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Diario del Confinamiento | Yo y don Julio

Fichas de dominó.

Juan José Fernández Palomo

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Comenzaré por aclarar las cosas: esto es un diario y, como todos los diarios –creo- hablan de quien los escribe y cuenta lo que le pasa, lo que le pasó o lo que cree que le puede suceder, o quiere que le suceda.

De ahí el título de esta página: hablo de mí.

La última vez que hablé con don Julio –el “don” es respeto al maestro de escuela, aunque me cague en “el libro de estilo del periodista”- fue durante el funeral de la madre una amiga, hace unos meses. Aclaro: era un domingo lluvioso y yo acudí a la puerta de un templo a darle un beso y un abrazo a la hija de la finada y a los amigos (sí, por si alguien se ha despertado del coma: hace poco la gente se besaba y reía y lloraba en público dándose abrazos). No entré en la iglesia y, después de mostrar mis respetos, me refugié en un bar cercano a tomarme un carajillo. Allí estaba Anguita desayunando con una pareja de amigos.

Llevaba muletas, le dije “qué tal, don Julio, me alegro de verle ¿ahora qué le pasa?”. “Tengo una rodilla jodida”, me explicó sonriendo. “No se puede estar genuflexo”, le dije de coña y él sonrió “No, no. Mala cosa”. Y ambos, estoy seguro, pensamos en la frase “más vale morir de pie que vivir de rodillas”.

La primera vez que escuché hablar de don Julio Anguita fue de pequeño, cuando estudiaba EGB en el cole público Al-Andalus, en el Parque Cruz Conde, mi barrio. Un profe joven con barba y media melena, muy guapo después de los maestros y “seños” anteriores de caspa y laca, nos puso en la pizarra la letra del himno de Andalucía y nos habló de las elecciones a alcalde. Times are a-changing, sonaría ahora mismo.

Y en medio de la primera y última vez me recuerdo en abril de 2003 a las puertas del domicilio de don Julio porque su hijo había muerto en una guerra y porque mi empresa de radio me había enviado allí. Yo, disciplinado, hice lo que me dijeron, perfectamente equipado. Afortunadamente, nadie salió del portal. Nada que contar.

La extravagante mezcla de velocidad, duelo, respeto, reconocimiento y aspavientos quiere ya que La Corredera lleve su nombre. Mejor un mundo nuevo, un nuevo país, una nueva ciudad y una nueva plaza que se llame “De la Tercera”. Así, a secas, que ya se entiende.

Las fichas del dominó están hoy bocabajo en señal de luto. Pero dispuestas a que alguien las mueva.

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