Lista 2: Diez fases de un antiguo líder político (2)
6.- Fase “Mis labios están sellados”. Nuestro hombre ha pasado una pequeña depresión. Le ha costado asumir que ya no regresará jamás al poder, al poder de verdad, el que se ejerce en reuniones a puerta cerrada, el que permite echar una mano a familiares y amigos cuando lo están pasando mal, el que convierte en rutina comer de gañote en restaurantes de la Guía Michelín, el poder de elegir secretarias pechugonas, el poder que satisface, en suma, su profunda vocación de servicio público. ¿Qué le queda ahora? “El recuerdo de lo que fui”, se dice. Echa la vista atrás y quizás exagera un poco al sentir que una vez tuvo el botón rojo a mano, el destino de naciones pendientes de su capricho. Los comités provinciales de partido de los sábados por la mañana se erigen, en su memoria, en cumbres del G-7. “Allí se cocía todo”, se repite, melancólico y orgulloso. “¿Qué me queda?”, vuelve a preguntarse. “El recuerdo”, responde. “Y lo que sé”. Ah, lo que sabe nuestro hombre. Cuántos secretos, cuántas confidencias, cuántos números de teléfono... ¡Cuánta información valiosa atesora un estadista! Ejemplo: el actual jefe regional se vio una vez envuelto en una juerga con seis gramos de farlopa y un par de travelos de la que sólo nuestro hombre conserva memoria y material gráfico. Ejemplo más: los presupuestos de los años de crisis los cuadraba Miguelín, el hijo de ocho años del subdirector general, que le ponía al niño la tarea de inventarse los ingresos. Todo eso lo sabe nuestro hombre. Ya le extraña que Georgetown no lo haya llamado para dar conferencias. “Pero sería inútil”, piensa. “Mis labios están sellados”. No, jamás hablará. Por lealtad. Por lealtad al partido y a España. Cuánta grandeza. A veces, en arrebatos vagamente vanidosos, nuestro hombre siente como si se le estuviera dibujando en la frente la mancha de Gorbachov.
7.- Fase “Lo largo todo”. Aparte de a España, que por supuesto, nuestro hombre guarda especial lealtad al partido, y de ahí su silencio de estadista. Los compañeros le han dado un carguete bien pagado en la fundación. Ocurre que, como incómodamente tuvo que acabar confesando nuestro hombre, su plaza de bibliotecómono por Soria caducó hace 34 años. “Una nueva oportunidad de hacer política”, se dice, y se promete enterarse de qué coño es la fundación ésa, empezar a pasarse por allí de vez en cuando y ponerse a trabajar. Trabajar. “Eso es lo que me está sacando de la depresión”, se dice. O al menos lo sacará cuando empiece a hacerlo. Cada día se siente mejor, aferrado a lo que nunca le ha fallado: la iglesia, la familia, el Macallan solo, el trabajo. “El lunes que viene me paso por la fundación”, se dice cada martes. Le gusta el trabajo en la fundación, o le gustará cuando empiece a ir. Se parece al trabajo de senador. Nuestro hombre, viendo su nombre en el comité de honor que pone la web del partido, recibiendo su sueldete todos los días 24, empieza a sentir que merece la pena el esfuerzo, que merece la pena la fidelidad al partido. Al fin y al cabo le ha permitido defender siempre las grandes ideas que han guiado su trayectoria: los impuestos deben ser altos y bajos, la inmigración sobra y los inmigrantes son más necesarios que nunca, España es un gran país cuando mandan los míos y un país de mierda con cuando mandan los otros. Tantos años después, se mantiene fiel a esos principios. Fiel a ese partido. Suena el teléfono. Es Planeta, que le ofrece 500.000 euros por un libro de confidencias suculentas. Le explica el editor: “Comprendemos que hay temas sobre los que será exigible una discreción especial y...”. “¿Podemos empezar hoy? Tengo ganas de largarlo todo”, lo interrumpe nuestro hombre.
8.- Fase “Voy camino del plató”. El libro, titulado Recuerdos de un hombre decente, es un éxito. Nuestro hombre ha perdido el carguete en la fudación y su nombre ya no aparece en la web del partido, pero asume las renuncias estoicamente, apoyado en la certeza de su coherencia, en la firmeza de sus valores y en su medio kilete recién ingresado. “El pueblo debía saber”, explica en televisión. “Que sepáis que me he mordido la lengua, por discreción y por lealtad”, le dice a sus contertulios, esgrimiendo el libro y situando su portada de forma que ofrezca un plano frontal de la imagen del jefe regional, ya ex jefe, en su juerga de la farlopa y los travelos. Adicto al protagonismo, el tabaco y el güisqui, está todo el día en la tele hablando de su libro. Siempre va o viene camino de algún plató. Luego, cuando a la sexta edición el libro tiene ya poco que rascar, se queda como comentarista y habla de los temas de los que sabe y que siempre le han interesado: España y su configuración territorial, los desafíos económicos de la nación, el mercado inmobiliario, la ley del aborto, las tensiones bélicas en Oriente Próximo, el potencial de los países emergentes, el art déco, las nuevas tecnologías, internet en general, la pujanza de los populismos en Latinoamérica, el sistema electoral canadiense, la mujer, Cataluña, el País Vasco, un poco Murcia, la música, la violencia doméstica y su posible componente genético, la estructura del poder comunitario y la ley antitabaco. Es cierto que, pese al rigor absoluto con el que opina de todo y a todas horas, su figura poco a poco se desdibuja en la trivialidad, la broma, el compadreo... En los guiñoles lo representan como un viejo verde y cascarrabias con la lengua pastosa. Ni que decir tiene que a nuestro hombre, a cuyo lado Lech Walesa es un don nadie, este nuevo estatus le toca los cojones sobremanera. En alguna ocasión se cabrea y recuerda quién es él: “Ojo conmigo, que soy quien soy. Que soy un hombre decente. Y entonces saca su libro, como le tienen dicho que haga los de la editorial, y sonríe mirando a cámara.
9.- Fase “¡España, te lo di todo!”. Nuestro hombre, duele decirlo, está quizás un pelín pasado de rosca. Apesta a todas horas a DYC y a tabacazo. Su mujer le ha dejado varios guisos en el congelador y se ha marchado de casa. Logra mantener a su amante, pero sólo a base de gastarse en ella casi entero el medio kilete, porque ya ni con la pastillita azul. Ha perdido a sus amigos y camaradas, a los que parece que les molestó un poco salir en su libro como una pandilla de corruptos y viciosos. “Escoria desagradecida”, dice de ellos en televisión. Es verdad que también está desfasadillo en la tele, que se le calienta demasiado la boca. Algunos directivos de televisión le han dado el toque. “Modérate, hombre”, le aconsejan. Sus opiniones escandalizan. “En este país nadie se atreve a llamar al pan pan, al vino vino y a los inmigrantes, negros”, resume. Sus ideas sobre la mujer, visionarias para unos pocos, una incitación al delito sexual para la mayoría, han levantado ampollas. Finalmente todos los canales lo vetan. Ya no le queda nada. Ha perdido su última fuente de ingresos y no tiene ahorros. Su amante se va con Benítez, el tesorero. No hay consuelo familiar. Su hijo sigue en segundo de derecho, su hija finalmente se casó con aquel gilipollas, su mujer no está, nadie le habla, nadie lo conoce. Está viejo y demacrado. Una noche, de vuelta a casa tras otro carrusel de excesos, su brazo derecho hormiguea y su corazón falla. “¡España, te lo di todo!, es su último pensamiento antes de caer en la oscuridad.
10.- Fase “Voy a montar una plataforma cívica”. ¡Vive! Aún no ha llegado la hora de nuestro hombre. Al despertar en el hospital, su mujer, sus hijos y el gilipollas de su yerno están al pie de su cama. Le recorre al verlos una súbita emoción (en el caso de los tres primeros). “¡Qué ciego he estado!”, dice, y nunca mejor dicho. Por primera vez en su vida, y renunciando a uno de los principios que guiaron su carrera política, pide perdón. Lo ve todo con un nuevo color. Deja de fumar y de beber, deja las drogas y, en un esfuerzo adicional, deja de oler pegamento y de visitar webs de bestialismo. Con el perdón vuelve la vida familiar. Su mujer deja a Benítez. Amanece otra vez para nuestro hombre. Se siente parte del mundo, hermano de sus hermanos, que son la humanidad toda, salvo comunistas, socialistas y demás. También la España pública le da otra oportunidad. Estar a punto de entregar la cuchara lo ha redimido. La muerte blanquea, la casi muerte también. En los días que ha estado en el hospital, hasta la que nuestro hombre siempre ha considerado prensa antiespañola le ha dedicado palabras de cariño. Vuelve a sentirse grande. Ahora que se ha repuesto y parece que se ha moderado, o al menos ha dejado de decir públicamente lo que piensa sobre las particularidades genéticas de los habitantes del Cuerno de África, lo llaman de televisión para que opine cada vez que muere alguien que conoció, lo cual le encanta, como le encanta escribir obituarios condescendientes de sus antiguos compañeros. “Ahora que ha muerto, por fin deja de equivocarse. Allá donde estés, te echo de menos, amigo”, escribe sobre Benítez, fatalmente fallecido en accidente de tráfico. Le apena que, en cambio, no lo llamen para los especiales anuales de la transición, pero al menos sí lo hace Jordi Évole para Salvados. Algo es algo, se dice. Precisamente a Évole le anticipa su último gran proyecto político. “Voy a montar una plataforma cívica, fuera de la estructura de los grandes partidos, para canalizar el ansia de profundización democrática que existe en la sociedad”, explica. Ah, nuestro hombre. No lo puede evitar, la política siempre reaparece en su vida. Es vocación pura. A su lado, Allende es un arribista. La política siempre lo acaba llamando. También, por cierto, lo ha llamado UpyD. ¿Una nueva oportunidad?
0