Ya no te quiero querer
Enhorabuena a quien se lo hubiera propuesto. Lo ha conseguido. En El Arcángel huyen los seguidores como de la peste. Era el partido más importante de la temporada y el graderío tenía más calvas que el césped. La temporada del equipo no está respondiendo a las expectativas del marketing -siempre excesivas, hay que vender-, pero tampoco a las que podía albergar cualquier seguidor con cierta experiencia y una dosis moderada de sensatez. El Córdoba hace fútbol de garrafón y con eso va tirando, mal que bien, haciendo cuentas para salvarse y deseando que esto acabe de una vez. No ha salido y punto. Ya no está el presidente que empezó esto. Ni el entrenador. Ni el director deportivo. Faltan ocho partidos y el personal asiste al espectáculo como si no pasara nada. Pero eso es mentira. También hay que respetarlo porque es una forma tan válida como cualquier otra de autoconsolarse. Muchos piensan que esto de la permanencia no va con nosotros. Pero está ahí. ¿Por qué los jugadores se abrazaban como si hubieran ganado un título al final del partido? Ahí tienen la respuesta. No hay nada como tener un objetivo real para hacer un buen trabajo. Lo de perseguir sueños está bien para los veranos, cuando todos somos unos fenómenos y los fichajes tienen buena pinta. Ahora hablamos otro idioma.
“¡Ficha a Dybala!”, cantaban los doscientos y pico seguidores almerienses a su presidente en los prolegómenos del partido. Llevan una trayectoria ridícula desde que descendieron de Primera División, de la mano del Córdoba. Nunca han sido ni siquiera aspirantes al play off para regresar a la élite, pero han conseguido digerir su situación y convertir las salvaciones en los nuevos títulos. De eso sabe mucho el Córdoba, pero parece que muchos lo han olvidado. Un chaval mejicano metió un gol en el descuento una tarde en Las Palmas y alguien dijo que éramos grandes. Desde entonces, todo fue a peor. El desmantelamiento de la plantilla ha ido parejo a la destrucción de los afectos. El trato a peñas, los burofax a aficionados críticos, el bombo requisado, la bunkerización del club... Muy bonito todo. Para llegar a esto. El equipo se juega la vida y la afición se queda en casa. No acuden ni los socios. Con menos público, el equipo ha sacado mayores réditos. Paradojas del cordobesismo. Trece puntos de los últimos quince en juego. Cuatro victorias por la mínima, la mitad de ellas en el descuento.
Este Córdoba reinventado dio un paso clave para salvarse. Lo hizo con los tres fichajes invernales en plan estelar. Tano Bíttolo, Sergio Aguza y Javi Lara han tenido impacto. El argentino se ha hecho con un sitio en el ala izquierda. No es una estrella, pero se ajusta al perfil de obrero que se sacrifica por el grupo sin buscar el lucimiento. Como Sergio Aguza, que ha dado empaque al mediocampo. Lo de Javi Lara es caso aparte. El montoreño se forjó en la cantera y no tuvo oportunidades en el primer equipo. Se marchó. Ha vuelto diez años después, con el título de la Liga India bajo el brazo -y un expediente por equipos de toda España-, y su incidencia en el juego es total. Acapara todas las acciones a balón parado y cada ataque pasa por sus botas. Cuando Carrión le sustituyó, el público pitó la decisión. Javi Lara es un pilar del Córdoba hoy. Termina su contrato en junio, como la mayoría de los futbolistas que están llamados a salvar la categoría del equipo. A los tres nuevos se añade un chico del filial, que llegó llamándose Rooney y que ahora, como Javi Galán, sigue progresando. Y, para redondear la revolución, dos recuperados: Deivid y Markovic. Se han tirado más de seis meses sin competir. El central es directamente titular y el serbio se entretuvo en firmar el gol de la victoria. Es el segundo que hace en esta temporada. Han valido seis puntos.
La vida sigue. Faltan ocho partidos. Ahora toca viaje a Mallorca, donde aguarda uno de esos grandes venidos a menos que luchan por la supervivencia. El Almería se queda atrás. Cuatro puntos por debajo. Los aficionados rojiblancos tienen el pellejo duro. “Sí se puede, sí se puede...”, cantaban al final, después de otra oportunidad frustrada por salir de unos puestos de descenso en los que llevan ya dieciséis jornadas seguidas. Animaron a los suyos, respetaron -como no hicieron otros en otros derbis andaluces- el himno del Córdoba y terminaron la tarde haciendo cuentas y asumiendo con resignación que lo van a pasar fatal de aquí al final. El cordobesismo, mientras tanto, se fue a casa con la sensación de haber cerrado un capítulo más de una temporada que huele a fraude. El equipo no está donde se esperaba. Muchos socios, tampoco. Los asientos vacíos atestiguan que algo no va bien. Los que fueron se llevaron una satisfacción. Ya no hay bombo, la animación decrece y el ambiente no es precisamente de jolgorio. En el minuto 54 se ha instaurado un minuto de ira colectiva que va como la seda. El personal está mayormente avinagrado, con la idea de que le han engañado como a un chino. Solo quieren que esto termine del mejor modo posible para que le cuenten otra mentira creíble. Y la rueda seguirá girando.
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