Suicidios y Periodismo
Voy a hablar de periodismo, y también de suicidios. Partiré de dos casos concretos para hacer una reflexión general que, como todo, es rebatible. Advierto que será un artículo largo.
El pasado 16 de noviembre tuvimos conocimiento del suicidio de un hombre de unos 50 años en Córdoba. Su historia ya la habrán oído, así que no viene a cuento dar más detalles. Sólo uno, vital, es cierto que se quitó la vida cuando iba a ser desahuciado, pero no se trataba de un desahucio por procedimiento hipotecario (el banco no ejecutó el desahucio). Fue un familiar quien le desahució, (procedimiento por precario). Ese día usé mi perfil en Twitter para contar eso: que no se trataba de un desahucio bancario sino de una cuestión familiar.
Históricamente los periodistas no informamos de los suicidios, porque “la psicología ha comprobado que esas noticias incitan a quitarse la vida a personas que ya eran propensas al suicidio y que sienten en ese momento un estímulo de imitación. Los suicidios deberán publicarse solamente cuando se trate de personas de relevancia o supongan un hecho social de interés general” (Libro de estilo de El País). A través de personas cercanas, conozco el efecto dominó que esas informaciones pueden tener en quienes pasan por momentos complicados o en quienes sufren una debilidad tan terrible como humana.
Ese día informé a través de siete tuits de todos los detalles que tenía, también volqué todo ese contenido en la radio donde trabajo (Radio Córdoba Cadena Ser), donde citamos fuentes policiales, judiciales, vecinos y donde entrevistamos al Secretario Judicial del Servicio Común que explicó todo. (Lo pueden escuchar aquí)
Ante el aluvión de informaciones incompletas y parciales sobre ese suicidio, vinculándolo a la injusta presión bancaria, esa mañana decidimos hacer periodismo y -ante la imposibilidad de obviar el tema, que ya había tenido repercusión nacional- contar todos los detalles del caso. Es cierto, rompimos la norma, hablamos de un suicidio en la radio, pero hicimos un buen trabajo; decidimos no informar de ello a nivel nacional y ceñirnos a la emisión local, para aclarar en Córdoba lo ocurrido. Llegué a casa satisfecho. A raíz de ese caso se reabrió en toda España un debate sobre la conveniencia de informar o no, acerca de la combinación suicidio-desahucio.
El lunes 19, volví a tener constancia de un intento de suicidio. Realmente fueron dos casos: uno afectaba a un joven de 25 años que se quitó la vida en Córdoba. Nada dijimos en la radio sobre ello, y tampoco en twitter. No habrán leído nada en la prensa sobre este caso. El otro tiene relación con lo ocurrido en Las Tendillas ese mediodía. Un tipo amenazaba con tirarse desde el edificio de Creusa. Afortunadamente quedó en un terrible susto gracias a que el afectado decidió no saltar al vacío y gracias a la profesionalidad de los bomberos y policías de Córdoba, que frenaron al pobre hombre. Fui testigo directo de lo ocurrido, de cómo los bomberos subían la escalera, cómo hablaban con él y cómo conseguían evitar que saltara. De hecho, grabé todo con mi teléfono y realicé una buena foto. Al igual que yo, también lo hicieron decenas de personas que se encontraban a esa hora en la plaza de Las Tendillas de Córdoba. Ese día también informé, sólo por Twitter, con un solo tuit que decía: “la policía acaba de evitar un suicidio en las Tendillas”, y que iba acompañado de la mencionada foto. Sólo di cuenta de este hecho una vez que los bomberos y la policía habían resuelto la situación. Si el tipo se hubiera lanzado no habría dado detalle alguno sobre lo ocurrido hasta saber qué había detrás de este caso. Sólo lo hubiera contado si encontrara indicios veraces de que éste tuviera algún vínculo con un desahucio bancario.
Pero, afortunadamente el hombre no se tiró y, cuando dejé de temblar, puse ese único tuit: breve, sinceramente mal escrito, sin datos que explicaran el por qué, quién era ese tipo y qué se le pasaba por la cabeza. Ni siquiera especifiqué que el hecho había ocurrido en Córdoba, como si aquello fuera un tuit interno para los cordobeses, como si fuera un método de decirle a mis amigos: hemos pasado un mal rato, pero al final todo ha salido bien. Ese día no hice periodismo, fue un arrebato tan irresponsable como humano, fue un desliz que fue retuiteado casi 500 veces y que a media tarde se convirtió en trending topic en España, o eso me decía un mensajito que llegó a mi móvil. Estuve toda la tarde pensando en ello, hablándolo con colegas de profesión, consultando en libros de estilo, encontrando más información sobre el caso, que demostraba que no era relevante periodísticamente. Desemboqué en la estadística (INE) que, a la espera de los datos de 2011, demuestra que la cifra de suicidios en España no varía demasiado desde 2004. (2004, 3.502 suicidios; 2005, 3.381 suicidios; 2006, 3.246 suicidios; 2007, 3.263 suicidios; 2008, 3.421 suicidios; 2009, 3.249 suicidios; 2010, 3.145 suicidios); añadan a eso un dato que, aunque parcial por corresponder sólo a Policía Nacional, demuestra que esa estadística podría ser extrapolable a Córdoba donde en lo que llevamos de año se han dado 21 suicidios consumados, frente a los 19 del mismo periodo del año pasado.
Me disculpé en Twitter por haber sido imprudente, por no haber medido las posibles consecuencias de aquel tuit. No había experimentado aún que las redes sociales pueden ser también un medio de masas. Recibí muchos mensajes agradeciéndome que hubiera informado de ello, mensajes que también agradezco pero que creo que, igual que mi tuit, se escribieron sin reflexionar sobre los detalles del suceso. Por eso he escrito este artículo, porque un tuit no es suficiente para analizar estos casos, porque creía necesario explicar qué se nos pasa a los periodistas por la cabeza. Porque estoy convencido de que no hay que informar de los suicidios, a menos que lo ocurrido sea un hecho realmente relevante. Podría haberlo hecho cualquiera, pero no todo el mundo tiene la misma responsabilidad al informar y un periodista ha de cuidar esa profesionalidad, más aún en estos tiempos de intromisión y nuevos soportes.
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