En un lugar de la moda…
Miguel de Cervantes seduce absolutamente. No es guaperas como Lope pero sí otro genial literato y su corazón debió ser de humanísimo oro, como el siglo áureo del Quijote que aquí traigo, asido de los cabellos, para hablar moda y hermosura en la novela cervantina. Pero, ¿qué belleza y qué cuidados?, ¿cuáles tendencias, vestidos y trajes?, si Don Quijote, por los caminos de La Mancha, agotó las mudas, terminaría pestilente y lució maltrecho y algo fantoche aunque gallardo siempre. Si Aldonza Lorenzo, perdido el encanto como Dulcinea, es una rústica sin faldellín ni tocador que jamás se embelleció con agua de azahar, ni algalia, ni sedas de Venecia. Si Maritornes podría no gastar una sonrisa Profidén ni el mejor aliento. Si el Bálsamo de Fierabrás no sabemos qué aroma tendría. Si el yelmo del andante es un bacín de barbero…
Pues bien, este lugar de la moda que -comentarios aparte- sí se halla en el siglo de Oro, viene a cuento del programa cultural ´Cervantes, regocijo de las musas´ que, gratuitamente y hasta el 24 de junio, ofrecerá en Córdoba –ciudad y provincia cervantinas- actividades diversas para todos los públicos. Se avivó con ello una curiosidad sobre lo fashion & beauty en la época de Cervantes, y en un tris me vi buceando en doctos escritos, que son una delicia y un divertimento.
Una visión general de la moda en el siglo de Oro la ofrecen artículos publicados en revistas de Historia y comunicaciones universitarias. También exposiciones como las del Museo del Traje. O la pintura de Velázquez Vieja friendo huevos, con su imagen de las gentes humildes tan distinta de la de reyes, reinas y nobles que se recoge en numerosos lienzos del Museo del Prado.
Tras una superficial inmersión se siente fascinación y alivio. La tiranía del canon petrarquista de la belleza femenina y los melindres y singularidades hispánicas castigaban a las mujeres. Y los hombres, nada más que por el hecho de llevar capa y espada los caballeros, grandes sombreros y esos bigotes encerados, enormes y retorcidos, que los soldados lucían, más las botas y los cuellos de lechuguilla, y esa falta de agua y jabón generalizadas, tampoco debían sentir comodidad alguna.
Mención aparte, por lo riguroso y represivo, hay que hacerla a los cartones de pecho que gastaban las damas. Nada que ver con la exuberante y sexy lencería de Victoria´s Secret sino fajas, cárceles y planchas de metal para evitar que los senos campasen libres y alegres.
Además, los zapatos llamados chapines, -pura invención española- eran unas plataformas de madera y cordobán que elevaban considerablemente la estatura y que salvando las distancias se parecen a las cuñas de Charlotte Olympia que calzan chicas y señoras en siglo XXI. Curiosa es la similitud con las sandalias Okobo de las geishas, pero esa es otra historia japonista.
Por otra parte, los cabellos femeninos se aclaraban con aguas como las que preparaba Celestina la piel del cutis buscaba la palidez con afeites y las mejillas se ruborizaban con almagre. Mientras, los pies se ocultaban pudorosamente y se cuidaban sabiéndolos un codiciado fetiche. También, en los viajes, largos y penosos, se usaban parasoles y antifaces. Y en las ciudades era frecuente cruzarse con personas que iban tapadas con velos y grandes mantos, o que cubrían su rostro con tafetanes para evitar la luz del sol y el polvo del camino. Era una España embozada la del Siglo de Oro, hasta el punto de que hubo de prohibirse el uso de los mantos, porque no todo era virtud y recato tras ellos y dábanse casos de hombres que hacían requiebros deshonestos a mujeres de su familia creyéndolas tapadas prostitutas.
Sin embargo, la joya y la brújula en este lugar de la moda tiene nombre de mujer, el de la investigadora Carmen Bernis, cuya obra es imprescindible para leer el Quijote a la luz de la riquísima y locuaz vestimenta de sus personajes. Ella analizó pieza a pieza la ropa de Don Quijote; la elegancia de la dama Vizcaína; el paño de los secundarios humildes; los tejidos, los encajes, los patrones… Todo.
Bernis acierta de lleno. La historia de la moda hace escala en Cervantes y es interminable, ya la caminemos con chapines o en deportivas. Vale.
Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna
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