Después de la batalla...
“Dos puntitos de nada. Te he tenido que dar sólo dos puntitos”, dice tu ginecóloga tras el parto, una vez que ha terminado la sutura, haciendo un uso exagerado del diminutivo, porque son dos puntitos si te los dan en un dedo o en una ceja, pero si te los dan en tus partes son dos PUNTAZOS. Tú, aún tumbada, sonríes pensando: ¡sólo dos, qué suerte¡, teniendo en cuenta que hay a quien le dan más de veinte. La sonrisa se torna pronto en un gesto compungido cuando tratas de sentarte sobre tus dos puntitos, cuando orinas sobre tus dos puntitos o cuando te intentas lavar la zona que unen tus dos puntitos, por no hablar de cuando los dos puntitos se adhieren a esos ladrillos de algodón, denominados compresas de maternidad, que tratan de absorber el manantial hemorrágico que fluye durante toda la cuarentena y que hacen por su grosor que pierdas la elegancia de tu caminar.
En todos esos momentos envidias a las cesareadas, que aunque las hay con cierto trauma por no haber podido traer a su criatura al mundo por la puerta principal y su recuperación es más lenta, al menos se pueden sentar sin emitir un quejido.
“En unos diitas se te quitan las molestias”. ¿Pero quién ha atendido mi parto, el Sr. Flanders?. ¿Diitas?, no. Diitas es si son dos o como mucho siete los días que te pasas con la zona más pudenda de tu cuerpo más hinchada que un mollete de Antequera. Si exceden los quince, son SEMANAZAS.
Pero no sólo has de combatir tu dolorida zona perineal, no..., las molestias se prolongan hacia esa zona oscura y tabú de la que nadie habla: la zona anal, donde las temidas hemorroides hacen acto de presencia al acompañar a tu criatura en el expulsivo (se supone que los bebés vienen con un pan bajo el brazo, no con parte de tus intestinos). Con este plan tus visitas al baño son todo un lamento vayas por el motivo que vayas.
La doctora te aconseja no mantener relaciones sexuales en unas semanas. Gracias por el consejo, pero no estaba yo pensando precisamente en celebrar el nacimiento con una noche romántica. Vamos, como diría aquella “no tengo yo el chichi pa´ farolillos”. Aparte, tu estado de ánimo, como consecuencia del dolor, del cansancio y de las hormonas, no está ni para un beso en la mejilla, y el ya padre corresponsable ¡lo sabe¡.
Por otra parte esas pequeñas partes de tu cuerpo no son las únicas que se ven afectadas por el parto, y por extensión por el embarazo. Cuando coges fuerzas y te pones delante de un espejo se te queda la cara de “El Grito” de Munch (seguramente inspirado en una recién parida). ¿Qué le ha pasado a tu cuerpo?: tus pechos están inflamados y deformados a lo Carmen de Mairena, tu abdomen aunque está vacío se queda como un balón de reglamento a medio inflar, gelatinoso por la capa de grasa que lo cubre, grasa que irá desapareciendo paulatinamente, muy paulatinamente. El Consejo de Sabias te anima: “en un par de años volverás a tu talla”. ¿Un par de años?, al menos no han dicho añitos. Luego sabes que de nuevo exageraban y que eso probablemente les pasa a las que le tocan los neonatos que comen y duermen. Mi criatura se afanó en que perdiera peso rapidito. Luego vas enumerando las estrías y te planteas ir rellenándolas de rotulador negro y salir de cebra en el próximo carnaval.
Por otra parte un tropel de visitantes invade tu habitación ansioso por ver a la criatura (una vez que has dado a luz pasas a ser invisible para el mundo) y entre suspiros siempre dicen lo preciosa que es (¿preciosa?, los bebés al nacer suelen tener los ojos y los labios hinchados, cuerpo amoratado y con restos de grasa blanquecina, cabeza alargada, mirada bizqueante, y algunos incluso están cubiertos completamente de vello negruzco). Más tarde, tras hacer sus cábalas acerca de la genética que ha predominado, si la del padre o la de la madre, (que por supuesto cada familia tira para lo suyo), las miradas abandonan a la criatura, se pone el foco en la madre y empieza el acoso: “póntelo al pecho cuanto antes, póntelo ya”. ¿Cómo?, no, no…, si yo me tengo que beber esa botella de vino para celebrar mi gran gesta y lo mismo hasta me fumo un puro. “Venga mujer, ¿no ves que está buscando…?”. Ay por dios, ¡que esto no acaba aquí¡, que ahora ya no me va a dar patadas en la tripa sino que me va a estar chupeteando los pezones todo el santo día. Sabes que como le des el pecho vas a seguir presa de esta situación ad infinitum. “Bueno…, pero no más de tres meses”. Claudicas porque la gente te mira cada vez que te niegas como si estuvieras pensando alimentar a tu bebé a base de ginebra. Entonces, te descubres un seno y te vas acercando la Criatura, confiando en que no sepa agarrarse, que no le guste el sabor o que tu pezón se vuelva plano de repente. Pero no, tu criatura, a la que 40 semanas ocupando tus entrañas parece haberle sabido a poco, te la juega por primera vez y se engancha a la primera y comienza a succionar con absoluta maestría. Tantas ganas de parir para recuperar tu cuerpo y resulta que en él sigue la criatura. Ya sólo te queda confiar en la mastitis. ¡¡Bingo¡¡, llega al tercer día. Decimos adiós a la leche materna, ¡Venga, vamos esterilizando biberones y descorchando la botella de reserva mientras me fumo este cigarrito¡. Ahora al dolor insoportable de la zona anal y perineal le añadimos el de las mamas, pero serán unos diitas- te dices-me libro de las grietas y de vivir adherida a otro ser, que por algo la naturaleza obliga a cortar el cordón umbilical, para que las madres tengamos un poquito de libertad. Comienzas a recuperar tu espacio corporal. O más bien eso te crees.
La primera noche que pasas con tus dolores, con lo que queda de lo que fue tu cuerpo, y con tu criatura, carente de información relativa a los cuidados de un neonato, la pasas con la nariz pegada a la cunita de cristal sin dejar de mirarla. No duermes nada y eso que el padre corresponsable te acompaña en la habitación; te acompaña y como ha sido un día muy duro para él…, se echa una cabezadita, ¡de seis horas¡. E incluso llega a roncar (es que ha tenido un día muy duro…¿él?). Te pasas toda la noche comprobando si la Criatura respira o no, porque te parece que no se mueve –normal con toda la ropa que le has puesto- y no la escuchas respirar –normal, con los ronquidos de su padre...Y cada dos horas le das el pecho durante una hora. Total que estás exhausta por los nervios previos al parto y por todo el esfuerzo que has hecho, dolorida por los dos puntitos que te han dado y por esa almorrana a la que no sabes si ponerle nombre también e inscribirla en el Libro de Familia, y encima alimentando al bebe cada dos horas, mientras que su padre, supuestamente corresponsable, duerme a pierna suelta.
Y después de la batalla se supone que ha de llegar el descanso del guerrero. Hoy la Criatura ha cumplido un año y medio y créanme en mi casa aún no hay Guerrero que descanse.
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