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Corregidor Luis de la Cerda

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Alfonso Alba

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El Corregidor Luis de la Cerda tiene una calle en Córdoba. Su vía es justo la que linda con el muro Sur de la Mezquita Catedral de Córdoba. No deja de ser paradójico que el hombre que más se opuso a las intenciones de un obispo de Córdoba para construir una enorme catedral en el corazón de la histórica mezquita aljama dé nombre a una de las calles más transitadas por los turistas que llegan a la ciudad a contemplar un monumento único.

El Corregidor Luis de la Cerda llegó a condenar a muerte a cualquier albañil que osara hacerle caso al obispo y empezar a construir la Catedral. El obispo lo excomulgó y el caso acabó en el despacho del rey emperador Carlos V, que resolvió a favor de las intenciones eclesiásticas. Pero su lucha es histórica y ha sido considerado durante siglos como un héroe en defensa del patrimonio. No deja de ser paradójico que con el traslado de la carrera oficial de la Semana Santa el palco del obispo esté, precisamente, en plena calle Corregidor Luis de la Cerda.

En el siglo X, en los años de Al Hakem II, este califa quiso revertir un supuesto error histórico sobre la Mezquita. Su mihrab y su qibla son de los pocos del mundo que no están orientados a La Meca. Al contrario, la Mezquita de Córdoba, ese histórico monumento, está orientado al Sur, a un punto indeterminado, más parece que por cuestiones geográficas de la propia construcción y su relación con el Guadalquivir que por otra cosa. Pues bien, cuando el califa quiso enmendar ese presunto error los cordobeses de entonces se opusieron de una manera tan contundente que le hicieron rectificar. A todo un califa. En pleno siglo X.

Los cordobeses siempre se han preocupado por el patrimonio y por su mezquita. Una mayoría la consideran suya, sí. Carmelo Casaño, que tiene su firma estampada en la Constitución como diputado en Cortes de la época, escribe que no entiende cómo se puede defender que este monumento único, histórico y que representa a Córdoba en el mundo puede estar en manos de una entidad privada. Que sería algo así como que las pirámides de Egipto o la Acrópolis de Atenas fueran de alguien y no de todos.

En todo este debate, en el que definitivamente se ha quebrado el consenso, echo en falta una defensa del interés general, el de todos, seamos de la ideología que seamos, sobre el particular. Francia, un país al que solemos mirarnos, aprobó en 1905 una ley que España imitó en 1933. Todos los templos y monumentos eran del Estado, que los cedía gratuitamente a la Iglesia para que siguiera practicando el culto. Carmelo Casaño afirma que solo así Francia logró que su catolicismo y cristianismo fuese mucho más espiritual y menos material. Quizás es el verdadero.

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