El amor, la infancia y la ciencia, a través de la mirada de Isabel Aguirre
Para Isabel Aguirre (Córdoba, 2000), el arte está ligado con la infancia. Con la infancia entendida como esa parte de la vida en la que uno es una esponja, un ser ingenuo y permeable, para el que todo se articula en torno a dos conceptos: el amor y el aprendizaje.
Por eso mismo, esta joven artista cordobesa, reconoce que ha disfrutado enormemente participando en la Velá de las Flores, donde ha intervenido con un muralen la Casa de la Juventud. Especialmente porque el prólogo de ese proyecto tuvo lugar en una escuela, con la artista rodeada de niños.
En un entrevista con este periódico cuenta que había sido invitada a presentar su proyecto de la Fundación Antonio Gala -donde fue becada el pasado curso- en un colegio de Córdoba. Y los niños andaban tan embobados por su trabajo que su entusiasmo llamó la atención de un representante del ayuntamiento. Así comenzó un diálogo que culminó en la creación de un mural en la Casa de la Juventud.
Un proyecto que, de alguna manera, ha sido la conversión de un proyecto íntimo en una obra pública. “Mi idea inicial era trabajar con los niños del taller y plasmar el mural en su colegio”, recuerda Isabel, que añade que, finalmente, llevó su trabajo a un escenario más amplio, permitiendo que su visión tratará de llegar a toda la comunidad. Así es cómo su mural ha acabado en un espacio de estudio y lectura, lo que le otorga un propósito educativo y reflexivo, alineado con su interés en capturar la esencia del amor y la infancia.
De hecho, para Aguirre, estos dos conceptos son esenciales. “Me encanta ese tipo de arte que la gente no valora, diciendo que lo podría hacer un niño de tres años. Eso es lo que más me gusta”, confiesa casi entre risas. La artista mezcla esta ingenuidad con una compleja introspección para traducir emociones universales. Es un equilibrio entre lo lúdico y lo serio, donde las respuestas a preguntas profundas surgen de un método científico sorprendente.
Esta idea estaba detrás también del proyecto que le consiguió una residencia en la Fundación Antonio Gala, la cual considera una experiencia decisiva en su carrera. Aguirre rememora su tiempo allí como un período de inmersión absoluta en la creación, rodeada de artistas de diversas partes del mundo. Y, aunque vivía en su propia ciudad, la fundación se convirtió en una segunda casa donde pudo concentrarse plenamente en su arte sin las preocupaciones cotidianas. “Fue impactante al principio, pero pronto el estudio se convirtió en un refugio donde la pintura y la contemplación se fusionaban”, explica la joven artista.
El mejor amigo
Desde temprana edad, Aguirre mostró una inclinación irreprimible por el arte. De hecho, recuerda una vez que en la escuela le pidieron que hablara sobre su mejor amigo de la infancia, fue su madre la que le abrió los ojos: ni un peluche, ni una mascota; su mejor amigo era un lápiz, aquel vínculo simbólico que marcó el inicio de su travesía creativa.
Hoy, explica que dibujar no era un simple pasatiempo, sino de “una pulsión, un camino inevitable” que la llevó a ignorar cualquier idea sobre la falta de salidas para el arte. Al terminar el instituto, se marchó a Sevilla a estudiar Bellas Artes, y fue allí donde comienza a exponer (en Espacio Santa Clara, en la muestra colectiva Pieles de bronce) y a ganar premios (los galardones Black, de la convocatoria de la Academia de Arte Panorama).
El amor desde el microscopio
Y así es cómo acaba en el Convento de la Fundación Gala, con un proyecto que gira en torno al amor y los afectos, un concepto que aborda desde un prisma sensorial y analítico. Aguirre explica que su proceso de creación comienza con la toma de muestras biológicas de lugares y personas que representan su objeto de estudio. Estas muestras son analizadas al microscopio, permitiéndole capturar un nivel de detalle que transforma lo conocido en algo abstracto y nuevo.
“Es como si los límites de lo que entendemos por amor se disolvieran cuando lo miramos de cerca”, reflexiona la artista, que añade que la técnica científica aporta un carácter objetivo y preciso a sus obras, que luego son reinterpretadas de forma sensorial y emotiva.
Esta dualidad entre lo científico y lo artístico es una constante en su trabajo. “Combinar la ciencia, que es tan precisa, con la sensibilidad, que es tan subjetiva, crea una perspectiva única. No concibo una sin la otra”, concluye Aguirre, quien por el momento, se ha establecido en Córdoba, una ciudad donde reconoce sentirse a gusto -“de Despeñaperros para arriba no me encuentro yo graciosa”, bromea-.
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