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El discurso vacío para la España que se vacía

Castillo de Belmez | MADERO CUBERO

Alfonso Alba

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El divorcio entre el campo y la ciudad es histórico. La civilización surgió cuando los seres humanos se agruparon en comunidades más o menos amplias, y empezaron a surgir otras profesiones a las de recolectores, cazadores y agricultores. Para los romanos de la Roma del millón de habitantes era un deshonor el trabajo en el campo, el que llenaba sus graneros y alimentaba a esta tremenda megalópolis. Pero desde el foro hay miles de anécdotas de urbanitas romanos riéndose del acento y las costumbres de los que venían de provincias. No hay nada nuevo bajo el sol.

La multitud de partidos con opciones y la circunscripción provincial de las elecciones en España ha hecho que muchos hayan descubierto a la España rural, o la España que se vacía. De repente, la disputa de ese puñado de votos que puede dar un diputado en el Congreso a uno u otro partido ha hecho que muchos despierten y descubran que al otro lado de la ventanilla del coche, donde todo sigue siendo campo, vive gente. Pero llegan tarde y mal a lo que está siendo un drama que lentamente está matando un sistema de vida.

España se vacía. Córdoba también. La provincia ha perdido 3.000 habitantes de una tacada y los que más sufren la despoblación son los pueblos del Norte, especialmente los del Valle del Guadiato. La antigua cuenca minera está, literalmente, desapareciendo. Sus habitantes o se mueren de mayores o cuando son jóvenes se marchan para sobrevivir. Es así de simple.

Las soluciones para evitar que España (y Córdoba) se sigan vaciando están ahí: que la gente pueda, como poco, sobrevivir en condiciones dignas. De lo contrario, y como hemos hecho muchos, nos buscaremos la vida en otro sitio. Donde podamos.

Hace una semana, en una entrevista con el ministro de Agricultura, Luis Planas, coincidíamos en un diagnóstico: a diferencia del resto de España, lo que ha evitado que la Andalucía rural se despoblase de manera salvaje ha sido el tan denostado PER. El PER ayudó a miles de personas a tener algo que llevarse a la boca, a tener una subsistencia mínima, una alternativa a la emigración que habría reventado aún más las grandes ciudades de España. Muchos hijos de aquellos jornaleros son los que hoy, precisamente, están dejando en masa sus pueblos en busca de un futuro. Sus pueblos no son capaces de generar mano de obra u ocupación suficiente para ellos. Que, con todo el dolor de su corazón, dejan atrás a su familia y a sus amigos.

Nadie quiere dejar su casa. Nadie emigra por gusto. Y los pueblos no son ya el cliché aquel de Paco Martínez Soria lleno de tontos del bote con boina que no saben ni llevarse la cuchara a la boca. De hecho, dudo que alguna vez fueran así.

Yo vengo de un sitio en el que se ofició la primera unión por pareja de hecho entre dos hombres de toda Andalucía, en el que noto que un adolescente tiene más fácil salir del armario que en Córdoba capital, y donde se vive bastante bien. Pero donde falta como en esa España que se vacía o trabajo o sustento económico.

Decía Planas que el PER no deja de ser un precursor de la Renta Mínima, tan de moda en los debates políticos serios de Europa (aquí aún seguimos liados en Reconquistas y banderas). La Renta Mínima, por ejemplo, es una medida que está probando la derecha finlandesa... temiendo que su país se vacíe y que, incluso, le estallen conflictos sociales en el futuro. Y tiene mucho de aquel PER en el que se pagaba (una miseria) a los jornaleros cuando no había faena en el campo y tenían que echar una mano en su pueblo para, por ejemplo, arreglar una calle.

El discurso de la España vacía va de eso. También de que necesitamos una buena conexión a internet y desarrollar aún mejor las nuevas tecnologías. No necesitamos cines (tenemos Netflix). Cualquier pueblo andaluz tiene los mismos servicios y recursos que un barrio de una capital. O incluso más. Lo único que hace falta es eso: una renta mínima para fijar población.

Cuando los urbanitas van al campo de excursión o de casa rural ven la vida idílica de los pueblos y piensan que ahí se viviría muy bien. Pero para que los pueblos estén bonitos cuando van hace falta gente. Esa gente es la que cuida del campo, la que trabaja la sierra y evita los incendios de verano, controla la fauna para que no se desmadre y da de comer a los animales domésticos que son protagonistas de miles de fotos de Instagram. Y esa gente no vive del aire.

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