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Lista 5 (I)

Alfonso Alba

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Diez putadas (en verbo).

1. Pagar. El mundo sería muchísimo mejor si no hubiera que pagar.

- Póngame una mano de gambas y un vino blanco, por favor. Pero no lo apuntes, que no te lo pienso pagar, ni tampoco la media ración de choco plancha.

-Marchando.

- Gracias.

Y al final de un cenorro cinco tenedores, en un sitio de postín, levantas la mano y llamas al camarero uniformado, que se acerca con aire diligente.

- ¿Qué quería el señor?

- Nada, que no me traigas la cuenta. Que me voy de gañote.

- Impecable simpa, caballero.

- Gracias.

Eso y el cielo, lo mismo. Teclear el número de tu tarjeta en la gasolinera, el infierno.

2. Madrugar. Suma de horrores, madrugar. No me constan poemas románticos, de los de guardar después en un cajón y pegarse un tiro, dedicados al desgarrador madrugón, y raro es, porque lo de salir del calorcillo del catre y poner pie a suelo presto a combatir un nuevo día constituye una de las más crueles penitencias que afligen al hombre desde que entre Adán, Eva y la serpiente la liaron con la manzanita y perdimos plaza en el Paraíso. La llegada del siniestro piar de despertadores y móviles sólo ha hecho agravar la tragedia. “Madrugar, oh, suma de horrores”, ¡qué impecable arranque para un poema!

3. Perder. El dado que tropieza y salta y salta y tropieza sobre el tablero, y tú temiendo que salga el cuatro, que no salga el cuatro, por dios, que salga un uno o un dos, o un tres, o un cinco, o que salga un seis. Y sale, por supuesto, el cuatro, enorme e inequívoco. O ese córner en contra, minuto 43 de la segunda parte con empate a uno. Y lo ves venir, y lo temes. Y gol, y además gol tonto. Lo que era la selección española hasta hace cuatro días, vamos. Si putada es perder, si putada es perder y ver la cara de imbécil del ganador feliz, putadón ya es perderse. Sí, perderse. Te asomas a cada calle y que no te suena, y que no te suena, pero si era por aquí, y empieza el sudorcillo, y ya llegas tarde seguro. Y te paras a preguntar y un tipo te dice “yo voy para allá, vamos”, y ahora tienes que ir con él andando, sin conversación, todo muy incómodo, y el tipo va muy lento, y tú tienes prisa. El horror. Y perderse con el coche es aún peor, porque doblas mal una esquina y ya pillas una recta y sabes que no es para allá, pero tienes que seguir, porque ya no hay forma de cambiar de sentido, y te alejas, y te alejas, y en el colmo del ridículo te ves parado en un semáforo en dirección contraria. Nótese qué terrible situación: parado esperando a que te dejen pasar en una dirección hacia la que no quieres ir. Gran desgracia, perderse con el coche. Y perder algo. ¡Si tiene que estar aquí! Sí, pero no está. ¡Si hace un momento lo tenía en la mano! Sí, pero ya no lo tienes. Sin duda lo más llevadero de perder es el móvil, porque puedes llamarte para buscarlo. Aunque, bueno, hay que buscar otro móvil para llamarte y a veces todo se complica y es peor aún. Luego te llamas y lo tienes apagado, y entonces empiezas a buscarlo quitando los cojines del sofá, cada vez más cabreado, y de los recovecos del sofá sólo salen cáscaras de pipas, pero ningún móvil, mientras sin duda Dios se descojona de ti. Aunque la peor pérdida es la de las gafas, porque has de buscarlas sin gafas, claro. Es decir, has de buscarlas sin ver. Qué gran putada perder las gafas. Qué penoso trance.

4. Manchar(se). Lamparón, divisa del Averno. Cebralín, inútil esfuerzo. Si putada es mancharse, putadón es manchar. Manchar a alguien, a alguien que respetas o incluso que admiras, a quien quieres impresionar. “Sí, bueno, yo suelo decir que bla, bla”, y en mitad de esa parrafada con la que pretendes demostrar algo, quizás que eres interesante, o inteligente, o vivido, o leído, o viajado, en medio del que se supone que es tu momento, en mitad de tu torpe intento de ejercer con dignidad tu papel de centro de atención, ¡ras!, apoyas sin darte cuenta el vaso en la cucharilla, que voltea y envía su restillo de salmorejo directamente a la solapa de tu contertulio. Lamparón naranja, fuego dantesco. Y él rápidamente se empieza a restregar la mancha con una servilleta húmeda, estirando el cuello, con la sonrisa rígida, diciéndote “no pasa nada, no pasa nada, no te preocupes”, y tú alargas absurdamente la mano, ¿para qué? Para nada. Ya es tarde. Estás fuera. Un amigo que ha asistido a la patética escena te mira con severidad. Tú te sentirías mejor si en vez de manchar al tipo hubieras asesinado a dos menores de edad.

5. Sonrojarse. Putada supina. Demasiado lamentable y dolorosa para hablar de ella en voz alta.

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