BOLETÍN | Moderno lo serás tú
Hace meses, Verónica Ruth Frías hablaba en una entrevista con Marta Jiménez de la generación de artistas que emergió en Córdoba a principios de siglo, apoyados por la Fundación de Artes Plásticas Rafael Botí e impulsados por el sueño (frustrado) de la capitalidad cultural europea. La artista, que hoy vive fuera de Córdoba -como muchos de aquellos creadores-, dudaba de que pudiera darse de nuevo una generación como la de principios de milenio en la Córdoba actual.
La verdad es que la nómina de aquellos años impresiona. Y, a riesgo de caer en la nostalgia, me atrevo a decir que aquella Córdoba moderna fue un espejismo irrepetible. Un fogonazo de creatividad que dejó un reguero de fosfenos. Y digo fosfenos porque me parece la metáfora perfecta hablar de aquella generación como esas manchas de luz que se instalan temporalmente en tu mirada pero sin penetrar realmente en el ojo.
Los fosfenos, además, suelen ser producto de la ultraestimulación. Un accidente lumínico, vaya. Y aquella ciudad, que hoy parece tan lejana, estimuló la creación contemporánea. Y lo hizo sin descuidar el patrimonio, intentando que ambas caras (pasado y futuro) fueran una. Lo triste fue que, al final, aquello acabó en lesión ocular.
Hoy, a lo contemporáneo se le mira con cierto desdén en Córdoba. La mayor inversión que se ha hecho en este ámbito ha sido pagar durante tres años una millonada para propiciar la llegada de una colección privada de una conocida marca extranjera. Todo ello en un edificio que tuvo antes un director que sí que apostó por un proyecto contemporáneo a medio y largo plazo (y al que no renovaron precisamente por eso mismo). Lo que vino después, para sorpresa de nadie, tampoco ha funcionado.
Y tiene sentido porque esta ciudad hoy huye de lo moderno. De hecho, la palabra moderno en Córdoba es casi un epíteto ofensivo. Antes la gente quería ser moderna y hoy da grima serlo. Cómo se pasa de un extremo a otro en cuestión de quince años es digno de un estudio sociológico, pero el titular simple es que la mayoría social ha cambiado.
Basta con echar un vistazo: una vez superado el minimalismo postnoventero y hipsterismo homeless de hace una década, el icono actual del cordobés es el del clon vestido de Silbon y Álvaro Moreno que llena bares cofrades por cuyos veladores -mucas veces irregulares- atraviesa la poli, camino de comprobar las denuncias vecinales contra los pocos sitios alternativos que han sobrevivido al naufragio.
Esto puede parecer una boutade, pero no lo es: si la ciudad no solo no se parece a ti, sino que cada vez te sientes menos interpelado, es que los dos habéis cambiado. Y no en la misma dirección. La moda, por muy superflua que parezca, es el principal espejo del mundo en el que vivimos. Y hoy los fosfenos que hay en Córdoba son los de los cirios que se pasean por las calles.
El sufismo blanqueado
Ojo que se viene disco de La Rosalía. Tras la performance del lunes en Callao, que lo mismo acaba en sanción, la artista subió la portada y el tracklist de Lux: ella, toda ella, en un atuendo que mezcla camisa de fuerza y hábito de monja. Por detrás, crucificada y desnuda sobre la cama. Los análisis, que ya los hay a miles, los dejo para los rosaliebers y los rosahaters, puesto que no juzgo libros por la portada.
Pero sí que he detectado que dentro del disco viene una cita de la poeta sufí Rabi’a al Adawiyya: “Ninguna mujer pretendió nunca ser dios”. La coincidencia de este detalle, unido a que el lunes vi Sirat, una película en la que el sufismo y la religiosidad islámica tienen un peso providencial, me ha llevado a plantearme qué es lo que hace hoy atractiva la mística sufí.
En un momento en el que el estoicismo mal entendido es una corriente dominante entre incels e influencers de gimnasio y lambo de tres al cuarto, resulta cuanto menos sorprendente que dos de las obras capitales de la cultura española de este año estén inspiradas por el sufismo, ya sea leve o profundamente.
El sufismo, por cierto, no fue un fenómeno andalusí, aunque en Al-Ándalus sí que tuvo predicamento. Por aquí es más habitual reivindicarlo. Además del empeño que le pone Almuzara en recuperar su corpus, en Córdoba, en los últimos años, ha habido tentativas de reactualizar el sufismo desde el punto de vista artístico. Especialmente por parte de algunos artistas que han pasado por la ciudad invitados por la TBA21, y que recuperaban las ideas de Ibn Arabi, el gran pensador místico de Al-Andalus.
No solo ellos: en Flora 2025, la principal actividad escénica, llamada Un cuerpo común, también incorporaba ideas y versos tomados del pensamiento sufista. Antes de seguir, aclaro que yo estaba detrás de la dramaturgia y en la creación colaborativa de este espectáculo, que partía del giro derviche y que conectaba a Ibn Arabi e Ibn Massarra con Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Este espectáculo, sin quererlo, sí que tenía algunas trazas de lo que se puede ver en Sirat y lo que -pienso- se podrá escuchar en Lux.
La mirada de Oliver Laxe, sin embargo, es más fracturada. Todavía hoy, no tengo claro si Laxe es abiertamente musulmán o si solo toma prestado lo que le interesa (en su caso: la idea de la danza sufí, el estado contemplativo, y algunas cuestiones azarosas más duras, que conviene no revelar). Para ver si Rosalía realmente ha hecho un trabajo con toques de espiritualidad sufista habrá que esperar, pero bien es cierto que, en general, su capacidad para profundizar en los temas que propone, quitando El mal querer, rara vez me convence.
Sea como sea, es cuanto menos interesante que dos artistas españoles con vocación internacional reivindiquen una corriente como esta en un contexto como el que estamos viviendo de rearme ideológico del ultracatolicismo. Mi duda es si realmente se adherirán a la tendencia tan habitual en occidente de vender el sufismo como si fuera una corriente externa al Islam, cuando es imposible: sin Islam no existiría el sufismo.
Vaya, que no descarto que estemos asistiendo a un blanqueamiento occidental del sufismo.
Tres cosas, según Juan López López
- 'Poquita Fe', de Movistar Plus. Mi imperdible de estos últimos meses es la temporada 2 de Poquita fe. Una comedia camuflada bajo drama romántico y social, donde en más de una ocasión sientes tu propia imagen reflejada, o la de alguna persona cercana. Todo es familiar, todos podrían ser algún amigo, o nuestros padres, o nuestras vecinas. Detrás de cada carcajada que consigue explotar la serie en sus brevísimos capítulos hay una crítica feroz a todo el sistema, a lo lamentable que pueden ser nuestras vidas frente al ruido que nos acecha a diario. Brillante.
- 'La montaña mágica', de Thomas Mann. Este verano inicié un proyecto de lectura titánico que llevaba aparcado varios años. “Papá, ¿cuándo vas a leerte ese libro gordo?”, me espetaba mi hija (9 años) desde hacía tiempo. Me fui de vacaciones con La montaña mágica (1924) de Thoman Mann y ando a punto de acabar las más de mil páginas de uno de esos libros que se dicen de obligada lectura una vez en la vida. No sé si está siendo un ejercicio extemporáneo o más bien totalmente oportuno para escapar, una huida -otra vez- del ruido y exabruptos de los últimos meses. Amor, enfermedad, muerte, ciencia, política, filosofía, música, gastronomía… en la obra del Nobel alemán pasan tantas cosas como ninguna. Sinceramente, necesitamos de un sanatorio y aire fresco para un cambio profundo. “Plácet experiri”.
- Un contraplán. Otra huida del ruido magno y del parque temático en el que se ha convertido el centro de Córdoba en los últimos años y en especial en estas semanas de otoño feliz: sitúense al principio de avenida Cruz de Juárez y suban dirección norte hacia el Parque de la Asomadilla. Entren y vean los huertos urbanos que afanosamente cuidan nuestros mayores. Serpenteen por los senderos de tierra entre olivos, granados, pinos y olmos. Parejas pelando la pava en el césped, grupos haciendo pilates y deportistas en ambas direcciones. Bordeando Chinales, el campo de fútbol horadado en la montaña, siempre repleto de chavales. Un tubo metálico conecta el parque con Mirabueno, uno de los barrios con mejores vistas de la ciudad, nuestro techo para mirar desde las alturas; merece un paseo. En la cara norte de la Asomadilla la temperatura puede bajar hasta diez grados. Abuelos conversan en bancos, ven chorradas en el móvil, familias celebran cumpleaños, perros sin correa y ascenso hasta el mirador por unas buenas cuestas. Suele oler a marihuana, latas de Monster, más parejas, un parque canino y otro infantil y algún músico tocando el saxofón (que he sampleado con el móvil). A partir de ahí descenso y vuelta a la realidad. Pura medicina.
Lasaña 'pal' club
El joven Nice G ha sacado una mixtape con un puñado de remezclas y edits que suele usar en sus sesiones de cada jueves en Glam y en sus escarceos con las fiestas Sabotage. Es un trabajo con Parental Advisor, pero que sirve, guste más o menos a los calvos del indie, para saber a qué suena la música de club del presente en Córdoba. Con ella te dejo.
Feliz San Rafael.
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