Ciudadano Gómez
Rafael Gómez Sánchez, alias Sandokán, es un señor de 73 años con una salud que ya no es de hierro pero con una fuerza de voluntad asombrosa. Estos días me han preguntado mucho por cómo es posible que un señor de su edad pueda entrar en la cárcel, a cumplir una condena de cinco años. Y, sobre todo, cómo es posible que lo haga una persona que ha sido todopoderosa en esta ciudad, en Andalucía y también en España, que ha afrontado juicios, investigaciones y condenas con un ejército de abogados que han hecho todo por evitar lo que va a pasar: que dé con sus huesos en la cárcel.
Muchos de los que me preguntan, yo diría que todos, jamás han estado en la cárcel, afortunadamente. Ni han visto la edad de algunos de los presos. O qué han hecho para estar allí. Incluso para los que han visto el talego, aunque sea de visita, es sorprendente que un señor de 73 años, el “gladiador de los billetes”, como se calificó a sí mismo, pueda acabar en la cárcel. Las prisiones, en España, están llenas de robagallinas del siglo XXI: gente que no ha podido pagarse un buen abogado, pequeños traficantes de droga que cometieron la tontería de empujar a un policía, ladrones de poca monta pero que usaron la violencia o gente que no ha parado de reincidir desde que empezó a robar ya en la infancia. Muchos siguen siendo drogadictos, la mayoría pobres de solemnidad. Pero ojo, que también hay maltratadores, violadores, abusadores sexuales, estafadores y hasta condenados por delitos económicos más o menos importantes.
En estos años de impunidad, de corrupción que nos sale por las orejas, es difícil pensar en un preso famoso. Ignacio González, expresidente de la Comunidad del Madrid, y poco más. Aquí tendremos a Rafael Gómez, Sandokán, quien fuera todo poderoso pero para el que la justicia ha llegado. Tarde, pero le ha llegado.
Rafael Gómez lleva 11 años luchando en los tribunales. Desde que fue detenido en la operación Malaya y poco antes desde que el Ayuntamiento le puso la mayor multa por una construcción ilegal de Europa (las naves de Colecor), Rafael Gómez ha combatido con todo lo que ha podido para no acabar entre rejas. Ha logrado entrar solo, y no con su familia al completo, como se temía al principio por el megafraude fiscal cometido por todas sus empresas. Antes del juicio libró a su mujer. Durante el juicio, a sus cuatro hijos. Todos estuvieron acusados.
Gómez quizás no ha sido diferente a otros constructores y promotores de aquellos años noventa y del principio del siglo XXI, pero como me comentó en su día un político muy importante de esta ciudad “todos se meaban dentro de la piscina, pero es que Sandokán lo hacía desde el trampolín”.
El socio tiene hasta el 5 de octubre para entrar voluntariamente en la cárcel. Estoy seguro que nunca pensó que algo así podría sucederle. Y le ha pasado. La justicia ha llegado, lenta. Y ha funcionado, aunque parece que solo en este caso.
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