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Los productos de kilómetro 0: los sabores de la niñez directamente del campo a la mesa

La despensa, productos de km 0

María Berral

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“Somos lo que comemos”, pero ¿sabemos de dónde procede lo que comemos? Según el informe de la Balanza Comercial Agroalimentaria de 2019, España importó 43,35 millones de toneladas de alimentos en el año anterior, (un 3,49% más sobre el volumen de 2017). Con uno 7.000 kilómetros hasta llegar a nuestras mesas y más de 6.500 millones de toneladas de CO2 en el camino.

Esto se hace visible en cualquier supermercado cuando en cualquier época del año podemos tener la fruta que queramos a pesar de que no sea su temporada. Se debe a la posibilidad de transportar rápidamente de un país a otro, incluso de un continente a otro estos productos.

A día de hoy, cada vez miramos más la procedencia del producto que elegimos en el supermercado. Pero para asegurarnos la proximidad de los alimentos que tomamos, existen mercados que exclusivamente ofrecen productos de kilómetro 0. Según explica Antonio Rodríguez, de La Despensa Eco, estos no tienen un etiquetado específico por lo que se reconocen “mirando la etiqueta del origen de procedencia”. Aunque algunos productos al ser frescos no llevan esta etiqueta, sin embargo, en su comercio “con el precio pongo el origen”.  

El viaje que realizan los alimentos para estar en nuestras mesas provocan una gran emisión de toneladas de CO2, factor que se suma al cambio climático. De ahí que se apueste por la cercanía. Para ser un producto de km 0 este no puede haber viajado más de 100 km, Carmen Casas, de El Almocafre, explica que en la cooperativa contemplan “en primer lugar que el producto sea local, si hay en Córdoba se trae de Córdoba”. Si esto no es posible, “si lo hay en Andalucía, pues de la zona que sea”, y como última opción de origen nacional, “pero siempre priorizamos el origen local”, aclara.

Además, al conocer el origen, en estos mercados la cercanía va más allá, hasta el punto que los clientes conocen a los propios agricultores. Así lo explica Antonio “la clientela conoce a quien lo produce porque lo ve luego también en el Ecomercado”, ya que los estos también venden directamente su producción en él.  

Lo mismo le ocurre a Carmen en El Almocafre, que asegura que los clientes más sensibilizados “preguntan directamente por el nombre del agricultor”. Una situación divertida que el cliente pregunte “si hay lechugas de Alfonso”.  

Es normal ir por el supermercado en cualquier estación del año y ver frutas de otras épocas, lo que quiere decir que estas han tenido que viajar miles de kilómetros para estar ahí. El aguacate es uno de los productos más demandados fuera de temporada, según ha detallado Antonio, quien tomó la decisión de no traerlo “porque viene de Sudamérica y no viene bien, no está igual de rico y no me parece sostenible”.

Ventajas de los productos de cercanía

Antonio resalta la frescura de las frutas y verduras de proximidad, ya que “el producto lo cortan hoy y esta tarde ya está aquí”. Además, se abaratan costes, “porque se compra directamente al productor” y por último, destaca “la economía circular, del bien común”. Con esta se promueve un “beneficio mutuo” entre la gente conocida del barrio, así como darle vida a las ciudades “a través de tiendas como la nuestra”.  

Por su parte, Carmen, señala el fuerte compromiso con el medio ambiente que han tenido desde que comenzaron en el año 94, “cuando éramos unos raritos”. Evitando que los productos viajen y contaminen el medio ambiente con emisiones de CO2.

Jerónimo Vega, agricultor de uno de los huertos de la Asomadilla, destaca la importancia de tomar productos naturales en la salud. “Durante años nos hemos metido en el cuerpo todos los restos de herbicidas que utilizan el campo para que no crezca la hierba”, ya que estos químicos se traspasan al producto que finalmente consumimos.

Para Jerónimo, la salud siempre es lo primero, y aunque el precio sea algo más elevado, asegura que merece la pena. “Parece que quisiésemos ahorrarnos en la cesta de la compra lo que nos vamos a gastar en medicinas”.  

Buscando en los productos de proximidad los sabores de la infancia 

Rufino Cosano, de padre agricultor y actual miembro de uno de los huertos de la Asomadilla desde hace 7 años, diferencia entre las ventajas mencionadas anteriormente, el sabor del producto. “Si recoges un tomate y te lo comes en dos días sin pasar por cámaras. No tiene nada que ver”, expone.  

Criado en el campo, Rufino siempre se ha preocupado por su alimentación, “antes de tener el huerto también miraba la procedencia de los alimentos”, explica. Además, asegura que es algo que le ocurre al resto de sus hermanos ya que “en casa de mi padre lo que se comía era todo recién cogido de la huerta, entonces tienes los sabores en tu memoria gustativa y la idea es que cuando compras se parezca a lo que has comido en tu niñez”.  

Por su parte, Jerónimo Vega, antes de tener el huerto no conocía los procesos de cultivo, “me he ido formando por mi cuenta, vasa prendiendo de un grupo de otro. Con el tiempo vas pillando conocimientos de todos lo que cultivamos”, aclara. Sin embargo, siempre se ha preocupado por su alimentación, motivo por el cual decidió participar en estos huertos colaborativos, “estaba seguro de que lo que cultivaba no iba a tener productos químicos”.

También apela a la diferencia de sabor del producto, “cuando compras fresas no saben a nada”. Compara el sabor de sus fresas “que maduran en la mata”, con las que podemos comprar en el supermercado que “se han arrancado verde y han madurado de forma artificial en cámara”.  

Alimentos 100% ecológicos y preocupados por el medio ambiente 

En este año, según ha detallado Jerónimo tan solo han utilizado cobre para los tomates de temporada “como algo excepcional y para que no le afecten los hongos”, detalla. Además, expone que utilizan distintas flores para favorecer la polinización de las plantas.  

“Nos servimos de las máquinas lo imprescindible, con una máquina de cavar en mi sector hace dos años que no he entrado a la máquina lo hago manualmente”, señala Rufino. También asegura que están concienciados con la racionalización del uso del agua, la huella de carbono y el tema social “que no solo es producir, sino experimentar para que ver cómo hacer que la tierra se gaste menos”.

Esto, se realiza por medio de estercolado “con estiércol de caballo o de gallina, todo menos productos químicos” o abonos verdes “plantas que enriquecen la tierra con nitrógeno”. Por último, destaca que una vez cultivada la tierra es cubierta con paja para conservar mejor la humedad y proteger a los microorganismos de la tierra. “Si en verano hay 38 grados y la tienes sin nada al sol, la machaca; si tienes hierba por encima y la riegas la microfauna está protegida y se está renovando la tierra”. 

Las técnicas para un cultivo sostenible son tan variadas como los beneficios que nos aportan los alimentos de cercanía, no solo a los consumidores, sino al medio ambiente. 

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