En busca de un tajo en la campaña de la aceituna
Baena atrae entre noviembre y febrero a centenares de jornaleros que tratan de encontrar un hueco en la recogida del olivar
Cada año se repite la misma historia. La campaña del olivar atrae a decenas de trabajadores, muchos de ellos inmigrantes, que buscan un empleo de jornalero en los olivares de Baena y su comarca. Las mismas escenas se repiten en otros municipios olivareros de la provincia. Pero en la mayoría de las ocasiones, la búsqueda es infructuosa. La mayoría de los puestos de trabajo están copados por los propios españole que han perdido sus trabajos en sectores como la construcción.
Los trabajadores inmigrantes que estos días llegan a Baena no lo hacen solo procedentes de Jaén, donde han probado fortuna. Pertenecen a un flujo migratorio secular en España y que funciona al dictado de las cosechas que se van sucediendo. Un circuito que es idéntico al que hace solo 30 o 40 años seguían los jornaleros andaluces por toda España. Unos peones autóctonos que no solo han vuelto a trabajar en el campo en sus propias localidades agrícolas, sino que poco a poco también parecen incorporarse de nuevo a ese duro trasiego geográfico. “Este año hemos tenido en el centro de la Cruz Roja a una pareja andaluza. Algo que hacía años que no veíamos”, cuenta Juan Manuel León de Toro, presidente de la Asamblea de la Cruz Roja de Baena.
Los peones españoles que se habían cobijado en el andamio durante el boom inmobiliario -como sector más lucrativo- han retornado a los cultivos. Y las obras de las viviendas donde muchos de ellos trabajaban cuando les sorprendió hundimiento financiero, sirven ahora de refugio para los marroquíes, saharauis, mauritanos, malienses o nigerianos que hacen parada en Baena para tratar de encontrar un jornal. Paradojas de la crisis.
Desde noviembre a finales de febrero, el puesto de la Cruz Roja se convierte también en el último clavo ardiendo para los inmigrantes que llegan a la comarca en busca de un empleo en la campaña del olivar. “La mayoría de las 26 camas están ocupadas por personas que vienen de los CETI, aunque las que quedan libres las dejamos para los jornaleros que vienen”, dice León de Toro. “Además, contamos con dos casas de acogida, con capacidad para 16 personas, que sí destinamos para los jornaleros, únicamente”, continúa el voluntario.
Pero la disponibilidad de camas no es suficiente para atender al goteo de personas que van llegando al pueblo. A diferencia de otros años, los inmigrantes ya no pasan las noches al raso helado de forma generalizada y han encontrado en los coches donde algunos viajan o en las casas abandonadas a medio construir sus mejores refugios nocturnos. Hasta que les descubren y les echan. Como le ha ocurrido a Umar Bari, de Guinea. Con 38 años, lleva dos semanas en Baena, durmiendo en una obra abandonada. “Pero esta mañana han llegado una persona, nos ha obligado a salir y han empezado a poner ladrillos con cemento en la entrada. Esta noche ya no podremos volver”, cuenta a las puertas de la Cruz Roja.
En el puesto de la Cruz Roja de Baena se reparte diariamente un centenar de desayunos, almuerzos, meriendas y cenas, además de mantener un servicio de duchas y lavandería para transeúntes. La organización humanitaria mantiene todo el año un pequeño Centro de Estancia y Acogida Temporal de Inmigrantes que, con una capacidad de 26 camas, acoge a personas procedentes de los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta, Melilla y Canarias. Baena es para ellos su última parada antes de tratar de regularizar su situación con un empleo y un permiso de residencia.
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