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Esencias y borrones

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Rafael Ávalos

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Incluso la perfección a veces es imperfecta. Quizá porque es aparente y no absoluta. O quizá porque las circunstancias en ocasiones toman forma de nubes que ocultan el sol. Es así como borrones manchan ligeramente la página del Lunes Santo. Tachones en un texto al comienzo bien escrito, pero con renglones torcidos después. Aun así, la segunda jornada de esta Semana Santa deja un rastro mucho mejor. Más allá de los problemas y las incidencias, sobresalen los rasgos que definen un sello propio -que en realidad son seis-, los contrastes que en conjunto son riqueza inmaterial y el indudable compromiso. Esto último, en una nueva reafirmación de las convicciones. Porque las hermandades de Córdoba desconocen lo que es la rendición. De esta forma, y sólo de esta forma, es posible que al final, tras una brillantez deslucida, prevalezca la esencia, que lo son en plural.

A las cuatro de la tarde, el sol impone su dominio en la ciudad. Es entonces cuando el día comienza de verdad. Es en ese instante cuando Nuestro Padre Jesús Humilde en la Coronación de Espinas dibuja su inconfundible silueta entre una multitud. El calor es un mal menor, un bendito problema. La hermandad de la Merced abre un Lunes Santo que, de repente, se adivina más luminoso si cabe. En el aire, el aroma del incienso se confunde con el de los recuerdos. Recuerdos de una noche que antaño esta cofradía tratara de reforzar, recuerdos de una decisión firme que después, poco a poco, tomara forma de acicate. Recuerdos de la Madrugada de los noventa y recuerdos del paso de Nuestra Madre y Señora Santa María de la Merced por la Mezquita Catedral. La Reina del Zumbacón, al igual que el Señor regresa al primer templo tras veinte años. Como los que conmemora desde hace meses la Banda de Cornetas y Tambores Coronación de Espinas. Es el sello estético y musical de la corporación de San Antonio de Padua.

Identidad propia tiene también la hermandad que cada Lunes Santo remueve la Huerta de la Reina, como también cada parque que cruza. Es a las cuatro y media de la tarde cuando las puertas de San Fernando se abren. Instante ése en el que late impetuoso un barrio, como en el Zumbacón. Es el sabor propio de las corporaciones de distancias lejanas, que a la vez son las que más cerca logran estar. Sale Nuestro Padre Jesús de la Redención, con la túnica que estrenara poco más de un mes atrás. Son veinticinco años del Señor, cuyo paso es siempre tan decidido como acertado. Ni una sola chicotá desmerece. Mucho menos cuando una tras otra se suceden enlazadas en una fiesta estética. Imposible resulta cuantificar las personas que se dan cita en los Jardines de la Agricultura, que en un impulso de tres marchas recorre casi al completo el Misterio. Tras de éste radiante aparece Nuestra Señora de la Estrella, luz para el día y la noche de Córdoba. Firme ritmo marcan la agrupación y la banda de la cofradía, que es en sí esencia pura de Lunes Santo.

Como su firma deja siempre la Vera Cruz. La segunda hermandad que cruza el río en un camino decidido hasta la Mezquita Catedral de la Semana Santa de Córdoba. Otra de barrio, del Campo de la Verdad. El trayecto del rumbo seguro es su seña, muestra da el palio de María Santísima del Dulce Nombre. Sobre sí luce la Virgen una Gloria que es otra joya artística del ámbito cofrade de la ciudad. Antes aparece en especie de quietud Nuestro Señor de los Reyes. Movimiento imperceptible que refleja seriedad, y también buen hacer de quienes le portan. No camina Jesús abrazado a la Cruz sino que se desliza ligeramente. Serio es el paso también de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y del trono en que marcha, ése que vence a la estrechez cuando elegante transita por espacios que parecen imposibles como Deanes y Conde y Luque. Luce el Señor otra rica pieza del patrimonio cofrade cordobés. Es la denominada como túnica de los dragones, que la lluvia impidiera ver en las calles el pasado año. Tras Él surge serena María Santísima de Gracia y Amparo. Su palio se abre paso ante un mar de personas en una abarrotada, cuasi intransitable, plaza de San Nicolás. Y un borrón, la conducta de no pocos: una aglomeración ya es de por sí incómoda y peligrosa en cierto modo, ¿por qué cruzarla cuando se puede tomar otra calle?

Situaciones a veces incomprensibles como la que esta vez se da, por ejemplo, en la plaza de San Nicolás. Pero la esencia supera a la circunstancia. Más si cabe porque empieza el contraste: del alma de barrio a la hermandad de centro. Como la Sentencia lo es también la corporación del recogimiento, de la oración y el silencio. El contraste, ese valioso sello del Lunes Santo cordobés. Las campanas de La Trinidad tañen aún con el sol como corona del cielo, aunque éste oscurece lenta pero inexorablemente. Son ya las ocho y cuarto cuando la música de la Estrella y la Redención se pierde más allá de Lope de Hoces, justo donde tiene lugar el homenaje a Antonio Gómez Aguilar, y el silencio genera un ruido inabarcable. Suenan tambores roncos en un nuevo aviso, entre las voces calladas. El Santo Cristo de la Salud está en la calle, con una intensa niebla de incienso ante sí, para recorrer los lugares más estrechos de la Judería. Otro borrón: la falta de respeto que supone el murmullo con el Crucificado apenas un metro más allá. ¿No merecen respeto los penitentes en su estación? ¿No lo merece la propia imagen, que aún está cercana?

Silencio. Es sello también, como el recogimiento y la sobriedad, de la hermandad que en esta jornada vuelve a abrir las puertas de San Lorenzo. El día sigue vivo, aunque de repente parece ser noche. Estampa extraña es ver al Santísimo Cristo del Remedio de Ánimas iniciar su recorrido cuando la luna aún es testigo. Otra más para el álbum de la memoria de la Córdoba cofrade, que de nuevo siente el estremecimiento al paso del Crucificado. Sobrecogedora es siempre la estación penitencial de esta corporación. Las campanas de la Basílica Menor de San Pedro tañen también y la mudez es total. Poco después se escuchan dulces voces, en un contraste dentro del contraste. Suena el coro tras el dulce rostro de Nuestra Señora Madre de Dios en sus Tristezas. La solemnidad es monumental.

Lo es incluso cuando las circunstancias complican todavía más lo que ya es complejo. Una aglomeración en la Cruz del Rastro y San Fernando impide el normal tránsito de algunas hermandades y genera un desbarajuste en la Carrera Oficial. Comienza el ritmo lento en el itinerario común, que lo es hasta el punto de parecer inexistente el avance. También los retrasos en los horarios, que prolongan la noche más de lo debido. Y el sinsabor de que los tambores se confundan con la oración y el silencio. Por fortuna, las corporaciones no pierden la compostura y consiguen que, a pesar de todo, las esencias brillen más que los borrones.

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