Clientes tóxicos
Querido amigo. Me alegra volver a escribir después de este periodo vacacional, el cual necesitaba y en el que he intentado seguir mis propios consejos. Pero la verdad, y de forma inesperada en algunos momentos, no me ha sido posible del todo. Y es en esos momentos donde me ha surgido este título.
Vaya por delante que más de uno no se leyó la última entrada, ¿Tienes vacaciones?, porque si no es incomprensible su actitud (guiño).
Pero voy más allá. Las empresas, y más aún las de servicios, que estamos en constante contacto directo con el cliente, debemos soportar estados de ánimos, problemas y otros menesteres en nuestros clientes e interlocutores. A veces de manera poco justa. Si vendo pan, el cliente viene, me compra lo que quiere y se va. Si tengo un restaurante, el cliente viene, come y se va y a unas malas me hablará mal en la comanda, pero se va. Si soy mecánico, me dejan el coche y vuelven cuando esté. Y así un largo etcétera.
Pero si mi trabajo depende de un constante contacto, a veces las relaciones son más cercanas y es entonces cuando el perfil personal toma una presencia importante. Es entonces cuando el cliente, si lo pillas regular un día, te la “va a liar”. Porque puede y sabe que tú necesitas de su interlocución y él te va a machacar y a pagarla contigo.
A veces este tipo de relaciones cliente-proveedor son muy provechosas para ambas partes, es más, soy un auténtico convencido de que es la mejor forma para que el trabajo salga adelante de la mejor manera y que los objetivos se cumplan, teniendo una comunicación genial entre ambas partes. Pero hay otras veces en que “las personas” juegan un papel negativo. Ya hace tiempo hablamos de que las “empresas son personas”, y qué verdad más grande.
Cuando la relación cliente-proveedor se sobrepasa en sentido negativo, el camino no pinta bien. Por definición, los clientes siempre quieren lo mejor, por eso pagan, pero también han de saber los límites en las exigencias. Límites que se saltan en plazos, en descuentos, en formas. Y eso no debería ser así, porque ellos también serán proveedores y seguro que no les gustaría ser tratados como ellos lo hacen con los suyos.
Hay clientes que son tóxicos para las empresas. Clientes que consiguen que los equipos de trabajo estén desmoronados, se vengan abajo, pierdan ilusión o ganas de hacerlo lo mejor posible. Y esos clientes no son buenos para las empresas porque, a la larga, te generarán problemas internos que te costarán más superarlos que la pérdida de la cuantía económica que te pague ese cliente.
Hace tiempo escuché al gran Alfredo Romeo decir que el cliente no siempre tiene la razón. Que es el talento quien tiene la razón. Falta mucho talento en algunas personas. Igual que les falta humildad para saber tratar a los demás.
Y aquí mi razonamiento personal: a mí, siendo cliente como soy para mis proveedores, se me caería la cara de vergüenza al escuchar a alguno de ellos hablar mal de mí por el trato personal, o que alguno me planteara el dejar de trabajar conmigo (cliente-proveedor) porque esté generando mal ambiente o pérdida de ilusión en sus equipos de trabajo. Puede ser que por eso no sea rico. Ni sea empresario de éxito. Pero prefiero medir mi éxito en las personas y los amigos que me rodean. Y saber que la gente quiere trabajar conmigo. Trabajo y respeto han de ir de la mano.
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