Lo que no te cuesta dinero no tiene valor
Sí. Están leyendo gratis este periódico. Entero. Pero hacerlo no es barato, ni mucho menos. Los periodistas que lo conforman tienen la extraña costumbre de cobrar a final de mes, de pagar hipotecas, alquileres, comida o de beberse una cerveza de vez en cuando. También cuesta dinero el alquiler de nuestra redacción o los servidores que alojan todo lo que están leyendo, que cada vez son mayores por la enorme hemeroteca que vamos acumulando y una audiencia cada vez mayor (por cada clic también pagamos su poquito de céntimos). Pero a usted no le cuesta nada leernos. Comemos gracias a nuestros anunciantes. Y hay quien se queja de la publicidad.
Sí, es cierto que no damos posibilidad al pago (todo se andará). Si lo hubiésemos hecho probablemente hoy no seríamos ni una minúscula parte de lo que somos. Entendimos que hay medios que pueden crecer y ser libres dejando las cosas claras, y tejiendo una enorme audiencia. Gratis, claro.
Pero es una absoluta contradicción. Lo que no cuesta dinero no suele tener valor. Y es cierto: no lo tiene. Solo si pagas por algo, solo si te rascas el bolsillo, aprendes a valorarlo. El precio justo, vale. Pero algo. Jamás en mi vida pensé que pagando por Netflix, HBO, Amazon Prime y Filmin (sí, las tengo todas) podría ver lo que quisiera y cuando quisiera. No soy un nostálgico del cine (salvo del de verano, que nos da la vida en una Córdoba estival asfixiante). Empiezo a serlo cada vez menos del papel. Pero me alegro muchísimo de no tener que descargarme películas que luego no son, subtítulos que nunca funcionan, vídeos que se ven mal, o pagar una pasta por una entrada y que te toque delante de alguien que no para de darte golpecitos en la silla o de gritar con la boca llena de palomitas. Pago y lo hago encantado por ver tranquilamente una serie. Y empieza a darme también poca pena por los CDs que ya no escucho y hasta pereza por ponerlo y tener que buscar manualmente una canción.
En el futuro la prensa será de pago. No tengan duda. En el presente la cultura ya lo es. La gran cultura, la de los grandes espectáculos como, ahora vamos al grano, el concierto de Rosalía.
La Noche Blanca del Flamenco nació como un espectáculo gratuito de fin de semana que cumpliría dos funciones: por un lado, llenar la ciudad de turistas. Por otro, darle una bocanada de oxígeno al flamenco y los flamencos, condenados los más pequeños al ostracismo o los pequeños teatros, ante el cierre de las tabernas.
Siempre defenderé que las instituciones públicas están para defender y fomentar a la cultura. Pero sobre todo a la minoritaria, a la que no es capaz de llenar un teatro, una plaza de toros o un estadio. A la cultura que necesita la ciudadanía.
Traer a Rosalía a La Noche Blanca del Flamenco está muy bien. Intentar, primero, meter un concierto multitudinario en la avenida de República Argentina era una temeridad, como bien advirtió la Policía Local. Seguir sosteniendo que iba a ser gratis pero en un recinto cerrado como la plaza de toros quizás haya sido otra.
Rosalía no cobra menos de 50 euros la entrada en cada uno de sus nuevos espectáculos. Y está bien que lo haga. Si es capaz de lograrlo tras un discazo como el último que ha lanzado es para quitarse el sombrero y alegrarse de todo lo bueno que le pase. Sostenerla en un recinto cerrado, pero gratis, sin capacidad para que la gente de fuera de Córdoba pueda comprar su entrada (las 1.500 de internet volaron en menos de media hora) y ni mucho menos para reservar tren y hotel es absurdo. El concierto de Rosalía fue el principal anuncio que se hizo en Fitur, donde se presentó La Noche Blanca del Flamenco como una gran oferta que iba a hacer que la ciudad rebosase de turistas este fin de semana. No será así precisamente por Rosalía.
La cultura del todo gratis tiene que empezar a acabar. Porque aquello que no cuesta dinero no tiene valor. Y el Mal querer de Rosalía vale muchísimo.
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