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Hostias

Manuel J. Albert

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Nunca me han dado de hostias a base de bien. Tampoco he visto nunca como testigo una paliza. Bueno, recuerdo una en el Fontanar, siendo yo crío, con dos chavales delgadillos arreándose puñetazos como en las películas. Se me quedaron grabados los secos TOC que sonaban cuando se golpeaban en la cara. Me dio taquicardia, aparté la vista y me largué.

Como periodista, tampoco he visto escenas físicamente violentas. No he estado en los clásicos fregados de trabajadores de astilleros o mineros armados con ondas, cohetes, cortando calles y quemando contenedores o neumáticos.

Solo una vez vi algo parecido, a una escala mucho menor y con una improvisación sonrojante. Pero me permitió descubrir un oficio que, hasta entonces, denostaba: los policías antidisturbios.

Ocurrió en Huelva, en mayo de 2008. A la Audiencia Provincial acudía a declarar Santiago del Valle, el asesino condenado de la niña Mari Luz Cortés. Centenares de vecinos del barrio donde vivía la pequeña fueron a las puertas de la audiencia con ánimo de linchar al detenido. Decenas de policías, armados con casco y porras, se plantaron en frente. Varias unidades especializadas se trasladaron desde Sevilla. Los gritos, los zarandeos, los porrazos y las pedradas no tardaron en llegar. Un cámara de televisión resultó herido de una pedrada.

Los policías mantuvieron la calma. Se limitaron a contener y dispersar. Sin sacar sus porras. Sin golpear. Aguantaron insultos, amenazas y hasta escupitajos sin inmutarse. Lo vi.

En mitad del jaleo me fijé en el mando que estaba a cargo del operativo. Nos conocíamos de un par de entrevistas y muchas llamadas de teléfono por el caso que había provocado todo aquello. Me acerqué a hablar con él. Y le pregunté que cómo lo veía. Muy serio, muy seco, me dijo que bien. Me contó que estaban entrenados, que eran profesionales y que no se iban a dejar intimidar. Lo aguantaban todo. Y no hace falta usar la porra para dispersar.

Aquel día no hubo más heridos que el cámara de televisión. Por eso, cuando ahora veo a las decenas de heridos y detenidos en Madrid, me acuerdo de aquel mando. La policía no actúa si no es con permiso. La cadena de mando es sagrada. Y nadie, nadie, la emprende a porrazos si no es con el beneplácito de los de arriba. Y mucho menos, nadie entra en los andenes de Atocha pegando tiros -aunque sea de pelotas de goma- cuando una manifestación ya ha sido disuelta y no hay necesidad de perseguir a nadie, si no es porque los últimos responsables han dado carta blanca.

Y eso es lo que realmente asusta.

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