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Galadí y la línea clara

Uno de los dibujos de Miguel Galadí expuestos en la sala Procesos Cruzados de Málaga. | ALBA BLANCO

Manuel J. Albert

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Miguel suele ir dos pasos por delante del resto. La mayoría de las veces, incluso, dos pasos por delante de sí mismo. Le recuerdo ensimismado delante de la pantalla del ordenador. Hace ahora cinco años de eso. Compartimos piso una temporada. Su estudio y el mío solo estaban separados por una puerta, casi siempre abierta. Ponía música y se pasaba horas moviendo ligeramente el cursor de su tableta gráfica con la mano izquierda. Hacía escuetas líneas que, prácticamente de un solo trazo, se entrecruzaban, se dividían; y se volvían a cruzar y a separar. No era la primera vez que veía a Miguel Galadí enfrascarse en esos motivos.

Cinco años antes, entre 2002 y 2003, fuimos juntos a la Escuela de Arte Mateo Inurria para cursar Primero de Fotografía. Cuando empezamos a experimentar con los fotogramas, llegó un día a clase con un montón de tiras de papel recortadas con distintas anchuras. Se concentraba, las disponía sobre el papel fotográfico, encendía la ampliadora y positivaba. Y ahí estaban. Líneas bien definidas que formaban estructuras casi arquitectónicas que se enredaban según un patrón hermoso, azaroso y aparentemente caótico. Unos meses después, con las prácticas de fotografía infrarroja, fuimos al río en busca de plantas a las que inmortalizar en un fantasmagórico blanco y negro. Yo no pasé de unas composiciones paisajísticas bastante aburridas. Miguel encontró en los tallos, las hojas y las ramas, de nuevo, el patrón natural de la línea clara que persigue -y le persigue- desde niño.

De alguna forma, siempre he visto a Miguel Galadí dibujando. Desde el otoño de 1987 en que nos conocimos. Y en parte, a través de sus dibujos, nos hicimos amigos en el rincón de una clase de Sexto de EGB bastante deprimente donde, por decisión de algún profesor incauto, terminamos compartiendo pupitre. Los años que siguieron siempre estuvieron acompañados de un folio, un portaminas y dibujos delirantes hechos con cuatro trazos y mucha sorna. Esa línea clara capaz de ilustrar un humor complejo e inteligente con la mayor economía de medios ha sido el tema de más de una conversación con Miguel. Y siempre nos lleva a una de nuestras referencias comunes: Hergé, el padre de Tintín y la línea clara.

Volvamos a aquel piso que compartí con él y a aquellas horas que pasaba Miguel de cara a la pantalla, dibujando con un lápiz tornado en puntero de tableta gráfica. En un momento dado, encontró un patrón en el desorden. Un motivo, a veces vegetal, que se repetía creando formas que tal vez buscaban ser fractales. Pero recuerdo la ligera angustia de Miguel al no saber bien adónde le llevaba esa personal investigación sobre el poder del trazo único.

Miguel ha seguido dibujando todos estos años. Busca mantener el pulso hasta completar la imagen que tiene en la cabeza y que suele reflejar escenas de un mundo muy personal pero que también puede llegar a ser familiar para todos. Sus ilustraciones para la serie La Botella del Vino, de Bodegas Robles, son buena muestra de ello. Pero Galadí todavía no había dado el paso de exponer. Y este viernes lo hace. Será en Málaga, en la Galería Procesos Cruzados, de las artistas plásticas Alba Blanco y Laura Brinkmann. Podemos decir que sus dibujos, su proyecto de línea clara, sus cientos de horas de trabajo, han llegado al fin a una primera meta. Dos pasos por delante que el resto, por supuesto.

La muestra es, en buena parte, empeño de Blanco, la primera persona a la que oí llamar abiertamente “artista” a Miguel. De la apuesta de ambos ha nacido Colección de ventanas con lupa. Una exposición de 40 dibujos de paisajes urbanos hechos a un pulso y de perspectiva tan amplia como reducido es el formato que ha escogido Galadí. Tan pequeño que, para disfrutar de las ilustraciones, uno ha de acercarse cual hipermétrope o usar una de las lupas que la sala ofrece al visitante.

Otro día les hablaré sobre el callejero que da nombre a cada uno de los dibujos (c/ La Viruela; Desidia s/n; Alhazar...) o del efecto voyeur que da asomarse a la intimidad de las ciudades que nos propone Miguel. Y, por supuesto, les hablaré del subidón nobiliario que causa ponerse uno de esos cristales de aumento sobre una mejilla. Fue verlo y acordarme del capitán Haddock en Las siete bolas de cristal...

Pero eso será otro día. Hoy solo quería hablarles de Galadí y la línea clara.

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