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SOFÁ, SANDÍA Y MUNDIAL: 5. Campo de amapolas

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Antonio Agredano

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Messi es mejor, pero Maradona me gusta más. Lionel ha convertido lo extraordinario en vulgar, Diego convirtió la vulgaridad en una galaxia. En algo intangible y nuevo. Como observar la Tierra desde la nada. No eran los goles, era su presencia como el mudo temblor de una catástrofe. Y luego el meteorito, su vida, sus redenciones, su tragedia grotesca. A Diego se le caen los versos, la metáfora; a Lionel se le caen los párrafos, las fórmulas, lo suyo es prosa sesuda, evidencias, batallas contra la incertidumbre. Messi es un mago que revela el truco detrás de cada función, Maradona no marcaba goles, escribía caligramas sobre la hierba.

“En todas las habitaciones llega un día en que el hombre / se despelleja vivo / en que cae de rodillas pide piedad / balbucea y se vuelca como un vaso / y sufre el suplicio espantoso del tiempo”, escribió Louis Aragon. No podemos negar al futbolista su condición de hombre. Su abatimiento. A veces el campo de fútbol es la calle mirada a través de la persiana. Somos espectadores del éxito repentino, del parsimonioso declive, de un fracaso inesperado, de un error que cae por sorpresa como la naranja sobre la acera. Miles de transeúntes por la calle, miles de futbolistas por el césped. Con sus miserias, sus frustraciones, sus miedos íntimos, invisibles, dolorosos, como una espina en la yema del dedo. El dolor, las cicatrices por fuera, las cicatrices por dentro. El dinero no sana, no limpia, no resarce. Sólo maquilla la fugacidad. Sólo disimula el terror. El dinero es el telón del Mago de Oz, su máquina para amplificar la voz, para convertir su minúscula existencia en un evento majestuoso.

Cada vez que Messi falla, el mundo se detiene. Cada vez que Messi falla, Argentina entera despierta. Se despereza sobre el campo de amapolas. Hoy juega Argentina contra Croacia. El primer gran partido del Mundial. Modric y Rakitic en la medular, cuatro manos en el mismo timón. Mandzukic en punta, un gigante con zapatillas de ballet. Enfrente tendrán el amateurismo de Sampaoli. Su circo de pulgas. Un calvo vendiendo crecepelo. Detrás del discurso espeso, ensimismado, del técnico argentino, hay una idea de fútbol que pocas veces consigue. Sampaoli quiere exponer en el Prado dibujando sobre las olas. Salvo Messi, Dybala y Banega, Argentina es una selección de mineros. Messi es el canario enjaulado que anuncia con su desmayo la llegada del gas grisú.

España ganó a Irán. Me imaginaba a España con un mono de trabajo azul de la SEAT, con un bocadillo en una bolsa del Pryca, yendo al montaje con seriedad veraniega. Me hizo gracia Queiroz. Llevaba semanas hablando de la luz en los cuadros de Sorolla y luego sale al campo haciendo retratos con seis y cuatros. No digo que no sea digno. Al revés. Pocas veces fui más feliz que cuando Grecia ganó aquella Eurocopa. Creo que los que hablan del mal fútbol y el buen fútbol son admiradores del patinaje sobre hielo que ven partidos para distraerse. Para mí el buen fútbol es ganar y el mal fútbol es perder. Luego hay matices, y mucha prosa, que de eso qué me vais a contar, que gano dinero con esto. Pero lo cierto es que de nada sirve la posesión de Marruecos si a estas alturas ya han guardado el neceser en la maleta.

Irán jugó un buen partido y a España le costó sobreponerse al susto. No es ya el planteamiento defensivo, sino la intensidad, la mutación tras el gol de Costa, su bravura en el choque. A Hierro aún le dura el susto. Y a mí. Esguince de esfínter, a fuerza de apretar el culo en el sofá. Si yo fuera portugués, no pegaría ojo. Esta gente es capaz de ganarles el lunes.

Tilsa Otto es una escritora limeña. Tiene un poema que dice: “Yo aprendí hermosas palabras de amor para decirte / Pero luego me encontré con mucha gente / y de pronto sólo bailaba”. Francia es otra de esas selecciones que agrada ver perder. Sin la pornografía de la última época de Raymond Domenech, eso sí. Un míster que, según contaron luego los futbolistas, hacía sus convocatorias en función de los horóscopos de los jugadores. Luego nos quejamos de Lopetegui.

En Alemania´06 Francia llegó a la final para perderla y en Sudáfrica´10 no pasó de la fase de grupos. No miren a Domenech, miren a los astros. Los galos empataron con Uruguay y luego perdieron contra México y Sudáfrica. Tras el fracaso echaron al seleccionador, obvio, y entonces escribió un libro, que es lo que hacemos los supersticiosos cuando no somos bienvenidos. Se llamó ´Completamente solo´ y dejó un haiku memorable: “No aguanto más a esa panda de imbéciles. No me queda energía. He tenido suficiente”. Ludovic Giuly no contaba demasiado para Domenech y se quedó sin ir al Mundial de Alemania pese a sus buenos tiempos en el Barcelona. El extremo cuenta en sus memorias que Estelle Denis, periodista francesa, le mandó un vídeo suyo en televisión, a título informativo, y él aprovecho el contacto para invitarla a cenar. Cuando se enteró de que Denis y Domenech eran pareja ya fue tarde. Se quedó sin cena y sin Mundial. Luego Estelle dijo que no había sido una cuestión de celos, que había sido una decisión estrictamente profesional de su pareja. “Ya”, pensaría Giuly, viendo en su salón aquella final.

Mientras escribo esto ha empatado Australia a Dinamarca. Recuerdo Hummel y recuerdo a Laudrup. Son una panda, pero qué bonito visten. Sólo ganan cuando les estropeas las vacaciones. Hoy he decidido mis vacaciones para este verano, espero que no me las estropeen o me veré obligado a ganar una Eurocopa. Siempre me gustó el portero Peter Schmeichel, hasta aquel partido contra España en el Ramón Sánchez-Pizjuán. El de la expulsión de Zubizarreta, el del milagro de Cañizares. El del gol de Hierro. El que nos garantizó USA´94. Luis Enrique, que jugó los noventa minutos en aquel encuentro, aún no sospechaba que la sangre mancharía su camiseta y que Tassotti revolotearía como un buitre sobre la esperanza moribunda de todo un país.

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