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REPORTAJE

“Desde fuera parece que estás desperdiciando la vida si no bebes, juegas o te drogas”

Reportaje de jugador rehabilitado de ludopatía

María Berral

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Pilar Isidro y su marido llevan juntos desde que ella tenía 13 años y él 17. Ahora ella tiene 82 y él 86. De todos estos años, el marido de Pilar ha estado 20 enfermo de ludopatía a raíz de una depresión y, por aquel entonces, no se conocía lo que era. “Mi marido me pidió que le ayudase, que le pasaba algo y no sabía qué era; pensó que se le había ido la cabeza”. Cuando se recuperó, fundaron la Asociación de Ludópatas Asociados Rehabilitados (LAR) hace 27 años, para lo que se hicieron una promesa: “Mientras estuviéramos bien, íbamos a seguir ayudando a la gente”.

Pilar sabe de primera mano cómo ha evolucionado el mundo de la ludopatía, “cuando empezamos, los usuarios venían siendo de 35 años para arriba”. Un perfil medio que era aún de mayor edad en la Asociación Cordobesa de Jugadores en Rehabilitación (Acojer), según explica su director Salvador Secilla, “antes, el jugador tenía unos 45-50 años”. Ambos coinciden en que debido a las tecnologías y a los numerosos anuncios, los usuarios son cada vez más jóvenes, de unos 18 hasta 30 años. “Incluso tenemos algunos casos de menores que asistimos en presencia de sus padres”, explica Salvador.

“Coqueteé con la ruleta con amigos y parecía algo normal”

Con 19 años, A. de la Torre ya había probado alguna vez el entrar en un bingo o la ruleta, que más tarde le llevaría a introducirse en los salones de juego. “Coqueteé con la ruleta con amigos y parecía algo normal, lo típico es empezar así”. Pero fue con 22 años, cuando por la publicidad, empezó a jugar en solitario. “Por un anuncio en la tele fue cuando empecé a jugar a la ruleta e incluso a salir a las casas de apuestas”, explica.

Pilar señala que “lo peor es que destrozan sus vidas en este tiempo” ya que “hasta que se descubre” abandonan sus estudios, su vida social, sus amistades e incluso se aíslan. “Terminan hechos polvo, tanto física como psicológicamente”. Físicamente porque, según explica, “se les quita el apetito y el sueño”. Además, le afecta también en su rendimiento académico, “hay chavales fabulosos en los estudios que llegan a dejar la carrera”. A. de la Torre estudiaba música, y la enfermedad hizo que repitiera en dos ocasiones el curso.

Normalmente, la enfermedad se descubre debido a los problemas económicos que acarrea en toda la familia y, casi siempre motivados por un familiar ya que “el jugador quiere quitarse del juego solo, pero no puede”, señala el director de Acojer. La familia entonces se da cuenta “cuando tiene una ruina económica, empiezan a faltar ingresos, empiezan a bajar las cuentas corrientes y se nota la poca presencia en sus domicilios, el aislamiento…”. De la Torre, acudió “de un tirón de orejas” a Acojer y asegura que, aunque en el momento no se lo parecía, ha tenido “mucha suerte”.

Según detalla el exjugador, “hay momentos de lucidez en los que te das cuenta de que algo no va bien” y ese es el momento en el que, las personas que están pasando por esta situación, “tienen que decidir si meterse más en el pozo o si coger la opción difícil que es venir aquí, que es la que te lleva a curarte” . “Cuando llegas aquí te das cuenta de que no eres un bicho raro” y “cuando entiendes lo que es la enfermedad, conoces a otras personas que han pasado por lo mismo”. Aunque llegan pensando que no tienen un problema, después, “ves que todos tenemos los mismos síntomas”.

Además, explica que desde la asociación le han ayudado a ver la vida de otra manera ya que “desde fuera parece que estás desperdiciando la si no bebes, fumas o te drogas”. Gracias a la ayuda de Acojer, cuatro años después A. de la Torre es músico y se prepara unas oposiciones para ser profesor de música a la vez que trabaja como repartidor“.

Unos papeles de divorcio, el motor de Crescencio para pedir ayuda

Crescencio Muñoz, fue jugador de tragaperras y empezó más o menos con la misma edad que A. de la Torre, aunque explica que “cuando tenía 13 o 14 años iba con mi padre al bar y mientras él se tomaba un café yo estaba con las maquinitas”. Pero fue más tarde cuando comenzó a salir solo, a echar lo que le sobraba del café y a juntar el juego con el alcohol.

A los 24 años se casó porque su mujer se había quedado embarazada. Durante el principio del matrimonio ella no quería salir y Crescencio “tenía esa necesidad”. Por este motivo llegaba incluso a provocar peleas, “me peleaba con ella con tal de salir a la calle”, explica. A estas peleas, además, se le sumaban las mentiras. “ Estuve 3 o 4 meses sin llevar dinero a mi casa, engañando a mi mujer diciendo que no había cobrado, que mi jefe tenía problemas para pagar e incluso un día le dije que había perdido la paga”.

Crescencio asegura que llegó a causar maltrato psicológico a su mujer debido a las peleas por salir a jugar, “le metía las cosas de tal manera que llegaba a pensar que estaba equivocada. Cuando conté aquí la historia me dijeron que era maltrato psicológico”. Una situación que se prolongó durante 15 años hasta que su esposa, tras una pelea, le dio los papeles del divorcio. Con dos niñas pequeñas Crescencio se dio cuenta “de que no podía firmar eso porque era tirar toda mi vida por la borda y perderlo todo”.

Fue en este momento cuando Crescencio llama a la Junta de Andalucía, donde le dan el teléfono de LAR y acude junto a su mujer. “Cuando vengo, le cuento todo sin dejarme nada”, y al igual que A. de la Torre, asegura que cuando se encontró con un exjugador es cando se vio reflejado. “Vi que tenía los mismos problemas que yo, y me di cuenta de que no estaba solo”.

Recaída al año

Durante el proceso, los enfermos tienen una serie de trabas como “retirarle la tarjeta y tener solo el dinero al día” o enseñar los tickets de lo que se han gastado al familiar que les está acompañando. Aunque a Crescencio lo que más le sirvió fue “escuchar a mis compañeros y ver que aunque seamos diferentes y los juegos sean diferentes, los sentimientos son iguales”.

Sin embargo, a pesar de estas trabas, Crescencio sufrió una recaída cuando llevaba un año de tratamiento. “Mi mujer no tenía suelto y me dio 5 euros para el café y yo tenía en cuenta que tenía que darle el cambio”, explica. Pero comenzó a ver a otro hombre jugando a las tragaperras “y empecé a ver que algo no iba bien”. Cuando este hombre se fue sin ganar nada “fui y me gasté lo que tenía, y volví a ir a casa para coger dinero que mi mujer tenía guardado para pagar unas cosas”. En total Crescencio se gastó casi 700 euros.

Con esto, rompía dos trabas, según detalla, la de conocer dónde su familiar guardaba el dinero y la de ir a lugares con máquinas y en los que, además, ya había estado. “Esta recaída me duró dos días y llamé porque no sabía cómo decírselo a mi mujer”, detalla. En la asociación, acompañado de ella fue cuando le contó lo sucedido y al final se lo tomó mejor de lo que esperaba. “Yo creía que me iba a poner de patitas en la calle” pero lo comprendió “y quiso seguir”.

Al entrar, dejó su trabajo ya que también era un entorno jugador, “mis compañeros jugaban e incluso mi jefe jugaba, así que lo dejé”, detalla. Después, encontró trabajo en otra empresa en la que continúa actualmente y tras 18 años, es, además, vicepresidente y monitor de LAR. Ahora, se encarga de ofrecer su ayuda a los más jóvenes, y no tanto, que como él llegan a acoger para cambiar sus vidas.

Casas de apuestas frente a colegios

Recientemente, se ha notado un aumento de los salones de juegos por todas las ciudades. En Córdoba el pasado mes de octubre se conocía que había uno por cada 9.000 habitantes. En Andalucía, según señala el director de Acojer, un 2% de la población tiene problemas con el juego. Además del aumento de los salones, el problema está en que muchos de ellos se sitúan cerca de colegios o institutos y “los incentivan con una bebida o un bocadillito gratis y como son chavales, no ven el peligro”, señala Pilar.

Pero, además de ser incentivados porque estos salones se sitúan frente a sus centros escolares, los jóvenes se ven motivados a probar por los anuncios de personas que son sus referentes. “Si Cristiano Ronaldo dice que apostar es bueno, él es un ídolo, y eso es demandante porque piensan: si él lo hace, cómo va a ser malo”, señala Salvador. Según señalaba el Consejero de Salud y Familias, Jesús Aguirre, el pasado jueves, “en 2021 llevamos 2.026 admisiones de jóvenes (hasta 25 años), de las cuales el 7,5% son por adicciones al juego patológico”.

Pero a pesar de todas las motivaciones para jugar sigue habiendo quien pelea contra esto y supera su enfermedad, como A. de la Torre y Crescencio. Dos historias diferentes, a distintas edades, pero, como decía Crescencio, “con los mismos sentimientos” que han vencido a la enfermedad y tienen una nueva lucha: difundir los problemas del juego y combatir la creciente oferta de salones, anuncios y juegos online que cada vez provocan la enfermedad a más gente.

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