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Sobre este blog

Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.

La decisión está en la Andalucía rural

Tractorada en Hinojosa del Duque Alcaracejos
8 de mayo de 2022 06:00 h

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En marzo del 2008, el PSOE andaluz logró su segunda mayoría absoluta consecutiva. Los socialistas lograron 56 de los 109 parlamentarios andaluces. Pero el PSOE solo ganó las elecciones en dos capitales de provincia: Sevilla y Huelva. En las seis restantes se impuso el PP. En algunas, incluso, de manera holgada. En Granada o Almería el PP superó el 52% de los votos. En Córdoba, rozó el 50%. ¡La mitad de los votos!

Desde los ochenta, los socialistas cimentaron sus mayorías en la enorme transformación de la Andalucía rural. A partir de los noventa, el PP comenzó a conquistar poder en ayuntamientos de capitales de provincia, pero no llegaba a penetrar de manera sólida en los pueblos. O en los mal llamados pueblos andaluces: Jerez de la Frontera o Dos Hermanas tienen cada una más habitantes que algunas provincias de Castilla y León. Y fue precisamente ahí donde los socialistas cimentaron sus enormes mayorías.

La Andalucía rural no es homogénea, aunque tiene problemas comunes. No tiene nada que ver la comarca de El Condado de Huelva con Los Pedroches en Córdoba. O La Axerquía malagueña con la zona de invernaderos de Almería. Pero hay algo que les une: un fuerte arraigo a la tierra y una sensación de olvido o sentimiento de inferioridad frente a las grandes capitales, que imitan en cierta manera el modelo madrileño. Es una especie de fuerza radial de las capitales de provincia, que se han comportado como centros urbanos aislados y que han mirado por encima del hombro a los que llegaran de los pueblos, ya sean de 100.000 habitantes o municipios en declive poblacional del Valle del Guadiato.

Hace un par de meses, el campo, el mundo rural, se manifestó en Madrid. La protesta fue bastante heterogénea y contradictoria, ya que coincidieron eternos enemigos, como los agricultores y los cazadores, a los que es imposible contentar a la vez. Y en la que no se apuntaron de manera correcta los verdaderos problemas del mundo rural. Dudo que aún hoy se estén identificando correctamente. Dudo más incluso que los haya anotado quien más tiene que perder en las próximas elecciones en Andalucía.

A diferencia de lo que ocurrió en 2008, la izquierda se ha refugiado en las ciudades, donde siempre arrasó la derecha. En cambio, ha abandonado los pueblos, donde dominaba. Ojo, que esta es una afirmación no del todo correcta: Izquierda Unida, por ejemplo, mantiene abiertas sus sedes (las antiguas del PCE) en más del 70% de municipios andaluces, donde tiene 63 alcaldes y más de un millar de concejales. El PSOE mantiene grandes bastiones. Pero poco a poco han ido cediendo espacio a la derecha. Y el PP lo sabe.

Hay quien explicaba que al PP no lo votaban en los pueblos porque a muchos les recordaban a los señoritos del franquismo. Y en parte era verdad. Muchos candidatos fueron los señoritos. Pero si el PSOE, y en algunos lugares IU, se consolidó en la Andalucía rural fue por la enorme transformación de los pueblos y la memoria de la miseria anterior. A principios de los ochenta había muchos pueblos andaluces con calles sin asfaltar ni agua potable (no, no es una exageración). Los servicios de que disponen los pueblos andaluces en el siglo XXI son ahora mismo extraordinarios en muchos sentidos. Sobre todo si se compara con lo que había cuatro décadas atrás.

Pero hoy el mundo rural tiene otros problemas. El primero tiene que ver con una salvaje economía de mercado que se está dejando atrás a mucha gente. El campo se ha llenado de fondos de inversión, de empresas multiservicios en manos de multinacionales, de intermediarios y de extraños propietarios de tierras. Todo ese barullo se queda con el valor añadido y el agricultor o el ganadero recibe a cambio una pésima compensación por un duro trabajo, cuando no produce a pérdidas. Es el neoliberalismo salvaje, y eso no lo va a cambiar ningún partido político que de verdad no quiera transformar el sistema económico o tenga una voz potente en Bruselas. Se podrán poner parches al problema, pero será imposible atajarlo. Y todo está cambiando tan rápido y de manera tan extrema que cuanto más tarden las soluciones más gente se arruinará o abandonará el sector.

El segundo con la energía. Tener coche en un pueblo no es un lujo, sino un bien de primera necesidad. Sin vehículo sencillamente no puedes vivir. No hay transporte público que valga o que sea una buena alternativa. Las políticas de sostenibilidad no están teniendo en cuenta cómo vive la gente de los pueblos, que serán los grandes castigados. Moverse para vivir, por tanto, es hoy mucho más caro que hace un año.

Y el tercero, con la identidad. Sentirse inferior a ojos vista de la ciudad no puede sino provocar una reacción emocional. Y quién mejor ha percibido esa emoción ha sido la derecha. Considerar que una romería es algo que mola menos que un festival de música independiente, cuando lo primero es un espectáculo gratuito y lo segundo carísimo, es poco menos que ideologizar algo que debería quedarse tan al margen como es el folclore. Las tradiciones son de la gente y cada uno, con su ideología, las vive como les da la gana. O así debía ser.

Aún así, soy de los que dudan de que se esté provocando un trasvase matemático entre los que antes votaban a la izquierda y la derecha. Más bien lo que está ocurriendo es algo muy parecido a lo de Francia: que el mundo rural desencantado no se siente representado y no vota.

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Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.

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