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Graciliano Pérez: “Vender una guitarra es casi tan difícil como hacerla”

Taller de Graciliano Pérez | TONI BLANCO

Juan José Fernández Palomo

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El taller de Graciliano Pérez está desde hace tres años en un polígono industrial de las afueras después de haber estado durante décadas en la calle Mucho Trigo, en el casco antiguo. La mudanza ha sido fruto de la necesidad, de disponer de condiciones más saludables para un trabajo en el que se levanta mucho polvo en suspensión y también se usan barnices y otras sustancias.

“El cambio de taller nunca ha implicado abandonar la artesanía, seguimos construyendo con el sistema español sin moldes, cerrando al aire”, advierte Graciliano que, junto a su hermano Jorge, se sienten cómodos en la nueva ubicación que, además del taller con la sencilla maquinaria para cortar o lijar, las distintas maderas y los bancos de trabajo, incluye una planta superior en la que se almacenan los instrumentos ya acabados y una estancia, prácticamente diáfana excepto por la presencia de un antiguo banco de madera, una mesa rectangular y algunas sillas, para que el cliente, el guitarrista, pruebe la que será su nueva guitarra. O laúd, o bandurria –en menor número; pero también se fabrican- o, incluso, ejemplares de “tres” cubano que viajan desde aquí a Cuba o Puerto Rico.

Porque los instrumentos que se fabrican en este taller situado entre las calles Estonia y Finlandia del Polígono Tecnocórdoba, como si hicieran honor a su curiosa dirección postal, son muy viajeras. Hay guitarras de Graciliano en Kuwait, Estados Unidos, distribuidas por el Guitar Salón de Canadá, la casa Mundo Flamenco en Londres o la firma Kurosawa en Japón, entre otras.

La mejor publicidad que puede tener una guitarra es que sea tocada por un artista a escala internacional. Graciliano admite que el que Vicente Amigo –que ha adquirido unas nueve guitarras de este taller- haya usado estos instrumentos en la grabación de su exitoso Tierra, los haya mencionado en los créditos del álbum y haya realizado una gira internacional tocándolos, ayuda mucho para dar a conocer su sello por buena parte del mundo.

Porque Graciliano afirma que “vender es casi tan difícil como fabricar” una guitarra y suele recordar que en el siglo XIX un artesano guitarrero era “lo más bajo del escalafón”, hasta solía decirse que los vihuelistas o guitarristas “no podían morirse ni en la beneficiencia”. Y es que Graciliano es también un estudioso no sólo de la construcción del instrumento, sino también de la historia del oficio.

La historia de este guitarrero mezcla vocación, pasión y curiosidad intelectual por el mundo de las seis cuerdas. Nacido en Puertollano, su familia se traslada pronto a Córdoba y se instalan en una casa cercana al taller de Miguel Rodríguez Beneyto, en la calle Alfaros. Ya de pequeño tocaba la guitarra y cuenta que “rompía a posta alguna cuerda para que mi madre me diese algo de dinero para entrar en Casa Rodríguez a reponerla porque me fascinaba el trajín y el olor que despedía el taller”. Pero sus padres le dijeron que lo primero es estudiar y acabó haciendo medicina, en la especialidad de odontología. El “gusanillo” no le abandonó y, tras unos años de ejercer la profesión, cambió el “chip” y decidió hacerse guitarrero.

Pero se dio cuenta de que los artesanos del oficio tenían, “al menos aquí”, cierta tradición de hermetismo y no era fácil entrar como aprendiz en un taller; así que se dedicó al estudio teórico, a veces traduciendo manuales hasta que en el año 98 montó su propio taller estable. Desde entonces ha construido más de quinientos instrumentos.

El Graciliano estudioso lamenta que “la guitarra ha perdido el apellido española” y que ahora es universal gracias a un “relato” que también han ayudado a construir desde otros países europeos y EE.UU. También ha estado atento a la evolución del mercado de la guitarra y recuerda cómo turistas, en los años sesenta, compraban aquí guitarras muy buenas y muy baratas y cómo se multiplicaba el precio en su lugar de origen. “Con las guitarras pasa como con los tomates, la pasta se la lleva el intermediario”, asume, resignado, Graciliano.

Y aquí sigue, impulsado por su pasión y su curiosidad, Graciliano, el guitarrero que estudió para dentista, que tan capaz sería de hacerte un empaste en una muela que de reproducirte una guitarra acústica modelo Telecaster para que toques blues o una flamenca de óvalo para acompañar unos tarantos.

Preferimos las guitarras, la verdad.

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