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Pues que coman pancartas

Elena Medel

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Ulises se despertó el martes, saltó de la imaginación de Homero y ejecutó su cometido: disfrazarse de Rafael Rodríguez —secretario provincial de CCOO— para liarla parda.

De modo que aquí se narran las vicisitudes de un soldado griego que accedió a Troya escondido dentro de un caballo, interpretado por sus enemigos como un regalo de paz. Mediante este engaño Ulises, con la chaqueta de Rodríguez, abrió las puertas de la ciudad para que los suyos la destruyeran: más o menos. Si no, explíquenme ustedes por qué en una rueda de prensa para difundir la huelga del 14-N el representante de uno de los sindicatos no critica al tuntún —Rajoy, Merkel, Botín— buscando la empatía de los trabajadores, sino que arremete contra el economato de Cáritas en Las Margaritas.

A Rafael Rodríguez le parece mal esto, porque supone el regreso de la caridad. Bueno. Puede no compartirse, quizá sí comprenderse. A Rodríguez le parece mal que un «trabajador social» de Cáritas evite a los pillos de turno y compruebe —ocurre con cualquier ayuda pública— que la necesidad existe, una vez solicitada en la parroquia más cercana. A Rodríguez esta práctica no le parece lógica, sino propia de la mafia. Es decir:

a) La Iglesia es mala, porque intenta captar personas «adictas o adeptas» con sus malas artes.

b) Los sindicatos son buenos, porque intentan captar personas «adictas o adeptas» con sus buenas artes.

c) Esa señora que acarrea latas de champiñones aprovecha su cardado para esconder un revólver. Capisci?

Sin embargo, tampoco ocurre que:

a) La Iglesia sea buena porque intente captar personas «adictas o adeptas» con sus buenas artes.

b) Los sindicatos sean malos porque intenten captar personas «adictas o adeptas» con sus malas artes.

c) Ese sindicalista te entregue un panfleto mientras, con la otra mano, te robe la calderilla para gastársela en un aperitivo tras la próxima manifestación.

Sino que:

a) En la Iglesia hay gente buena y hay gente mala.

b) En los sindicatos hay gente buena y hay gente mala.

c) Ambas organizaciones pretenden captar personas «adictas o adeptas».

Así habló Perogrullo.

Rafael Rodríguez se disculpó. Que no criticó la iniciativa, sino la obligación de acudir a la parroquia: ese «sacar el ticket», según feísima denominación ajena. Tratándose de un proyecto de Cáritas, ¿a qué lugar pretendía que se acercaran? ¿Al Bar Correo? ¿Al grupo escultórico de Nerón y Séneca? Me pregunto si a una familia sin recursos económicos le importará solicitar ayuda en una iglesia, al margen de sus creencias, o si le importará más bien recibirla. Pienso en quienes regalan su tiempo y su dinero para sacar adelante iniciativas loables como esta, y que han recibido no el agradecimiento, no el silencio si tanto le irritaba —eso del no hacer aprecio como mayor desprecio—, sino el calificativo de mafiosos. Y me hace gracia la excusa definitiva, ese perro que se ha comido sus deberes de la edad adulta: que lo escuchó por la tele. La culpa no es de Rafael Rodríguez, sino de Canal Sur. Aquí paz y, después, gloria.

El adjetivo insolidario basta para definir su comportamiento: con las otras organizaciones que impulsan la huelga, con los compañeros que intentan convencer a los trabajadores —o a los que no— de secundarla, con quienes padecen de verdad estos años de mierda y necesitan leyes más humanas pero necesitan, sobre todo, ayuda. Ante una huelga crucial para frenar desmanes, ante una huelga que necesita explicarse de tan mal que pinta, ante esa imagen nefasta de los sindicatos, y ante la falta de esperanza y de ganas, el peor gesto es el de machacar a quienes desarrollan una labor verdadera y legítima para ayudar. Negar que Cáritas lo consigue es hipócrita, y criticarles por su vinculación con la Iglesia, estigmatizándoles por su origen e ignorando sus resultados, es miserable (en su cuarta acepción según la RAE).

¿Qué alternativa ofrece Rafael Rodríguez para que una familia sin dinero no recurra al economato? ¿Propone algo real, tangible, algo con lo que alimentarse o con lo que vestirse, comida, ropa y zapatos, al margen de protestas inmateriales? ¿Pues que coman pancartas, actualizando la invitación de María Antonieta? Este tipo de ayuda debería facilitarla la administración: sí. Pero la administración no llega, sino que recorta. Y mientras tanto Cáritas, y tantos otros, católicos o laicos, sí alcanzan, sí lo logran. Dejémosles y, al margen de diferencias religiosas, respetemos su labor.

Analizada la repercusión de sus declaraciones, Rafael Rodríguez ha logrado:

a) Empeorar aún más, si eso resulta posible, la imagen de los sindicatos.

b) Mejorar aún más, si eso resulta posible, la imagen de Cáritas.

c) Disuadir aún más, si eso resulta posible, a indecisos ante la huelga o ante la manifestación.

De lo cual concluyo que Rafael Rodríguez es un infiltrado del altísimo, gubernamental o espiritual, para reventar la huelga y enviar a los sindicatos al infierno, no precisamente en busca de Tiresias. Sobre las vicisitudes del sindicalista cordobés que ni comía ni dejaba comer yo extraigo cinco conclusiones:

a) Rafael Rodríguez ha metido la pata con los suyos (sindicatos), con los otros (Cáritas) y con los de más allá (Canal Sur, que informaba por ahí).

b) Tampoco los sindicatos nos representan.

c) Si en el futuro Rafael Rodríguez exige la dimisión de alguien, político o empresario o banquero o representante de Cáritas o monaguillo a tiempo parcial o padre de familia que se siente cohibido y prefiere no tener para comer antes que demostrar ante un párroco o un trabajador social de Cáritas o un paquete de espaguetis representante de la Iglesia del Monstruo de Espagueti Volador que —en efecto— no tiene para comer, nos vamos a reír un rato.

d) Quién me iba a decir a mí que escribiría un artículo defendiendo a una organización eclesiástica.

e) Homero, una jartá de siglos más tarde, continúa vigente.

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