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Carmen Reina

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Rubén tiene 29 años, Juan Antonio 53 y Francisco 69. De generaciones distintas, los tres son vecinos de Córdoba y los tres son el rostro de las personas sin hogar en la ciudad, invisibles a los ojos de la mayoría. Estos días de Navidad, de reencuentros y celebraciones para muchos, poco tienen de especial para ellos. Porque, como siempre, como cada uno de los 365 días del año, su vida en la calle seguirá siendo la misma.

Tres veces en semana, un equipo de la Unidad de Emergencia Social de Cruz Roja reparte comida y abrigo entre las personas sin hogar de Córdoba. También -y especialmente cargados de afecto-, en estas fechas navideñas. A veces, este es el único contacto social de quienes viven en las calles de la ciudad -sin que nadie de las decenas de personas que pasan a su lado cada día les mire o hable-, o de quienes han escogido un lugar recóndito de Córdoba para guarecerse, aislados.

“Hoy no me des comida. Hoy necesito un abrazo y que me hagas reír”. Con esa frase -cuentan a este periódico-, se encuentran a menudo los voluntarios de Cruz Roja, que llegan en estos días a medio centenar de personas con su furgoneta cargada de lotes de comida, bebida caliente y ropa de abrigo. Y, sin embargo, unas palabras, el afecto y una sonrisa son el cargamento que más esperan algunas de las personas sin hogar a las que atienden.

Rubén espera encima de su bicicleta el paso de la furgoneta. Desde lejos, saluda al equipo y pedalea para llegar al punto de encuentro, cerca del río, donde también está Antonia, que vive allí en su tienda de campaña. En una noche de lluvia como las de esta semana, la bebida caliente -caldo, café con leche o colacao-, es “lo que mejor viene”, cuenta Rubén. Este joven cordobés lleva unos siete años viviendo en la calle y recibe a los voluntarios con una sonrisa que se trasluce por debajo de su mascarilla. Entabla conversación con ellos como quien habla con sus amigos y cuenta alguna anécdota y cómo han ido los últimos días, con el frío de estas fechas. Con su bicicleta seguirá pedaleando ahora para guarecerse “tranquilo, solo, sin nadie que moleste” y subirá a la Sierra cerca de las Ermitas.

Emocionalmente inestables

“Nuestra misión no solo es darles comida y abrigo, sino atenderles social y emocionalmente”, explica Manu Bermúdez, coordinador del equipo de Cruz Roja. Porque ante ellos, cada noche, se encuentran a personas “emocionalmente inestables, que se sienten invisibles a ojos de la sociedad y que, en ocasiones, incluso sufren episodios de violencia” en la calle.

De ellos conocen sus nombres, apellidos y DNI, que quedan reflejados en el informe de reparto de cada salida pero, sobre todo, conocen sus vidas y sus situaciones. “Atenderlos, estar con ellos, te hace también tener los pies en la tierra”, dice Julia, una de las voluntarias que junto a Patricia, Raquel y David completan el equipo. “Piensas que con solo dedicarle unas horas, estas personas tienen algo que echarse a la boca, algo con lo que taparse”, reflexiona Patricia. Compromiso, ganas de ayudar y, sobre todo, empatía, es lo que caracteriza a estos voluntarios, que recorren la ciudad con su furgoneta en busca de quienes más los necesitan.

En un coche, entre cartones y plásticos o en un local

En las cercanías de la avenida de Cádiz les espera Francisco. “De 1952”, recuerda como fecha de nacimiento mientras apuntan sus datos al entregarle comida, guantes y abrigo para estos días. Solícito y sonriente, habla con los voluntarios. Nacido en Córdoba, cuenta que desde 2010 vive en esta zona de la ciudad, en la calle. Y, como buena noticia, explica que ahora le están dejando dormir en un almacén de un negocio de la zona, donde “echo una mano, ayudo”, a cambio. “Ahí por lo menos se está mejor”, dice, contento por ello.

A unos metros, una mujer duerme ya entre cartones y plásticos, sin apenas entrar en conversación con el equipo de voluntarios. Le dejan su lote de comida y abrigo, le preguntan si todo está bien y le dan las buenas noches. Cerca, en la Plaza de Andalucía, tres hombres salen al encuentro de la furgoneta de Cruz Roja y reciben su ayuda. Mientras, en una calle cercana, otros dos hombres comparten un coche como techo para guarecerse y, hasta allí, también llegan los voluntarios para ofrecerles comida y abrigo. En apenas cien metros a la redonda, siete personas sin hogar.

En estas fechas de Navidad, las bolsas de comida incluyen la donación de una empresa de comida preparada, para que las personas sin hogar que las reciben prueben platos de carne, queso, tortilla e incluso algo de jamón y cóctel de mariscos. “Todos los años hacen esta donación y es algo especial que podemos repartir”, señalan desde Cruz Roja. “Es verdad que en estas fechas agradecen la comida igualmente, pero anímicamente, para ellos la Navidad es un día más, siguen en la misma situación”, reflexiona Julia, al volante de la furgoneta durante la ruta.

Pandemia, lluvia y frío

“La pandemia también ha supuesto un cambio brutal. Nos ha privado de ese contacto, de ese abrazo”, cuentan sobre el protocolo que deben guardar y cómo han aprendido a modificar esos hábitos y expresar “con choque de puños, con la mirada y la palabra” la cercanía y la atención que necesitan las personas a las que ven cada noche.

En noches de lluvia como las de esta semana que desemboca en Nochebuena y Navidad, los voluntarios se encuentran con menos personas a su encuentro. “Se resguardan antes y ya no salen”, explican. Por eso, desde la ventanilla, revisan los lugares de las paradas de las ruta donde suelen acudir pero a veces se encuentran vacíos: “Allí solo están los cartones, hoy no están” cerca del Puente de San Rafael o “esos bancos están vacíos, no han venido”, en el entorno de los ministerios.

Luces de una Navidad muy distinta

De repente, en la ruta, la Navidad se hace más presente. La iluminación especial del centro de la ciudad brilla sobre las cabezas de quienes esperan el reparto de Cruz Roja. Allí, en el Bulevar, Juan Antonio espera al equipo de voluntarios y recibe su bebida caliente, la comida y la ropa de abrigo. Cuenta que lleva ocho años sin un hogar, viviendo en la calle o donde pueda guarecerse. Pero esta semana, está de enhorabuena y, contento, explica que tiene “un domicilio”, una vivienda en las afueras de la ciudad que, junto a otras tres personas, han podido coger para vivir desde el pasado sábado. Y allí va a pasar estas fechas tan señaladas en el calendario para el resto de la sociedad. Tomando su bebida caliente y con su bolsa de ayuda, explica que ahora le quedan unos kilómetros a pie para llegar, mientras emprende el camino.

La ruta del equipo de voluntarios sigue su camino en busca de más personas sin hogar y después del centro llegarán hasta la avenida de Barcelona, Marrubial, Ollerías, Cuesta de la Pólvora, San Andrés, Molinos Alta, Vial y el entorno de las estaciones de tren y autobuses, entre otros puntos de la ciudad. En todos ellos habitan esos vecinos de Córdoba a los que muchas veces no se mira, aun estando en plena calle. Y que en estas fechas viven bajo ese manto de luces led que alumbran la Navidad, una Navidad muy distinta para quienes no tienen un hogar.

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