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El último puño alzado de Drazen

Drazen Petrovic, en su etapa en los Blazsers.

Paco Merino

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Jugar contra él era un honor y una tortura. A Drazen Petrovic le daba lo mismo competir contra Los Ángeles Lakers, el Barcelona o la selección de Andalucía, como aquella noche del 24 de mayo de 1993 que recuerdan de un modo muy especial aquellos que compartieron pista con él. Entre ellos hubo cuatro cordobeses: Alfonso Reyes, Curro Ávalos, Miguel Ángel Luque y Pepe Torrubia. El genio de Sibenik era el líder de la orgullosa selección de Croacia, subcampeona olimpica ante el genuino Dream Team -sí, el de Jordan, Magic, Bird, Ewing, Barkley…- y aspirante, con todos los condicionantes a su favor, para conquistar la corona continental en el Eurobasket de Alemania’93.

Aquella noche en el San Pablo de Sevilla, en un ambiente de semiclandestinidad -algo menos de dos mil espectadores-, se montó un duelo desigual que con el patrocinio de la Cadena Ser pretendía servir como declaración de intenciones del nuevo equipo de gestión de la Federación Andaluza de Baloncesto, en la que acababa de aterrizar un joven abogado sevillano y bético con muchas ideas en la cabeza. Un tal José Luis Sáez. Gradas vacías, una insana contumacia por coleccionar derrotas dignas y una carencia de material absoluta. Era el retrato perfecto del baloncesto del sur en aquellos tiempos de cambio. José Alberto Pesquera y Javier Imbroda, los seleccionadores de Andalucía, tuvieron que recurrir a un estadounidense (Tommy Jones, del Cajasur de Córdoba), un ruso (Dimitri Minaev, del Loja) y un serbio (Milicevic, sin equipo) para completar un grupo de doce en el que sólo Alfonso Reyes (Estudiantes), Miguel Ángel Cabral (Dyc Breogán) y unos bisoños Raúl Pérez y Benito Doblado (Caja San Fernando) presentaban cierta experiencia en la ACB. El resto, meritorios y esforzados obreros en ligas de segundo orden.

“Reconozco que me fui enfadado. Sólo salí tres minutos, al final, y era una oportunidad de jugar contra un equipo de élite, con figuras de primer nivel mundial. Mi ego por entonces estaba fuerte. Tenía 20 años. Ahora, con la perspectiva del tiempo, me doy cuenta de que fui parte de un acontecimiento histórico”, recuerda Miguel Ángel Luque, por aquel entonces jugador del Cajasur y uno de los integrantes del cuarteto de cordobeses -lo completaban Alfonso Reyes (Estudiantes), Curro Ávalos (Unicaja) y Pepe Torrubia (Cajasur)- que ejercieron, sin saberlo -como todos los que estaban allí-, como figurantes de la última actuación del gran Drazen Petrovic.

El episodio final de Petro en suelo español fue otra lección de excepcional rutina. Croacia ganó (82-105) y él, como era norma, lo hizo todo. Máximo encestador (24 puntos) y elegido MVP del partido, desplegó en la cancha andaluza todo el arsenal de recursos que hacían de él una mezcla de ángel y demonio. Se mofó del banquillo local antes, durante y después del choque, hizo amagos de lanzar la pelota en tono de burla al árbitro español, le soltó un codazo a Benito Doblado -el joven de Lebrija se había atrevido a encestar dos canastas seguidas para provocar el aplauso de sus paisanos- y repitió uno de sus gestos más célebres: ese puño levantado con rabia para festejar lo que mejor sabía hacer. Jugar para ganar. Afrontar cada partido como si fuera el último.

El guion previsible

El encuentro se ajustó con fidelidad al guión más previsible. La actitud arrogante y altiva de los croatas, con Petrovic como referente de ese estilo en la pista, activó el amor propio a los jugadores de casa y al público para calentar el ambiente. Se registraron piques contínuos. Perasovic recibió una técnica y cualquier acción se protestaba. Los árbitros, español y croata, iban con la idea de despachar una actuación políticamente correcta pero se vieron envueltos en un embrollo inesperado. El bolo amistoso derivó en un duelo callejero, sin ley ni orden. En el marcador, un triple inicial de Andalucía a cargo del sevillano Raúl Pérez aportó la primera ventaja. Después de un 7-5, la apisonadora balcánica comenzó a hacer su trabajo. El entusiasmo en la dirección de Curro Ávalos, del Unicaja, y la briega bajo los tableros de Alfonso Reyes sostuvieron, junto al descaro ofensivo de los sevillanos Doblado y Pérez, a Andalucía dentro de unas desventajas presentables (52-69, 66-77…) hasta que se produjo el arreón final de los croatas, que alcanzaron su máxima diferencia 80-105 junto antes de que los andaluces hicieran la última canasta al tiempo que el cláxon atronaba en un recinto semivacío. Y Petrovic sonrió.

“Existen jugadores buenos, magníficos, extraordinarios… y existe otra categoría en la que están aquellos que hacen que el baloncesto evolucione para colocarlo en otra dimensión. En esa categoría está Petrovic. Por encima de todo, lo que más valoro de este genio es una característica que posiblemente pase desapercibida para muchos: su capacidad de trabajo y sus ansias de mejorar día tras día”, explica Luque, que por entonces se abría camino en el baloncesto profesional desde el club de su ciudad, el Cajasur, al que había vuelto después de una brillante etapa en las categorías formativas del Joventut de Badalona, con el que alcanzó más de medio centenar de comparecencias internacionales. De un compañero de entonces, Isma Santos, relata Luque una anécdota a propósito de la peculiar relación, entre el amor y la adicción, de Drazen Petrovic con el baloncesto. “Santos, que fue compañero mío en la selección española juvenil y después de Drazen en el Real Madrid, me contó que cuando Petrovic fichó por el club blanco, sus principales peticiones fueron vivir cerca de la Ciudad Deportiva, que era la cancha en la que jugaban, y ¡tener las llaves del pabellón! Era frecuente verlo entrenar allí los domingos y festivos”. A los dos meses de estar en Madrid, Drazen ya hablaba castellano con fluidez. Su estilo de vida era propio de un monje: dedicaba todo su tiempo al baloncesto, apenas salía con los compañeros -sólo bebía refrescos de naranja- y no tenía teléfono. Todos sabían dónde localizarlo: en casa o en la cancha, lanzando series que superaban los mil tiros. Si perdía un partido, solía quedarse después en la pista entrenando durante horas.

Drazen y Aleksandar en Sevilla

Petrovic llegó a Sevilla como capitán de la que entonces era la mejor selección del mundo por detrás de los intocables profesionales de la NBA. Así lo había acreditado Croacia en su primer gran torneo internacional, los Juegos Olímpicos de Barcelona’92, donde expresó todo su talento la fantástica generación con raíces en la Jugoplástika de Split, cuyos miembros ya se habían desplegado por todo el mundo: Toni Kukoc, Dijo Radja, Zan Tabak, Velimir Perasovic, Stojko Vrankovic, Danko Cvjeticanin, Arijan Komazec… En los Juegos, después de remontar seis puntos en un minuto en la semifinal ante la CEI (Rusia más otros estados de la antigua URSS) y ganar por 75-74 con dos tiros libres de Petrovic (27 puntos), Croacia peleó por el oro ante el equipo más increíble de todos los tiempos, el Dream Team original. Los héroes de los posters se reúnen por primera vez para enseñar al mundo quiénes son los que mandan. Los diez minutos iniciales de la gran final forman parte de la historia del deporte. Drazen anotaba triple tras triple, con la lengua sacada y su sonrisa socarrona. Sin miedo a nadie, contagiando a todos con su magia. Croacia llegó a ponerse por delante en el marcador (25-23). Fue la primera vez que sucedía en todo el campeonato. Luego, todo volvió a su cauce natural y Estados Unidos se llevó el título (117-85), aunque los croatas reían en el podio y agitaban su bandera con un orgullo especial. El de todo un país recién nacido.

Ésa era la Croacia que se presentó en Sevilla. Ése fue el equipo con el que Drazen jugó por última vez en España, un 24 de mayo de 1993. Dos años después, su hermano mayor, Aleksander, salió de la Cibona de Zagreb para fichar por el Caja San Fernando, cuyo hogar era precisamente el pabellón en el que Drazen había protagonizado sus últimas acciones, el sitio en el que había alzado su último trofeo: la I Copa Comunidad Autonóma. Fue la primera edición del certamen. No hubo más. Por cierto, con Asa Petrovic vivió Sevilla sus días más gloriosos en el baloncesto. El entrenador croata estuvo dos años antes de decir adiós, seguramente con una deuda sentimental saldada.

Petrovic salió aquel día del pabellón San Pablo a toda prisa, ajeno al revuelo a su alrededor, esquivando los micrófonos de los periodistas y los bolígrafos de los cazadores de autógrafos. Tenía que seguir trabajando. No podía parar. Apenas unas semanas antes había terminado los play offs de la NBA con los New Jersey Nets y su nombre figuraba en la lista de futuros fichajes de otra franquicia con más aspiraciones. Se hablaba de los Knicks. Con 28 años, era el primer europeo que conseguía un estatus estelar en la liga estadounidense. Ya había disputado una final del campeonato -con los Blazers, cayendo frente a los Detroit Pistons- y su protagonismo en los Nets era evidente: aliado con dos figuras emergentes como Derrick Coleman y Kenny Anderson, Petro -como era conocido por los fans- había elevado su promedio anotador (23,3 puntos, con un 52% en tiros de campo y 45% en triples) para llevar a los de New Jersey a unos play offs de los que estaban ausentes desde 1986. No fue incluído en los equipos para el All Star Game, pero sí fue invitado al concurso de triples, al que ya acudió en la edición del año anterior llegando a la semifinal. Ofendido, rechazó la propuesta.

Un destino fatal

Su compromiso inquebrantable con el equipo nacional lo demostró integrándose al grupo que peleó en el Preeuropeo de Polonia. El 31 de mayo, y una semana después del singular partido en el San Pablo sevillano, dejó firmado su tope de anotación con la selección de su país: 48 puntos frente a Estonia. Croacia se clasificó sin problemas, con 30 puntos de Drazen en el partido ante Eslovenia. Fue el 6 de junio de 1993. La última vez. Tras haber certificado el billete para el Eurobásket de Alemania, el equipo croata debía volver a Zagreb en avión. De hecho, las maletas de Drazen habían sido ya facturadas, pero el legendario escolta se empeñó en convencer al entrenador, Mirko Novosel, para que le permitiera alterar su ruta. Quería hacer el trayecto en coche para pasar un par de días en Alemania con su novia, la modelo alemana y jugadora Klara Szalanty, que le esperaba junto a su amiga Hilal Edebal, jugadora turca, en el aeropuerto de Wroclaw.

Drazen Petrovic falleció a los 28 años en un accidente de automóvil el 7 de junio de 1993, a las 17:20 horas, en la carretera que enlaza Nüremberg con Munich, cerca de Ingolstadt, en el estado germano de Baviera. Según el informe policial, un camión se saltó la mediana de la carretera cuando el conductor perdió el control intentando evitar el choque con un auto que iba en su mismo sentido, bloqueando los tres carriles que iban en dirección contraria. Unos segundos más tarde, el VW Golf en el que viajaba la estrella croata chocaba contra el camión. Las dos mujeres resultaron gravemente heridas. Petrovic, que iba en el asiento del copiloto, murió en el acto.

“Fue impactante, a la altura de cuando me comunicaron que Magic Johnson había contraído el virus del SIDA (yo estaba con el Joventut en un partido de Copa Europea en Milán) o cuando falleció Fernando Martín. Piensas que es uno de esos muchos bulos que corren por ahí a menudo. No quieres creerlo, te da rabia ver cómo un tío que se transformó literalmente (especialmente en lo físico) en otro jugador distinto al que comenzó y deslumbró en la Cibona, con el único propósito de seguir siendo el mejor, se va cuando aún no ha llegado a su límite”, recuerda el cordobés Luque, uno de los doce hombres de aquel equipo irrepetible -sólo se vieron una vez- al que el destino concedió la fortuna de contribuir a la última actuación en España del que es considerado por muchos el mejor jugador europeo de todos los tiempos.

La última vez

ANDALUCÍA, 82 (38+44): Curro Ávalos (5), Gaby Ruiz, Raúl Pérez (6), Tommy Jones (9), Milicevic (12) -cinco inicial-, Benito Doblado (14), Alfonso Reyes (9), Cristóbal Rojas (5), Miguel Ángel Cabral (7), Dimitri Minaev (11), Miguel Ángel Luque y Pepe Torrubia (4).

CROACIA, 105 (53+52): Drazen Petrovic (24), Alanovic, Danko Cvjeticanin (11), Dino Radja (10), Stojan Vrankovic (14) -cinco inicial-, Velimir Perasovic (5), Gregov (10), Zuric (5), Arapovic (4), Zan Tabak (9), Veljko Mrsic (10) y Kovacic (3).

ÁRBITROS: Radjic (Croacia) y Nieto (España).

INCIDENCIAS: Partido de presentación de la selección andaluza de baloncesto en el I Torneo Comunidad Autónoma, disputado el 24 de mayo de 1993. Unos 1.800 espectadores en el pabellón San Pablo de Sevilla. El concejal de Deportes del Ayuntamiento, Emilio Lechuga, entregó al trofeo de campeón del torneo y el galardón al Jugador Más Valioso a Drazen Petrovic.

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