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El comercio tradicional se muere

Alfonso Alba

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Siempre fue muy francófilo para muchas cosas. Cuando nos tiraban las fresas en la frontera, entendía que lo hacían para proteger su agricultura y me preguntaba: ¿hemos tirado alguna vez la fruta u hortaliza que nos llega mucho más barata de, pongamos, Marruecos y que arruina a nuestros agricultores? ¿Hemos tirado la leche francesa que compramos pese a tener excedentes? En definitiva, ¿hemos protegido lo nuestro en este mundo globalizado que acaba por matar a lo local?

Sin entrar en nacionalismos absurdos, nos rasgamos las vestiduras hablando de defender las tradiciones (¿los toros?) pero contemplamos como algo tan nuestro como es el comercio de toda la vida languidece hasta desaparecer. La calle Cruz Conde, peatonal gracias al Ayuntamiento y también, en parte, a la demanda de Comercio Córdoba, es un amplio bulevar de franquicias de escasa personalidad cordobesa. Esta semana ha echado el cierre el negocio de Félix Lambert, un histórico. Y apenas quedan ya huellas de aquellos locales, muchos diseñados por Rafael de la Hoz, que daban personalidad al centro de la ciudad.

Pongamos un ejemplo al que en el pasado miró Córdoba para importar ideas: Burdeos. Su casco histórico, protegido como el de Córdoba, es también gigante. La mayoría de sus calles, peatonales, lo que favorece las compras y que los peatones tomen la zona en masa. ¿Hay franquicias y multinacionales? Desde luego, pero son los menos. Abundan los negocios de toda la vida, las tiendas que en sus carteles tienen un “abierto desde...” una fecha del siglo XIX, aquellas que han pasado de padres a hijos, aquellos lugares donde siguen comprando los franceses aunque sea un poco más caro pero sabiendo que es mejor.

El centro de Córdoba languidece. El comercio tradicional está cada vez más arrinconado y la mayoría de los que lo regentan son poco menos que héroes que lo hacen contra viento y marea, resistiendo a la llegada del bar o la franquicia de turno que convertirá a la ciudad, a través de sus escaparates, en una más. O en la misma ciudad céntrica que la globalización nos fotocopia en cualquier parte del mundo, con sus Zaras, sus H&M, sus Burger Kings y sus, ay, escasos compromisos con lo local.

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