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La educación sexual en nuestros hijos

Tony Sanmatías

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“¿De dónde vienen los niños, mamá…? Es una de las primeras preguntas que nos harán nuestros niños poco después de comenzar a hablar correctamente. ¿Verdad que es cierto, amigas y amigos?

Pues bien, al comenzar en muy temprana edad es cuando los padres deben consensuarse mutuamente e imbuirse en la educación sexual, que es algo que descuidadamente suele hacerse por la mayoría de padres “dejándolo para cuando sean mayores, para cuando lo entiendan bien”, como suele decirse, aunque luego apenas si se hace. Y, siendo así, ¿por qué se rechazan los distintos aspectos incluidos en la vida sexual en nuestros hijos e hijas de manera paulatina y en consonancia a su desarrollo, hasta alcanzar su madurez sexual o quizá nunca? Pues, amigas y amigos, es un deber preguntarse si debe ser rigurosa, objetiva, completa y sin olvidar los aspectos biológicos, psíquicos y sociales, entendiendo la sexualidad como comunicación humana, fuente de placer y de afectividad. Y todo, sin que nos asalten miedos ni ansiedades.

Ellos comenzarán, seguramente, a jugar a médicos, a ser papás y mamás, todo con la pretensión de ser mayores (ver el ejemplo cuando las niñas se ponen los zapatos de su madre, o el niño con las gafas u otro objeto de su padre), y no es conveniente que nos pille el toro en mitad del ruedo haciéndolo a espaldas nuestras y con miedo a ser sorprendidos, ni esperar hasta el último momento para tratar temas que sabemos que tienen una importancia fundamental en la vida para el buen desarrollo de todas las personas; por lo tanto, es lógico –y necesario- que anticipadamente, y sobre todo antes de comenzar en esa  menarquía temprana de su infancia conflictiva, la pubertad, nos enteremos de lo que saben sobre sexualidad y de cómo se aceptan o no. Después, a partir de los 17 años, tendremos que abordar cual es de su opinión sobre este aspecto, de si mantienen relaciones sexuales, de cómo es la persona a la que han elegido, si conocen los métodos anticonceptivos, si saben lo que es una enfermedad de trasmisión sexual y las formas de contagio, si usan métodos de barrera… Todo sea para no encontrarnos ante el dilema de los típicos rechazos por nuestra parte, con los silencios, con un “déjame en paz” o, en ciertos casos, con miradas perplejas, convirtiendo la sexualidad en un tema tabú, como si fuera una cochinada o algo pecaminoso y feo, cuando ciertamente no es así. La sexualidad responde a la llamada natural de la vida, de la procreación y de cuanto anteriormente ya he significado representar. Por lo tanto, hay que hablarles de sexualidad en positivo, si queremos que sean más felices, libres y aceptados.

Debemos ayudarles a conocerse, entenderse, disfrutarse y cuidarse. Porque resolver sus dudas y a conocer y aceptar su cuerpo, sus emociones y sentimientos que le van a brotar imprescindiblemente. Por lo tanto son los primeros y más fundamentales objetivos que tendremos que aclararles. Y es que la educación sexual no consiste sólo en conseguir que nuestros hijos e hijas usen preservativo. No, ciertamente. Debemos olvidar todos los aspectos que previa y simultáneamente hay que tratar. La educación sexual abarca el desarrollo sexual y la salud reproductiva pero también las relaciones interpersonales, las habilidades sociales, la orientación sexual y el conocimiento de uno mismo, de igual forma que la imagen corporal que irán desarrollando, la intimidad, el afecto, el género, la toma de decisiones, la aceptación de la propia responsabilidad, el respeto a uno mismo y a los demás…

Ver un estudio elaborado por médicos de familia en un centro de asistencia primaria, presentado en el Congreso de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, donde se afirma que uno de cada tres jóvenes de entre 14 y 17 años no es capaz de rechazar a su pareja cuando ésta se niega a utilizar método anticonceptivo, algo más del 40% de ellos. Este dato deja entrever una realidad en la que lo más importante no es tener la información si no poseer las habilidades necesarias para hacer uso de ellas y con lo cual evitar un desastre, que es cierto, en muchos adolescentes. Por tanto, según añade el informe, es fundamental:

1/ Proporcionarles información completa y ajustada a su realidad, adelantándonos a sus inquietudes, para que se acepten tal como son, y nosotros aceptarlos de igual manera. (A esto añado que las personas que no se aceptan a sí mismos son lo que suelen padecer más enfermedades).

2/ Educar en responsabilidad. Hay que admitir que son ellos y ellas quienes van a decidir.

3/ Ofrecer un entorno familiar en el que sea normal hablar y expresar nuestra sexualidad, con sinceridad, sin estereotipo o conjetura  alguna, con el objetivo de comprender y atender a sus necesidades, sentimientos y situaciones.

4/ Potenciar sus sentimientos de competencia, la percepción positiva que tienen de sí mismos, de sus habilidades y posibilidades. Todo ello será fundamental para afrontar las situaciones que se les puedan plantear.

5/ Ayudar a nuestros hijos e hijas en la identificación propia y expresión de sus sentimientos, ya desde la etapa de la pubertad, caracterizadamente impulsiva y rebelde, en la que debemos tener presente sus emociones y no solo su conducta.

En resumen, si nuestros hijos e hijas disponen de información, conocimientos y libertad para tomar sus decisiones, si han asumido la responsabilidad de cuidarse, si están seguros de sus decisiones y saben ser capaces de mantenerlas, si se sienten competentes y hábiles… incrementaremos sustancialmente las posibilidades de que su vida sexual sea saludable y satisfactoria, no sólo física, sino también emocionalmente. Todo sea para que no caigan en los típicos errores que, en ocasiones, pueden dañar de alguna manera su vida, además de arrastrarnos a nosotros mismos a padecerla, ya desde muy temprana edad en ellos.

Como en todo, en la prevención está la cura. O al menos en gran medida.

Y no olvidar que todo empieza por los besos…, esas silenciosas palabras…, bonitas, cariñosas y tiernas –y llenas de emociones-  que podemos pronunciar los humanos sin gesticular palabra alguna. Ver en ello el principio por donde los niños se inician a entender la sexualidad más precoz, ya desde su más tierna infancia y al margen de su sexo, cuando se besuquean con cariño, con acercamiento humano y como seña de identidad cierta de interrelacionarse, de ser innegable esta aproximación hasta su consumación: el beso mutuo, el ser –siendo dos- un ente solo…, a la vez que descargan todo aquello que no puede decirse con palabras. ¿Verdad que nos placen observar estas escenas tan tiernas en ellos? ¿No es cierto que somos los propios padres, especialmente la madre, los que les iniciamos en ello con nuestros propios arrumacos y besucones cariñosos? ¿No denota, ya esto, el apego y el amor inconmensurable que les tenemos? Pues esto mismo es lo que ellos necesitarán expresar de mayores hacia otros, sobre todo para su pareja, aunque con otras emociones internas y con las claras inclinaciones de madurez sexual, de gustar, de ser amado y respetado a la vez.

A partir de este momento, hagamos todo lo posible –o consultar  al especialista de no saber hacerlo- para que esa misma conmoción infantil que nos emociona, y a ellos les embarga, se prolongue en el tiempo con las mismas intenciones que siendo niños.

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