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Juan Velasco

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Cuando no era más que un niño, el artista Pepe Cañete jugueteaba en la librería de su familia y construía sus mundos con el material que allí encontraba: grapas, canutillos de boli, cajas, tizas… Todo lo que había en aquellas cuatro paredes que formaban la Papelería-Librería Cañete de Baena, que fundó su abuelo en 1926, podía ser un juguete en las manos adecuadas.

También parte de un proceso artístico en las mismas manos de aquel niño, décadas después. Esa es la génesis que hay detrás de Resurrección: discurso y diálogo en el tiempo. Nuevo asedio, la curiosa y sugerente exposición con la que Pepe Cañete ha decorado las dos salas del Centro de Artes Rafael Botí, y que supone, a la vez, una mirada a su pasado, una reflexión sobre el consumismo presente, y una invitación a hacer dar una segunda vida a lo que está destinado a acabar en la basura.

Una muestra que, en la sala Rafael Botí, recoge 78 del centenar de obras que ha ido creando este artista a partir de todo el material que encontró en la papelería familiar cuando, en 2018, se cumplió el centenario del nacimiento de su padre, José Cañete Melendo, quien, para todo el pueblo, era el librero de Baena.

Aquel centenario no sólo sirvió como una mirada al pasado, sino también como un reto: ¿Qué hacer con todo este mobiliario (vitrinas, mostradores, estanterías…)? ¿Qué valor artístico tiene este techo? ¿Cómo encajar todos estos objetos y materiales, algunos de ellos casi centenarios, toda esta correspondencia, todas estas cajas de marcas que ya no existen o han sido engullidas por multinacionales?

Entre el juego y el posicionamiento político

“Aquí hay un componente estético, pero también un posicionamiento político”, explica Cañete al lado de una escultura con forma de columna que recoge en su parte más alta recortes de cajas de cartón de marcas perdidas y va bajando hasta una base que forman los logos de multinacionales como Uber o Amazon. “¿Qué otro uso le daría cualquier otro artista a esto?”, se plantea Cañete mientras pasea por el Centro de Arte Botí, que este jueves acogía una lectura poética de Miriam Reyes, en el marco del ciclo de lecturas Resonancias: escrituras de la latencia y la presencia, unas jornadas paralelas a su exposición que también han contado con voces como la de Cristina Morales.

Una máquina de escribir se interpone entre el espectador y un cuadro que replica la misma máquina de escribir. Cañete dice que es la máquina que usó durante buena parte de su vida y se ríe al recordar la reacción de un grupo de jóvenes estudiantes que acudió a ver la exposición y a los que le pidió que escribieran con ella. “Anda, si imprime directamente”, cuenta que dijo uno de los chavales al ver las letras escritas en tinta sobre papel de calco.

“Muchos jóvenes, esto no lo han vivido. No saben lo que es un tiralíneas de este tipo”, dice señalando uno que cuelga de un cuadro. Lo mismo se puede decir de uno de sus obras favoritas, titulada Esto no tiene arreglo, que recoge un puñado de estilográficas antiguas pegadas entre tizas que simulan teclas de un piano. Plumas como las que que su padre arreglaba (a veces sin éxito) y el mensaje, de su puño y letra, pegado a una de ellas: “Esto no tiene arreglo”.

Quizá no arreglo, pero sí otros usos. Otra vida, como parte de collages, readymades, ensamblajes, instalaciones, móviles, esculturas y cuadros, organizados en ocho secciones temáticas o discursos. De todas las obras, una treintena se exponen ahora por primera vez. La mayoría permite la experiencia táctil, la participación del espectador, que puede completar las composiciones iniciadas por el artista.

Además, la muestra la completa un vídeo del creador Juan López López que traslada al ámbito vital y emocional de Cañete, al lugar de la infancia donde jugaba entre estanterías, libros y productos de papelería que hoy fundamentan su proceso creativo y refuerzan su vínculo con el lugar.

De hecho, probablemente la gran obra de Cañete sea el haber convertido aquella papelería tan importante y querida por los vecinos de Baena, el espacio mismo, en un objeto que vive una segunda vida (o tercera, ya que su primer negocio fue una taberna), convertida hoy en un centro cultural y de arte.

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