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'Descendimiento'. Caravaggio

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Juan José Fernández Palomo

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Hay dos focos de luz en esta lección de teatro. Uno, más abajo y más a la izquierda del propio vértice inferior izquierdo del cuadro. Otro, también a la izquierda, pero su haz ataca desde un punto perdido más allá del vértice superior. Éste último, aunque venga de arriba, debe ser luz natural porque dicen que Caravaggio pintaba con “luz de sótano”. Por lo tanto, la luminosa diagonal que asciende desde el vértice inferior izquierdo al superior derecho y se detiene sobre el cerúleo cadáver y su sábana ha de ser la luz sobrenatural. Al fondo y hacia la derecha todo es tiniebla.

Seis son los actores que componen la escena. La elección de los dramatis personae es la adecuada. De las tres marías, la mayor y una de las jóvenes no pueden dejar de fijar la mirada en el finado, conscientes de que de poco sirve ya cualquier lamento. La otra levanta las manos hacia la nada negra del cielo, pero tampoco espera cosa alguna porque su mirada está perdida y su llanto ahogado. Sin embargo, las palmas de esas manos elevadas le sirven al pintor para que rebote la luz y caiga hacia el pecho de Jesús: Caravaggio es un gran escenógrafo.

Los dos hombres depositan el cuerpo del Redentor con una tensa mezcla de mimo y esfuerzo. Juan se ocupa de sujetarlo por el torso; su mano derecha le rodea la espalda hasta tocarle la llaga del costado que ya no sangra, que no dolerá más. Nicodemo, barbudo y algo patibulario, baja a Jesús sosteniéndole por las corvas de sus piernas flexionadas y nos mira. Sí, este actor mira al público y parece pedirle que participe, que interactúe. Caravaggio, el dramaturgo, se adelanta unos siglos a Bertold Brecht, a Antonin Artaud o al mismísimo Peter Brook.

De hecho, la piedra, la tarima donde se desarrolla la acción, es un escenario cercano, rectangular y movido hacia un lado, con el vértice en nuestras narices. A nosotros -espectadores- nos han colocado en la primera fila del patio de butacas, más abajo de la escena, muy cerca... más, casi en la fosa de la orquesta, más aún: en la concha del apuntador...

...o en la tumba a donde irá a parar el muerto.

Hay vivos desolados en este cuadro y un cadáver de venas y músculos inútiles con la boca entreabierta por donde se ha escapado el aire. Poca santidad o divinidad reflejan estos personajes. Menos mal que conocemos su historia. La Iglesia de la Contrarreforma debió ver en esta naturalista manera de pintar una buena lección para los fieles dudosos y así la guarda en los Museos Vaticanos por si queremos ir y pasar miedo.

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