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Juan Velasco

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La coreógrafa Mercedes de Córdoba se ríe cuando se le pregunta si está casada. No lo está. Ni falta que hace. “Para tener un compromiso no hace falta estar casada”, responde con naturalidad. Faltan pocos días para el estreno de Sí quiero, su último espectáculo, que finalmente se pudo ver el pasado viernes 4 de marzo en el Teatro Villamarta, en el marco del Festival de Jerez.

Se ríe porque, aunque Sí quiero no es una historia nupcial, las dos palabras que le dan título a su última creación le venían “como anillo al dedo” para reafirmar su compromiso con la creación, la danza, el flamenco y el arte en general. Y para darle una continuación (o un reverso, para ser más exactos) a Ser. Ni conmigo ni sin mí, su ya penúltimo espectáculo, que también pasó por el Festival de Jerez en el año 2020.“Sí quiero es una respuesta categórica. Es un grito y, a la vez, una segunda parte para Ser, ni conmigo ni sin mí. Si allí luchaba contra los miedos que implica la exposición, aquí hay una reivindicación del compromiso”, explica Mercedes de Córdoba a Cordópolis.

Así, si entonces bailaba sola, en una danza que exorcizaba algunos demonios, ahora lo hace arropadísima por un cuerpo de músicos y de baile. En tiempos de pequeños formatos, la coreógrafa cordobesa ha ido en dirección opuesta: la guitarra de Juan Campallo, el cante de Enrique El Extremeño, Jesús Corbacho y Pepe de Pura, la percusión de Paco Vega, las palmas de El Oruco y un cuerpo de baile de cuatro jóvenes bailaoras (María Carrasco, Cristina Soler, María Reyes y Águeda Saavedra ) que le sirven de espejo.

“Es un proyecto más abierto a nivel coreográfico, entre otras cosas porque incluye un cuerpo de baile. Pero también porque alude deliberadamente a otras disciplinas, como la pintura, la música clásica o la copla”, señala la artista.

Sobre el papel, una lluvia de ideas y de hilos de los que ha ido tirando hasta confeccionar este nuevo espectáculo. Desde el poema Una mujer que muestra su verdad del poeta Braulio Ortiz Poole, al Vals de las flores, pasando por el propio rito nupcial, que tanto peso ha tenido iconográficamente en el flamenco, aunque del que sólo se ha cogido algún detalle estético y algún toque para deformarlo. “He buscado más imágenes y flashes a la hora de crear este espectáculo. He jugado con las flores, con la pureza, representada por el blanco, y la pasión, representada por el rojo”, especifica Mercedes de Córdoba sobre una obra que “juega con el poder que tiene la mujer, la sensualidad y la sexualidad y, sobre todo, con la libertad”.

“Yo me considero súper libre. Creo que la mujer en el Flamenco está en un momento súper importante. Veo a muchas mujeres creando y yo misma estoy en un momento en el que hago lo que me apetece”, defendía la creadora, que se ha rodeado de talento joven en esta nueva aventura. Una decisión que considera también parte de su compromiso con las generaciones que vienen detrás.

“Desde el minuto en que hice una audición, como antiguamente se hacían, ya estaba mostrando un compromiso, porque creo que las nuevas generaciones están faltas de compañías y eso les impide vivir las cosas que tienen que vivir”, explica la bailaora, una de las pocas coreógrafas flamencas que atesoran premio en Las Minas de la Unión, la Bienal de Flamenco de Sevilla y el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, y una voz, un cuerpo, un cerebro, que se afana en mostrar que “el espectáculo es sólo la parte visible de un proyecto creativo, que empieza mucho antes y va mucho más allá”.

En cualquier caso, la idea de las audiciones nace de su inquietud de renovar los procesos creativos habituales, “más aún ahora que la pandemia nos obliga a pararnos y tener tiempo para plantear los proyectos desde otras perspectivas”, explica De Córdoba, y de la necesidad de “dar una oportunidad a todas esas bailaoras con talento que están ahora mismo en sus casas y no saben hacia dónde tirar”.

Una mujer al frente

¿Se la juega Mercedes de Córdoba con una propuesta así? La coreógrafa es bastante taxativa. “Yo me la juego a diario en todo. Pero estoy en un momento en que la presión es la que me pongo yo. Cuando una es la más exigente consigo misma, lo de afuera no importa mucho”, responde, no sin reconocer también que es posible que, todavía a estas alturas, pueda sorprenderle a alguien “que una mujer esté al frente de un equipo grande”.

Tampoco es que le importe demasiado. Mercedes de Córdoba pone el foco en otras cuestiones mucho más importantes en todo el proceso de montaje de un espectáculo. En este sentido, en un juego de metacreación, Sí quiero parte de un análisis sobre el vínculo del artista con su arte (¿qué estoy dispuesto a dar? ¿cuál es el coste de la entrega? ¿es mi decisión libre? ¿dónde está mi límite?), el papel que quiere o debe asumir éste en la sociedad (¿puedo/quiero vivir al margen de lo que me rodea? ¿cómo afecta lo que vivo a mi arte? ¿cuál quiero que sea mi relato?) y la relación más orgánica, escuchando al propio cuerpo.

“Yo soy de vivir y, si me quemo, me quemo. Esto es lo que me pasa con el arte en general. El arte me quita el sueño. Vivir de una pasión es agotador pero no lo cambio por nada”, resume la coreógrafa, que recurre al poema que ha servido de inspiración para Sí quiero: “Sólo vive quien arde”.

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