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La isla del día después

José María Martín

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La isla ocupa apenas 25.000 metros cuadrados y -como isla que es- está totalmente rodeada de agua. Desde la distancia, la isla se percibe bella, con playas de arena blanca en su perímetro. Eso es lo que se observa desde tierra, desde la tierra peninsular.

El consejero Agri Mensor  ha ideado un plan para acceder a la isla y en los últimos cinco años ha convocado reuniones y conferencias internacionales para solucionar el entuerto. Y de paso, se ha preocupado de vaticinar cómo será el futuro de la comunidad tras la colonización de la isla, que –prevé- aportará conocimiento y desarrollo al pueblo. El coste de dichos eventos ha sido elevadísimo para las arcas públicas.

La isla es bella pero poco más se sabe de ella, puesto que no han podido pisar su tierra los expertos insulares. Nada claro sobre la fauna, si la hubiera, nada sobre la flora salvo algunas ideas primarias improvisadas tras la observación distante de una incipiente vegetación identificada con catalejos.

La última conferencia internacional celebrada ha contado con la participación del alcalde Kang, puesto que es necesaria la colaboración de ambas administraciones para establecer el mejor método para alcanzar la isla. Pero no hay voluntad de diálogo, a pesar de lo manifestado por ambas partes. Kang ganó las elecciones con holgura –ni siquiera la alianza pudo detenerlo- a pesar del fantástico lema de la oposición: “Que no sea Kang, por favor”.

La ciudad, no obstante, permanece ajena a esta sesuda disonancia entre administraciones pues es una ciudad de interior, cuyos vecinos no parecen tener mucho interés en esa isla o en otras estructuras aisladas como ella. Así que, salvo un par de activistas insulares, nadie parece mostrar inquietud alguna sobre la resolución del conflicto. Siempre hay una variopinta ONG, con un par de miembros, que insiste en que el problema no es el acceso a la isla sino la isla en sí misma. Plantean un debate de altura sobre la isla como concepto y proponen trabajar islas interiores en el perímetro vecinal, sin necesidad de alcanzar la verdadera isla, objetivo que ya no les interesa.

Pero Agri Mensor y Kang insisten en prolongar la disquisición y descartan soluciones en principio simples como la construcción de un puente, un vuelo explorador –tripulado o no-, un viaje en barco o una expedición a nado. Parecen tener una actitud destructiva, impidiendo la conclusión del debate, algo que niegan sus gabinetes de comunicación y marketing. Ahora discuten sobre el secreto del punto fijo que les hará dominar esa y cualquier otra parte del mundo. Tanto se dilata el asunto que la isla ha cambiado de nombre en decenas de ocasiones. Ahora la llaman la isla del día después porque la ciudad ya ha asumido que hoy no será el día para conocerla.

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