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¿ Y si nos contamos las cosas ?

Ángel Ramírez

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A los sociólogos nos preocupa la ficción porque es nuestra enemiga, nos pagan por decir como las cosas son y todos los diseños de investigación están pensados para que no se nos cuelen la imaginación y los prejuicios, las subjetividades al fin y al cabo. Estamos condenados a esa especie de hiperrealismo soviético de no decir nada que no esté probado, de ceñirnos a los hechos que diría un juez. La verdad es que somos bastante incumplidores de todo eso, y cuanto más incumplidores más acertamos, así que con los años uno aprende que el hiperrealismo es una falsedad y sobre todo un aburrimiento. Después de trabajar aprendiendo a manejar instrumentos de medida empieza uno a fiarse más de su intuición y a dejar entrar de vez en cuando cierto espíritu veleidoso, un poco de ficción para dar sentido a un mundo del que no hay quien dé cuenta cierta.

La cuestión es que los límites entre realidad y ficción no siempre son claros, y a mí no es raro que venga alguien a reprocharme alguna opinión de La Caraba, y yo no hago más que decir que eso no tiene sentido porque en este blog no hay opiniones, hay relatos, y de su realidad no se hace responsable el autor. La cosa es que me he ido aficionando a estos espacios intermedios y dudosos (recordaréis la polémica de Javier Cercas con su “Anatomía de un instante”) y este fin de semana que me fui a ver a un maestro del transgénico este de la bioficción, Juan Diego Calzada, actor de la compañía Vértebro Teatro y de sí mismo.

Las obras de Juan Diego ocurren en la calle por la que usted pasa, en el piso de al lado, en la esquina del parque donde pasea a su perro. Comienzan con una cita en un espacio público y continúan en los lugares de la vida de Juan Diego, de hecho las obras son una inmersión en su vida, de la cual participamos como guionistas colectivos, público, actores de reparto y, si uno se anima, protagonistas. En este caso, “Parentesco, verdadera o falsa historia de Juan Diego Calzada” se llamaba, todo iba de una relación de sexo, amistad y amor a la que los asistentes a las últimas representaciones llegamos tarde, y ya nos tocó el triste papel del consuelo y el consejo (pasa de él Juan Diego). Sucesivamente me sentí en un concurso de televisión, una terapia, una quedada de buscadores de nuevas experiencias, una dinámica de grupo, una broma de cámara oculta, una representación, una cita con un amigo.

Todo eso pasó en uno de los muchos huecos de la ciudad, con unas cuantas sillas, papeles, lámparas, un portátil, una linterna y el culo de Juan Diego, que es recurrente protagonista de sus obras. Estaba sentado en aquella habitación de un piso cualquiera del casco histórico e imaginaba que Córdoba no era más que multitud de historias y desencuentros similares que pasan simultáneamente un tabique tras otro, y las visualizaba como si esos tabiques fueran de cristal. Quizás todo podría ser más sencillo, en lugar de organizar líos a gran escala, eventos, festivales y echar tantos números, ¿ por qué no nos dedicamos a vivir con más atención y nos contamos las cosas?. Habría que tenerlo en cuenta cuando vayamos a hacer el próximo plan estratégico de lo que sea.

¿ Que no habéis entendido nada? Id a ver la próxima de Juan Diego.

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