es un regalo con una actividad nueva. Aproveché parte de esas bandas sonoras que tenía e incluso alguna canción para ilustrar esas vivencias en Etiopía. Y una vez estando allí, me encontré con los azmari , músicos ambulantes que usaban una especie de violín de una cuerda y ritmo de ¾ con tambores. Pensé que me gustaría meterme ahí en medio y que algo saldría.
P. Pues “miel sobre hojuelas”…
R. Sabes que siempre me ha gustado la música africana, pero es muchas veces como un esnobismo y luego se queda ahí y ya está. Hice un documental de una hora o así. Pero luego me plantee “y si lo repito pero yendo más al fondo, siendo más activo con los músicos de allí”. Volví. Tuve dificultades. Ellos viven a partir de tres mil o tres mil quinientos metros de altura. Tuve un problema de hipoxia. Contacté de milagro con algunos de estos músicos que vivían a cuatro mil metros en el Abuna Yosef, pero pude quedar en una aldea a dos mil y pico metros en la que, por cierto, hacía un calor terrible. Intentamos hacer cosas juntos. Eso fue un cortometraje.
P. Trabajos de cine que han tenido, y tienen, cierto recorrido…
R. Es que al no ser nada en un campo que no es el tuyo, te sientes agradecido con lo que va pasando. Sólo de pensar que vas a un festival de cine ya es una aventura. Piensas “yo no tendría que estar aquí”.
En el tema profesional esto del cine documental para mí es como la música
P. Llámale éxito ¿no?
R. Vamos a ver. Los circuitos no son, digamos, profesionales, de contactos con televisiones donde se negocien contratos para exhibirlos o cosas así. Son ciertos festivales de documentales que todos llevan el sello del ministerio de cultura de sus países. Pasa como con la música, si yo hiciera sevillanas, pues a lo mejor tendría más salida comercial. Pues con esto pasa un poco lo mismo. Estos son certámenes culturales, no son salidas profesionales. Javier López, el compañero que ha trabajado conmigo en Encuentro Bikutsi, sí es profesional. Hace videoclips, publicidad, un documental para Miguel Poveda, hasta bodas… En el tema profesional esto del cine documental para mí es como la música.
Digo de broma que tengo rasgos negroides pero la gente no se lo cree
P. Pues parece un círculo que se cierra. Ése que comienza con el Javier niño que veía documentales de naturaleza o de Rodríguez de la Fuente…
R. Ah, pues puede ser que eso fuese una semilla… Me pides una reflexión muy profunda. Tengo que pensar un poco más el porqué de esa afición por lo tribal, por lo antropológico, para ver de dónde me viene. Porque yo no tengo antecedentes, a veces digo de broma que tengo rasgos negroides para justificarme pero la gente no se lo cree (ríe). No sé qué hace que yo sea un poco más africano que la media de los músicos de pop españoles, no lo sé.
P. Háblame de la importancia de tener “secuaces” en las aventuras. De la complicidad para hacer música o de hacer cine.
R. Sí, son muchos factores. La verdad es que tocar con amigos siempre es una ventaja porque…
P. …no cobran o cobran poco.
R. Bueno, o te haces amigo de la gente con la que tocas, si no es bastante complicado. Y después, sí claro, está el tema económico. Si tus proyectos no son rentables económicamente acabas haciendo cosas con amigos. Es un cúmulo de circunstancias. Por ejemplo, con Eduardo (Viñolo) siempre he tenido un batería, pero yo no tenía bajista, no lo encontraba y al final, resulta que uno de mis mejores amigos, Miguel Ortiz, que es guitarrista, pues se ha puesto a tocar el bajo y, claro, tiene ese feeling. No será un gran bajista experto en muchas cosas, pero tiene un sentido con el instrumento que no encuentras en otro. Le da sentido a las cosas, que es lo que interesa.
Me hubiera gustado tener un público que no fuera amigo
P. ¿Córdoba te ha tratado bien? ¿Te has sentido integrado en el panorama artístico y cultural de la ciudad?
R. Hace tiempo que vivo un poco aislado de la ciudad. Mi familia y mis amigos me han arropado siempre mucho y aquí tengo mis raíces. Pero tampoco me quiero poner a echarle la culpa a nadie de unas cosas o de otras. No puedo echarle la culpa a una ciudad que es el reflejo del resto del mundo. Y yo aquí tengo a gente querida que me ha apoyado siempre. Me hubiera gustado tener un público que no fuera amigo (en este punto nos reímos los dos), pero yo también tengo que estar agradecido porque puedo seguir haciendo música. Y no tengo obligaciones artísticas hacia nada o hacia nadie.
P. ¿Cómo has pasado el confinamiento y estos tiempos tan extraños?
R. La primera fase, en comparación con lo vivido por otra gente, la he pasado en condiciones idílicas, la verdad. Me levantaba y lo primero que hacía era yoga, he teletrabajado cuando había que hacerlo, cortaba leña y limpiaba maleza para prevenir incendios ahora en verano. En soledad, bien. He podido acabar la estructura de Encuentro Bikutsi… Luego la fase de salir a la calle ha sido más incómoda porque cada uno tiene su punto de vista y tienes que convivir en el mismo espacio con gente que no cree necesario usar mascarillas, y a veces son situaciones violentas. También estás preocupado por la economía porque la gente lo está pasando mal y lo va a pasar peor.
El africano es un artista de acción mientras que nosotros tenemos un exceso de "postureo"
P. ¿Crees que se puede aprender algo de tu experiencia en África para situaciones como la que estamos viviendo?
R. Los etíopes son gentes más reservadas, rígidas, y los cameruneses muy extrovertidos y habladores, pero sinceramente no sé cómo viven la pandemia. Ahora bien, de su actitud artística sí que podemos aprender. El africano es un artista de acción mientras que nosotros tenemos un exceso de “postureo”. Cuando una música ha sufrido tanto el imperialismo occidental y se ha mantenido intacta es porque es muy, muy fuerte. O cuando te das cuenta de que músicas como las americanas están basadas en las africanas. Desde Robert Johnson a todo el soul, incluso músicas que yo pensaba que eran blancas, como el tango que tiene elementos africanos. Nosotros tendríamos que aprender mucho de ellos y ellos de nosotros porque nosotros también podemos aportar. Por ejemplo, estuve con un negro que tocaba un instrumento raro, uno de esa especie de trovadores portadores de una tradición oral que se remonta en el tiempo, que me dijo que, antes que los occidentales, ellos ya habían profetizado el invento del avión o el de una oruga que transportaba gente, el tren.
P. Pues será verdad ¿quiénes somos nosotros para decirle que no?
R. Claro. Y también entrevisté a un señor muy culto que me habló de la teoría del Big Bang. Me puse a investigar y resulta que tienen una mitología muy compleja al respecto, sobre cómo el poder del universo se expande por la voluntad. Esto apenas sale en el documental, no sé si le interesa a alguien; pero me interesa a mí. En fin, ellos tendrán carencias de organización, tal vez. Lo que está claro es que un país no puede siempre echarle la culpa de sus miserias a otro.
Yo a veces pienso que el mundo es una especie de receta de cocina donde se mezclan elementos
P. Compartimos demasiado para darnos la espalda…
R. Yo a veces pienso que el mundo es una especie de receta de cocina donde se mezclan elementos y que todos son necesarios: la rítmica de la India, la rotundidad de África, la tecnología occidental, la mezcla americana, Brasil…
Coda
Mientras bajábamos en coche camino de la ciudad después de nuestro encuentro, recibo un mensaje de voz de Javier que dice más o menos así: “Juanito, gracias por todo. Ya te he contado lo del Big Bang, también quería contarte lo del canto difónico (emite un sonido profundo y vibrante con su voz), esto en Córdoba no le interesa a nadie; a mí, sí. Hasta luego”
Este es Javier: un tipo curioso, en el amplio sentido de la palabra curioso.
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