Lista 2: Diez fases de un antiguo líder político (I)
1.- Fase “Prefiero mantenerme al margen”. Nuestro hombre deja la política. Ahí queda, para los siglos, su Obra. Se marcha, atrás quedan el ruido y la furia. Jamás volverá a pisar la imponente moqueta de los salones del poder. “Hice lo que hice, que pasen otros y hable de mí, únicamente, la Historia”, concluye. Se ve a sí mismo como un apuesto jinete saliendo del poblado en llamas a lomos de un recio caballo al paso, la misión cumplida, su silueta avanzando lentamente hacia la lontananza, con el sol anaranjado poniéndose al fondo. Se recluye en sus libros y sus antiguas pasiones. El cine clásico, la música clásica, todo clásico. Él mismo es un clásico. Winston Churchill, a su lado, es el alcalde de Coripe. Nuestro hombre no da entrevistas, declina invitaciones, apenas levanta el teléfono. Madruga, desayuna leyendo la prensa con cierta desatención y luego se recluye en su despacho a escribir calladamente sus memorias, haciendo si acaso, de vez en vez, una breve pausa para ver algo de porno suave en Internet. Luego borra metódicamente el historial y sigue escribiendo. Un hombre de Estado.
2.- Fase “¿Es que nadie ve lo que está pasando?”. Nuestro hombre se empieza a aburrir. Su despacho huele raro. Las memorias no le salen. No tiene bien apuntadas las cosas. “El inútil de Benítez, vaya asco de secretario”, protesta retrospectivamente. Todo el día metido en casa, con el mayor que no acaba la carrera ni a tiros y la niña que se va a casar con un gilipollas, además medio rojeras. Tras años de reuniones, repara en que la compañía familiar es difícil de soportar. Tras años de almuerzos de trabajo, repara en que su mujer cocina de asco. A la hora de comer, privado por consejo médico del vino, se cabrea viendo el telediario y masculla amargamente: “No es eso, ¡no es eso! Así no. Os estáis equivocando. Lo estáis haciendo todo mal. ¡Todo mal!”. Su Obra está siendo mancillada. Se habla poco de él, se escribe poco de él, y la mayoría son artículos críticos, cargados de rencor, que nuestro hombre lee con irritación. “¿Pero cómo se atreven?”, piensa. Los más capullos de su quinta progresan en el partido. “¡El inútil de Benítez, tesorero!”, se irrita. Comienzan, poco a poco, a hinchársele los cojones. No puede más. Levanta el teléfono. Llama a algunos antiguos compañeros, que le dan la razón ciegamente, que lo animan a hacerse oír. Se va a acabar la tontería.
3.- Fase “Si ya lo decía yo”. Nuestro hombre, en contra de su voluntad, ¡hasta de su instinto!, decide conceder una entrevista. No quería, pero tiene que hacerlo. Hay cosas que deben ser dichas. El pueblo debe saber. Son muchos los que le piden que alce la voz. Se garantiza un medio amigo, dos páginas en domingo y un editorial tipo mamada. Le ponen una periodista de confianza, simpática e impresionable, en realidad es más una admiradora que una periodista. Nuestro hombre se deja fotografiar paseando con aire reflexivo por los jardines de su casoplón y luego entre libros, en su despacho, perfumado para evitar el tufete a rancio. La periodista pregunta sin molestar, animando a la crítica. El entrevistado responde elípticamente, dice sin decir: no critica a sus antiguos compañeros, pero da a entender que no le gusta el rumbo del partido, ni del país, ¡ni del mundo! Todos los problemas de hoy los vaticinó nuestro hombre ayer: “Yo ya dije que esto iba a pasar”, “Ya se veía venir”, “Si ya lo decía yo”. Y finalmente, suelta un par de veces: “Los políticos de ahora es que son...”. Han pasado dos meses desde su retirada, pero han cambiado taaaaanto las cosas. Eso sí, a la hora de dar nombres, de concretar los pullazos, se muerde la lengua. Enarca significativamente las cejas y calla. Por lealtad. Por lealtad al partido y a España. Como corresponde a un hombre de Estado. A su lado, tengámoslo en cuenta, Kennedy es un gerente de mancomunidad.
4.- Fase “No, si al final tendré que volver”. La entrevista cae como un bombazo. Tiemblan los pilares, se remueven los cimientos de la patria. Causa malestar en la élite del partido, pero gusta a las bases, como gustan al pueblo las verdades del barquero. Nuestro hombre lee y relee la entrevista, orgulloso de su clarividencia, de su contundencia expositiva, de su ideario coherente, de su pelazo entrecano. Al final se decide a enmarcarla y colgarla en su despacho, junto a la foto con el rey y el diploma en Biblioteconomía y Documentación. Suena y suena el teléfono. Son los críticos, los descontentos, que quieren convertirlo en referencia y santón. “No, si al final tendré que volver”, dice nuestro hombre, que intenta fingir pereza, inútilmente. Cada vez sale más: presentaciones de libros, actos de la fundación del partido, del consejo institucional, bodorrios, manifestaciones, alguna media tarde de puticlub con las bases juveniles.... Cualquier excusa es buena para dejarse ver, para hacerse jalear, para deslizar que está disponible y, de paso, comer fuera y evitar los horrendos guisos de su mujer. Se siente joven, repuesto, importante. “Lo que habría que hacer es...”, expone ya abiertamente, casi en forma de programa electoral, detallando todo aquello que resolvería hoy los problemas de España, y que sólo la idiocia o la incomprensión de otros le impidieron llevar a cabo en el poder. Nuestro hombre no perdona una tertulia televisiva ni una entrevista. Está hiperactivo. Toma Viagra. Mandela, comparado con él, es un diputadillo raso.
5.- Fase “España no está preparada para mí”. Quizás nuestro hombre ha medido mal sus fuerzas. A la hora de la verdad, en el momento de lanzarse en tropel contra la cúpula del partido para erigirse en nuevo e indiscutible líder y forjar al fin su España soñada, no encuentra los apoyos esperados, pocos se le ponen al teléfono. Los mismos que lo animaban, se apartan. “Ahora no es el momento, jefe”, le dicen unos. “Has molestado a gente muy importante”, le reprochan veladamente otros. Los financieros que iban a poner el dinero sufren de una repentina falta de liquidez. Los medios que iban a apoyar su cruzada ahora lo tratan como un entrañable quijote al que vale la pena escuchar, sin duda, pero al que es suicida hacer caso. Las pilinguis que lo adulaban ahora le quieren cobrar. “España no está preparada para mí”, resume él en los momentos luminosos; en los lúgubres, le confiesa a su amante: “Creo que me han traicionado”. ¿Quién? No lo sabe. Los mediocres, los cobardes, los simples, los mentirosos, los enemigos de España en cualquiera de sus formas... “España, país de desagradecidos”, lamenta. Nuestro hombre decide que bien han de darle por culo al médico, se pone cuatro dedos de güisqui solo y se enciende un puro tamaño Bollicao. “Nixon, ahora te entiendo”, proclama. “Como me toquen mucho los cojones”, resume, “vuelvo a mi plaza de bibliotecónomo por Soria. ¡Que yo no vivo de esto!”. Pero, antes de tomar una decisión, toma aire, mira al cielo, enciende el ordenador y teclea, solemnemente, la dirección de un portal guarrete. Aún no está acabado.
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